miércoles, 29 de octubre de 2008

LA DICTADURA DEL GENERAL FRANCO




Los téminos dictador y dictadura -naturalmente el segundo deriva del primero- son muy antiguos. En su versión latina, equivalen a lo que eran la tiranía y el tirano entre los griegos. Pero, para seguir "en el pie de la letra", en Roma aparece el dictator, en los tiempos más remotos de la República, como una magistratura extraordinaria, no habitual, cada vez que por circunstancias igualmente extraordinarias, de conflicto o de peligro, interior o exterior para la Civitas, se hacía necesario concentrar en una sola persona todo los poderes públicos, como si se tratase de un retorno a la Monarquía. Se trataba, pues, de una situación institucional, de Derecho, no de simple hecho, porque en ella el Dictator -que se llamó primitivamente Magister populi o Praetor maximus- no se arrogaba por sí mismo tales poderes, sino que era nombrado por uno de los cónsules, de mediar acuerdo entre ellos (comparatio), o decidir la suerte (sortitio) y, más tarde, tal facultad de designación fue atribuida al Senado, confirmándose posteriormente en virtud de una lex curiata. Había en la Roma republicana dos tipos de dictator: El dictator optima lege creatus y el dictator imminuto iure. El primero tenía un poder absoluto, el mismo de un consul, pero, a diferencia de éste, no estaba sujeto ni a la intercessio (o posibilidad de impugnación de sus decisiones por el otro consul), ni a la provocatio ad populum, o posibilidad de recurrir a las asambleas populares comiciales para que éstas revocasen aquellas decisiones. Es decir, este Dictator, no estaba sujeto a control alguno por parte de ninguna otra magistratura, ni por el Senado, ni por el pueblo. Su designación responde a circunstancias de alto peligro. El segundo, en cambio, se nombraba para una misión concreta, de mucha menor transcendencia e incluso en ocasiones limitada a una simple ceremonia, como sucedía en el caso del dictator clavi figendi causa, que se designaba exclusivamente para un acto de superstición mágica, estimado eficaz contra la peste. Nos encontramos todavía, ente un pueblo que, pese a vislumbrar ya la cultura, se encontraba aún en cierto modo anclado al pasado, al de los augures, los colegios sacerdotales, los días fastos y nec-fastos, los mores maiorum, o costumbres de los mayores ,y, en general, al más instrumental formalismo. Pero lo que resulta oportuno significar, es que, un buen día -y aunque en Roma hubo dictadores decentes, como Sila y otros- en algún lugar derivativamente romano, se cuenta hubo uno que, pasados los tiempos de crisis, no devolvió sus potestades a las instituciones y magistraturas ordinarias, y, desde entonces, el término "dictador" cobró una significación absolutamente peyorativa y despreciable. A nadie le gusta desde entonces -ni aún a los que lo son de verdad- ser tildado de dictador, o que se diga que su gobierno o administración son dictatoriales que, como ya he dicho, equivale a decir "tiránicos". En España, se ha hablado y se habla de "la Dictadura del General Franco". Y, desde luego, se ha empleado y se emplea tal término con absoluta razón. Franco, fue un dictador, un dictador a través, nada menos que de un período de treinta y seis años y unos meses más, lo que se ha redondeado en la ya famosa expresión de "los 40 años" . Esto es así, no se puede volver del otro lado, porque ello sería negar la evidencia. Esta dictadura, se hizo pertinaz -valga también la expresión, por aquello de la sequía- y se hizo también, con el paso del tiempo, irresistible, humillante y aborrecible. Ya se sabe, la "oprobiosa" dictadura. Personalmente, yo tengo que decir, y quiero hacerlo, tres cosas como punto de partida. La primera de ellas es que toda dictadura, en el sentido más general y más aún en sentido político, en los tiempos modernos, y en términos iusnaturalistas, resulta absolutamente indefendible. La razón, creo que la he expuesto aquí, en este Blog, en otras ocasiones: Sin libertad, no hay persona, no puede haberla, y si no hay persona, no queda nada, porque la libertad es consubstancial al ser humano. Sin libertad no queda hombre, no queda en pie nada de él, porque se le cosifica, se le transforma en cosa. Y el ser humano, no es que sea libre, es que es el libre sustantivo, y lo libre por antonomasia, de forma tal que ninguna especie animal goza de esa divina propiedad ontológica de la libertad. Lo segundo que deseo decir, es que, en aquellos años 50, los de mi Bachillerato y Universidad, yo también corrí -tanto como pueda haberlo hecho cualquier sindicalista "no vertical", en la ocasión- delante de "los grises"; también yo soporté la presencia de un policía en la sala en la que por entonces de vez en cuando pronunciaba una charla, y a veces una conferencia; también yo, sufrí en dos ocasiones sendos registros domiciliarios por parte de la policía política; también yo, tuve mi teléfono intervenido, y un falso taxista, con su "taxi" aparcado enfrente de cierto edificio de Madrid, en la Calle de Alfonso XI, nº 4, que no era un taxista, sino un policía; también yo defendí a sindicalistas obreros ante el Tribunal de Orden Público (TOP)... También yo, sufrí, en suma, y en la medida en que ese era el concepto exacto y preciso -porque había otras dimensiones, de verdadero bienestar y felicidad ontológica, aunque nunca política- aquella "oprobiosa" dictadura. Y, por último, en tercer lugar, tengo que confesar (aunque a veces me arrepiento de ello) que el día en que murió el General Franco, yo le dije a mi hija mayor, ya en edad de poder entender algo de todo aquello. "Hoy termina una época que hemos de olvidar para siempre". Algo así. Sin embargo, ha pasado el tiempo. Los niños nacidos en 1975, tienen ahora mismo ya 33 años de edad y, una buena parte de ellos, quizá la inmensa mayoría, ni han oído hablar del General Franco. Se impone una serena y muy objetiva reflexión. Casi todos los historiadores (con las sospechosas excepciones de Tuñón de Lara, Gabriel Jackson, Paul Preston, y otros del mismo cuño y signo izquierdista) y por contra, muy en especial, dentro de la mayor objetividad, y por todos ellos, Hugh Thomas, coinciden en admitir que cuando el General Franco se sublevó en Canarias, y saltó a la Península arrastrando tras de sí al Ejército de África, el régimen político republicano, legítimo en su origen, pero tan sólo por la cobardía del Rey Alfonso XIII, había sido lo suficientemente indolente, descuidado, deliberadamente tolerante y desde luego, en todo caso, incapaz de alcanzar el primero de los fines que todo Estado de Derecho debe cumplir: El mantenimiento de la Ley y del orden público. El otro, es el de la creación del Derecho. Y, desde luego, se promulgaron leyes republicanas que difícilmente podían asegurar la pacífica convivencia de los españoles. Aquel Gobierno, fue incapaz de impedir "los paseos", el tiro en la nuca, el asesinato de curas, frailes y monjas, los incendios de templos, y sobre todo de abortar de raíz el intento de incluir a España en el cerco del imperio soviético, que pretendía ensancharse, salvando los Pirineos, hasta el Atlántico, como años más tarde se hubiese ensanchado quizá hasta la desembocadura del Rhin, de no haber sido por el paraguas defensivo y antinuclear de la OTAN. Y, en este sentido, resulta absolutamente cierto y objetivo que, el General Franco, libró a España, sin duda también a Portugal y puede que a muchos otros países de la Europa occidental, de haber sido aplastada por el yugo soviético, aún más esclavizante, duro y cruento. Lo que también puede ser justo y obtetivo reconocer -y lo es- es que, sin duda, resulta reprochable a la Dictadura de Franco el haber prolongado hasta casi medio siglo su régimen represivo de la libertad general de los españoles, desde la victoria militar de 1939 hasta la muerte del Dictador en 1975. Me cuento entre esos españoles, aunque también deba decir que tan sólo en los últimos años de aquel régimen axfisiante, y en cierto modo ya caduco y ridículo, pude yo notar en propia carne esa falta de libertad. Por ello, quizá a raíz de la visita a Madrid del Presidente de los Estados Unidos, General Dwigt Eisenhower, que marca el inicio de la recuperación económica española -hasta llevar a España a ser la 9ª potencia industrial del mundo- hubiera sido el momento también para que el Dictador abadonase el poder y, bajo su control, si se quiere con la intervención y garantía de las instituciones internacionales, anticiparse a 1975, alineando progresivamente a España, como después de esta última fecha se hizo, en el concierto de las naciones libres y de los Estados de Derecho. Catorce años de Dictadura, no hubiesen sido lo mismo que casi cuarenta. Esto, también es verdad. Sin embargo -e insisto en que toda dictadura es injusta y aborrecible- también debe decirse que, dadas las circunstancias concurrentes en la España de 1936 (a título de ejemplo, puede bastar aquella gigantesca fotografía del asesino Stalin colgada de la Puerta de Alcalá, de Madrid, que otra vez vuelvo a traer aquí) conducían a otra dictadura, como se proponía, sin duda mucho más oprobiosa, mucho más difícil de superar, y cuya sangrienta dureza se hubiese prolongado mucho más de cuarenta años. Más o menos lo mismo que en Alemania, hasta la caída del Muro; Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Rumanía, Bulgaria, Albania, Estonia, Letonia, Lituania, sin contar a las naciones asiáticas de etnia árabe y religión musulmana, ni a Ucrania, Georgia y Bielorrusia y... hasta la propia y sufrida Rusia, dos veces a punto de sucumbir, ante Napoleón y Hitler, y por último presa y víctima principal de la mentira y la sangre. Todas estas naciones, con la ejemplar excepción del carácter y tenacidad de los alemanes libres, cuando pudieron ver la luz de la libertad, estaban por completo arruinadas, devastadas, destruidas, míseras y moralmente traumatizadas. Porque el comunismo, el marxismo-leninismo, ha sido la gran estafa del siglo XX y una de las mayores y más crueles y sanguinarias de toda la historia de la Humanidad. Esto, también es verdad. España, no. España gozó de una absoluta prosperidad y bienestar económicos y hasta -si se compara con "lo otro", políticos- hasta la muerte del General Franco, hallándose situada para emprender su desarrollo en el camino de la libertad, lo cual es mucho más fácil, como se ha demostrado concluyentemente. ¿Qué dictadura, pues, de las dos que se presentaban como alternativas en 1936, era preferible? Pregunto a las personas sensatas, de lógica estructura mental y buena voluntad. Respóndanme. ¡¡Que responda alguien, por favor...!!. No a mí, sino a esa pregunta y a la Historia. Por ello, en esta perspectiva, si la alternativa no podía ser otra- y no podía- sino la de optar entre la dictadura de Franco y la dictadira de la URSS, resulta muy claro, en mi estimación personal, que aún hoy, es preciso gritar: Glorioso e Invicto Caudillo, Generalísimo Franco: ¡¡Gracias en nombre de España...!! Gracias incluso -aunque carezco de todo título de representación- en nombre de tantos españoles, también de los que te odian y maldicen, porque, hasta ellos mismos, se libraron de la repugnante lacra del socialismo marxista, primo hermano de cualquier otro socialismo. No sin verdad, ya dijo un comunista "ejemplar", Santiago Carrillo, que todos ellos son "de la misma sangre". De la misma maldita sangre. Luis Madrigal.-






REQUIEM Mozart (Karl Böhm)

martes, 28 de octubre de 2008

EL ANARQUISMO


Hay una sede íntima, en lo más profundo de nuestro ser, que -con independencia de otros valores, algunos desde luego absolutos y radicalmente prioritarios- nos impulsa de modo irresistible a pronunciar una palabra, a gritarla a los cuatro vientos, antes que ninguna otra; antes que nada y que ninguna otra cosa. Esa palabra, y en especial el concepto que encierra, es “yo”. Ese “yo”, indudablemente, puede ser escrito con mayúscula -“Yo”- cuando se hace partícipe de una entidad, o de una substancia ontológica transcendente, pero, aquí abajo, a ras de suelo, reclama lo que en principio es estricta y sólamente suyo. En ello radica, nada menos que el fundamento mismo de todo derecho subjetivo, el cual, antes de consistir en exigir algo a alguien, consiste en excluir de mí a todo aquello, y desde luego a todos aquéllos, que “no son yo”. Cuando el “yo” individual, o personal, por tendencia inherente a la propia existencia, se ve obligado a penetrar en el mundo de la inter-relación con otros “yo”, surge uno de los más graves problemas, quizá la primera gran tragedia humana, aún pendiente de resolver, el de la pugna -de cooperación o de conflicto- entre mi “yo” y el de los otros y, en consecuencia, surgen también las actitudes de renuncia, altruismo y solidaridad, o bien las de afirmación, egoísmo e individualismo.


Lamentablemente, ningún “yo” puede por sí mismo y por sí solo fabricar la vida y, más o menos de modo casi similar, tampoco puede resolverla, solucionarla, porque eso que llamamos “vivir”, no es tanto una realidad biológica, como un enorme e interminable repertorio de necesidades, sin cuya solución nadie puede hacerlo. Ni aun dentro de un ya trasnochado e inviable primitivismo aislacionista, por vocación o por circunstancia, al modo de Robinson Crusoe, que no deja de ser más que un mero producto de literatura, por ciertos y reales que hubieran sido los naufragios del marino escocés Alexander Selkirk y del Capitan de la Marina española Pedro Serrano, en los cuales se inspiró Daniel Defoe para escribir aquella historia, y porque nos encontramos ya excesivamente lejos, nada menos, en este preciso momento, que a doscientos ochenta y nueve años, de 1719, cuando aquélla se escribió. Mi “yo”, desde que se instala -es decir, desde que es instalado- en la existencia, ineludiblemente depende y se halla condicionado a y por otros “yo”, cuya presencia y aportación a eso que llamamos “la sociedad” -salvo inviabilidad de esta misma- se hace imprescindible. Nadie puede ser ya autárquico y, en consecuencia, nadie puede prescindir de la convivencia social. Ello es una gran suerte y, al mismo tiempo, una terrible desgracia, quizá la mayor de cuántas acechan al ser humano. Lo es, porque, para que la vida humana en convivencia en principio sea posible, también es necesario eso que se llama la Autoridad. En efecto, ha de escribirse con mayúscula tan sólo cuando algún título, de entre los axiológicamente aceptables, es capaz de legitimar el poder material, la mera capacidad de hecho para suscitar la obediencia de cada “yo”. Pero, aún así, cuando el poder inicialmente se legitima en Autoridad, de un modo más o menos aparente en la mayor parte de los casos, y tan sólo de manera verdadera y propiamente legítima en unos pocos, surge y en ocasiones se manifiesta virulentamente la cuestión capital: ¿La Autoridad, o mi “yo”? A la hora de responder a esta pregunta, es también cuando el binomio libertad-autoridad, cobra y despliega su conflictividad más acusada. ¿Por qué ha de prevalecer la autoridad (que no es de nadie, o es de muchos) sobre mi libertad, que solamente es mía? Quizá, o más bien sin duda, no siempre debe ser así, porque, en primer término, como ya he dicho, a veces la autoridad no es tal, ya por haberse obtenido con torpes artimañas y engaños, o incluso porque a quien la ostenta le sobrevino “de chiripa”, más o menos como a quien le toca una cacerola o un lote de papel higiénico en una tómbola de feria. Bien, en segundo lugar, porque, en el caso contrario, no basta que haya sido legitimada en su origen, sino que, su legitimidad, requiere un constante ejercicio igualmente legítimo, que únicamente se produce cuando tal ejercicio se acomoda al “deber ser” o, si se quiere, para no incurrir en lo que Ortega llamó “éticas mágicas”, a lo que objetiva y perceptiblemente resulta, en la apreciación mayoritaria, cierta y real, el bienestar de todos, de cada “yo”, o de la mayor parte de ellos. Sólo entonces, es admisible que la autoridad pueda primar sobre la libertad individual.


Mas, cuando no es así, cuando la autoridad se exhibe como un trofeo de caza, obtenido en las urnas -¡y vaya de qué modo, en ocasiones!- cuando “se blande”, como una espada, sobre las cabezas de los “yo” a ella teórica y dramáticamente sometidos, sin más sólidas razones que las puramente formales, y hasta formalistas, incluso en medio de la mayor y más absoluta incompetencia e incapacidad de quién la ejerce, entonces surge el drama del “fracaso de la autoridad” y, entonces también, cabe una fórmula que ya no es precisamente “mágica”, ni taumatúrgica, sino sencillamente posible y que, es, nada más y nada menos, que la de sustituir la autoridad por la responsabilidad individual. Mi “yo”, no necesita de ningún poder coercitivo, inicialmente no legítimado o posteriormente devenido en ilegítimo, por malvado, por inútil e ineficaz o por ambas cosas. Este “yo”, es capaz de remplazar a ese poder con su propia recta conducta en todos los órdenes. Y esto, precisamente esto y solamente esto, es el anarquismo, el verdadero, el único capaz de conducir al todo -en el que concurren todos los “yo”- al fin natural que la propia Naturaleza reclama, el bienestar común y la felicidad humana en la Ciudad terrestre. El anarquismo, así pues, no consiste en “poner bombas” y causar daños. Esto es, simplemente, terrorismo.


Desde luego, puede haber muchas clases, categorías o formas de anarquismo, pero el que acabo de apuntar no es, desde luego, el anarquismo de Mijaíl Bakunin, el filóso idealista influenciado por Kant y después por Proudhom y Kropotkin, sino, más bien, el anarquismo de Sir Thomas More, llamado en español (siguiendo esa necia costumbre de intentar traducirlo todo) Tomás Moro, aquel gran hombre, miembro del Parlamento britanico, Juez y Sub-Prefecto de la ciudad de Londres y, finalmente, Lord Canciller de Enrique VIII, que se negó a acatar la Autoridad, en ejercico de su conciencia y libertad, rectamente formadas, y que, pese a ser encerrado en la Torre de Londres durante un año, murió decapitado, el 6 de Julio de 1535, en aras de aquella misma libertad. Ya en el potro, pronunció con serenidad y valor aquellas rotundas palabras: “The King´s good servant, but God´s first” : “Soy buen servidor del Rey, pero primero de Dios”. Por ello, fue beatificado en 1886 por el Papa León XIII, proclamado santo, con la advocación de Santo Tomás Moro, Mártir, el 19 de Mayo de 1935 por el Papa Pío XI y, finalmente, declarado patrono de los políticos y los gobernates por Juan Pablo II, en 1985. Este anarquismo, es el reflejado en su obra universal “Utopía”, que también puede ser un producto literario, ya que su mismo autor sugiere o insinúa la incredulidad en su existencia: Amauroto (o “sin muros”), es la capital de la comunidad que describe, está regada por el río Anhidro (o “sin agua”) y regida por Ademo (“sin pueblo”), por lo que Utopía, realmente significa “No hay tal lugar”, como tradujo al castellano Don Francisco de Quevedo. Una Ciudad en la que todos viven en casas iguales, trabajan por periodos en el campo, disfrutan de la propiedad común de los bienes, no hacen la guerra y dedican su tiempo libre a la lectura y al arte. Por ello, desde entonces se ha utilizado el término “utopía”, tanto para hacer referencia a obras de ficción, idealistas o incluso prácticas, como a las experiencias fundadas en tales ideas. Y así, se habla de utopías económicas, políticas o religiosas. Últimamente, hasta se hace referencia a la “utopía ecologista”.


Por ello, es conveniente aclarar de una vez por todas, que una “utopía”, no es , ni mucho menos, “un ideal irrealizable”, esto es, imposible de realizar, sino, más bien, “un ideal que nunca se realiza”, lo cual no es lo mismo. Mientas hay utopia, hay lucha por el ideal. Pero, si ni tan siquiera queda la utopía, ¿qué puede quedarnos?. Por eso, la utopía del Cristianismo, al menos, ha tenido siempre bien claro, y así lo ha enseñado y proclamado al mundo, que el Paraíso prometido por Dios, no está en la tierrra. Y por ello, el anhelo de todo cristiano, ha de estar siempre fundado en la Esperanza, de que un día, al fin, se consumará la Historía y comenzará la Meta-Historia, que es lo mismo que el Reino de Dios, sólo que este último, aunque no se realice en ella, si que comienza en la tierra. Luis Madrigal.-

Arriba, Sir Thomas More, cuadro pintado en 1527 por Hans Holbein, el Joven. Santo Tomás Moro, Mártir, también fue íntimo amigo de Erasmo de Rotterdam, quien le inspiró su obra cumbre, "Utopía"


viernes, 24 de octubre de 2008

ERASMO



Podrian suponer algunos de "ustedes-vosostros", como dicen los andaluces, que bajo el título de esta entrada de hoy, no podría caber otra cosa, comentario o referencia alguna a ningún otro personaje sino a aquel genio de Rotterdam, nacido en esta misma ciudad de los Paises Bajos en 1469 y muerto en Basilea en 1536. A aquel eximio filósofo, teólogo y humanista que revolucionó intelectualmente a toda Europa, desde aquella conferencia pronunciada en Oxford, precisamente sobre San Pablo, cuyo 2000 aniversario de su nacimiento este año celebramos, y que posteriormente explicó Teología en Cambridge. A aquel gran hombre, elogiado por Lutero, pero que no se inclinó hacia ninguno de los dos bandos de la Reforma, pese a que el Concilio de Trento prohibió la lectura de sus obras, las tachó y las incluyó en el "Indice". Pero, no. Resultaría excesivamente complicado dedicar una entrada de Blog a un personaje de tal dimensión, porque, no sólo "se saldría" de tan pequeño escenario, sino que hasta dificilmente podría caber en un tratado. Por eso, el Erasmo al que hoy yo quiero recordar, en un homenaje de nostalgia y sentimentalismo biológico, y pese a apartarse diametralmente en tamaño de su gigantesco homónimo -aunque quizá no en afán e inquietud por el saber- es a uno de los más celebrados bedeles de mi Instituto de Enseñanza Media "Padre Isla", de León, que ejerció no tanta y profunda influencia como el de Rotterdam en la actividad académica de los años 40-50, pero sí, sin duda, mucho más grata, porque su misión más importante era la de anunciar a los catedráticos y profesores el fin de la clase, momento éste especialmente feliz. De pronto -aunque ya algunos teníamos relojes de pulsera de los que estábamos pendientes- se abría desde el exterior la puerta del aula y surgía alguno de aquellos uniformados funcionarios (traje azul marino, bordeadas las mangas por galones dorados) y pronunciaba sonoramente las palabras rituales: "¡La hora!" ¡Qué felicidad para todos...! Sin duda alguna, este Erasmo nuestro, tan cálido y tan próximo a nuestros juveniles corazones, nos hacía mucho más felices, y le queríamos mucho más, que al otro, al de Rotterdam, tan frío y lejano y, sobre todo, tan complicado de entender. A nuestro Erasmo, no. A él, le entendíamos perfectamente, y además nos encantaba escucharle, hasta el punto de alzarse un clamoroso silencio cada vez que teníamos la oportunidad de hacerlo colectivamente. Como hoy se diría, y se dice, aquello "era una gozada". Así era, en verdad.

Por aquellos años, en mi Instituto, había tres bedeles, debidamente jerarquizados. El principal y jefe de los otros dos (porque era Conserje-Portero), se llamaba Esteban, sujeto de especial mala leche, pero que era conocido, por el inmisericorde alumnado, como
"Besugo", aunque el pobre señor, en realidad, no tenía ni mucho menos cara de pez, sino más bien de bóvido. Yo, le hubiera llamado "Horacio", que, creo recordar, era el nombre de aquella vaca tan simpática de Walt Disney, aunque naturalmente antes tendría que haberme empleado a fondo para cambiar el adusto gesto de Esteban por otro más sonriente y festivo. El segundo, aunque, en realidad en categoría administrativa, era el tercero, tenía el extraño nombre de "Bécares". Todos pensábamos que se trataba de su apellido, pero no, era su nombre de pila. ¡Qué cosas, o vaya nombres!. Bécares, tenía una acentuada cara de "hijo del agro", pero, al parecer, había sido minero, más que agricultor, en las minas de la Montaña y, a causa de una explosión de grisú, tenía la cara quemada a corros y la nariz respingona un tanto carcomida. Era un tipo, más bien insulso y sin la menor chispa, al que el régimen franquista había situado de bedel, tras el accidente. No era "de oposición", sino "de dedo". Como supongo lo serán ahora, tantos y tantos, cada vez que el PSOE se hace con el poder político y el resto de los poderes públicos, aunque sin sufrir accidentes en la mina, sino simplemente por pertenecer a la UGT. Y el tercero -en realidad el segundo, no vaya a levantarse, supongo de su tumba, para entablar un recurso contencioso-administrativo sobre reconocimiento de antigüedad- era este, Erasmo. Y, si el de Rotterdam se dedicó fundamentalmente a escribir, este nuestro era por esencia "Orador", con mayúscula, porque era uno de esos oradores que hubiese necesitado la existencia en León de un "Speakers´Corner", similar al del Hyde Park londinense, para poder ejercitar su arte. Pero, como allí no se disponía de eso, a Erasmo, le entusiasmaba, utilizar esos diez minutos, que a veces llegaban al cuarto de hora, o a la hora y cuarto que solía durar una clase, para aprovechar el retraso o la incomparecencia del Catedrático o del Profesor y, con el pretexto de salvaguardar el orden, pronunciar sus discursos en presencia de todos los alumnos de la correspondiente asignatura, fuera la que fuese: Latín o Matemáticas; Literatura, Filosofía o Ciencias Naturales. En aquellos tiempos, a diferencia de los presentes, en los que los alumnos suelen reirse en su cara de los Profesores e incluso darles una buena paliza, el Profesor era un señor déspota -en general- que "perdonaba la vida" a los pobres alumnos y hacía lo que le venía en gana. Problemas de las dictaduras, he de reconocerlo, aunque ahora haya otros radicalmente contrarios. Recuerdo también a un verdadero sinvergüenza, deshonra máxima del profesorado español, quizá de todas las épocas y lugares, que en teoría "explicaba" Geografía e Historia y que jamás se dignó utilizar el tiempo de clase para explicar ni enseñar nada, sino tan sólo para leer, paseando con el abrigo sobre los hombros -hacía un frío del diablo- novelas de Zane Grey. Se llamaba "Arévalo", era andaluz y nos llamaba a todos sin distinción "mala beztia". Este señor, como digo, era un perfecto sinvergüenza, un estafador -aun del escaso sueldo que percibiría- y por supuesto el culpable de que yo haya tenido que estudiar la Historia del siglo XIX español por mi sóla cuenta. En cuanto a ir o no a clase, eran relativamente frecuentes las veces que los Profesores llegaban tarde o no aparecían. Aquéllo era un Instituto estatal, no el Colegio de los Hermanos Maristas, o de los PP. Jesuítas -S.J.- o Agustinos -OSA-. Y estas ocasiones, eran "capitalizadas" por el bueno de Erasmo, entre el regocijo general, para pronunciar sus piezas oratorias. Erasmo, se situaba en la plataforma destinada al Profesor, delante del encerado, llamado también "la pizarra", e iniciaba su discurso con una reconvención paternal y una llamada al orden y al buen comportamiento. Después, podía acometer cualquier tema de alta retórica, a veces a petición de algún espontáneo situado en las filas de atrás, -en unas encantadoras aulas provistas de escaleras, como en las Facultades universitarias- con intención deliberadamente comprometedora o jocosa. Pero Erasmo, no se arredraba por nada, ni había quien le "echase un toro al corral". Hablaba despacio, pendulando a derecha e izquierda, con ambos brazos extendidos a lo ancho de su envergadura, como si fuera un avión. Unas veces, casi giraba sobre su propia cintura; otras, levantaba del suelo, alternativamente, uno y otro pies. Sólo le hubiese faltado "despegar" y darse unas "pasadas" junto a las lámparas de globo que pendían de los altos techos del aula. Estoy convencido de que Erasmo, antes de la ocupación de bedel, sintió la vocación de aviador, debido quizá a la proximidad de la Base aérea "Virgen del Camino", guarnición del casi recien creado Ejercito del Aire.

Erasmo, evidentemente, no era hombre de gran cultura, por eso era bedel y no catedrático de Filosofía -aunque sin duda ahora, en estos tiempos, podría serlo o, casi indudablemente, lo sería- pero sí de mucha inquietud y ganas de aprender y de saber. Con el paso del tiempo, su figura se ha agigantado a mís ojos y ahora pienso que sus razonamientos y consejos eran altamente saludables. Eso sí, como muchas personas que han captado y formado su vocabulario, fundamentalmente, al oído, Erasmo, nos obsequiaba ocasionalmente con verdaderas "perlas" lingüísticas. Así, en las proximidades del verano -en los años 40-50 hacía también en León, en esa época, un calor respetable- Erasmo dormía con la ventana
"herméticamente abierta". En cierta ocasión, nos dejó un poco preocupados porque dijo estaba a punto de "contraérsele" su hijo mayor, lo que algunos interpretamos como un grave y extraño caso de raquitismo galopante y decreciente, en aquellos pobres, pero muy felices, años de la "Cartilla de Racionamiento", en los que la alimentación no era abundante. Por fortuna, después pudimos saber que, simplemente, se había casado su hijo. Esto es, había "contraido" matrimonio, naturalmente canónico, como mandaba y manda la Santa Madre Iglesia. Lo que no estaba nada bien, es que los no creyentes no pudiesen contraer otro, el civil, por ejemplo (no el del "rito zulú"), salvo necesaria y previa declaración formal y expresa de apostasía, como en su día declaró la Fiscalía del Tribunal Supremo. Eso, también debo admitirlo, no estaba nada bien. Las cosas, como son. Finalmente, y recuerdo que aquéllo fue lo que más gracia a mí me hizo, con ocasión de una tormenta cayó un rayo en las inmediaciones el Instituto y, según Erasmo, con tan desgraciada mala suerte para uno de los empleados de una industria cercana (que quedó calcinado), porque aquel rayo "lo dejó... ¡ileso!".

¡Oh, Erasmo...! ¡Qué gran orador hubieses sido!. Y lo fuiste. Pese a estas pequeñas pifias, siempre reparables con un poco de lectura, a tu lado estos señores que ahora infectan el Parlamento -convetido en
"Leemento"- son una zapatilla, una alpargata sucia y maloliente... En tu glorioso tiempo -lleno también por cierto de grandes oradores, académicos, forenses, litúrgicos, castrenses, o simplemente charlistas de café- sólamente te superó quizá, en León, "Castelar", aquel ciego que vendía el cupón, no muy lejos de nuestro querido viejo Instituto, con sede en aquel majestuoso edificio de estilo (del mismo arquitecto que diseñó el antiguo Palacio de Comunicaciones de Madrid, en la Plaza de Cibeles), al que algún salvaje ordenó meter la piqueta. No por nada, el señor Alcalde de la Capital de España, se ha quedado con el que tanto se le parece para convertirlo en sede del Ayuntamiento de Madrid. Descansa en paz, querido Erasmo, porque pienso que eso es lo más probable, y que el buen Dios te tenga para siempre a su lado. Luis Madrigal.-

Arriba, en lo más alto, como objetivamente corresponde, Erasmo de Rotterdam, figura máxima intelectual de la Europa de su tiempo. Más abajo, un orador en el Speakers´Corner de Londres, de lo que lamentablemente carecíamos en León, en tiempos de nuestro Erasmo. De aquel viejo y monumental Instituto, por fuera y por dentro, en el que Erasmo fué Bedel, no me es posible aportar imágen alguna, a causa de la barbarie. Podría traer el edificio que le sustituyó, pero su vulgaridad no lo merece.




jueves, 23 de octubre de 2008

CAPRICHO ESPAÑOL (Rimsky-Korsakov)

CAPRICHO ITALIANO (Tchaikovsky)

SINFONÍA FANTÁSTICA (Berlioz) 4º Movtº Noam Zur

LA CRISIS


Casi todo el mundo habla de "la crisis" y muy pocos, creo yo, saben verdaderamenete de qué están hablando, incluso puede que nadie lo sepa. Naturalmente, se habla, sin saber o sabiendo, pero, sobre todo, se teme a la crisis económica. Porque, la primera acepción del término "crisis", es estrictamente médica, y consiste en toda mutación considerable en una enfermedad, tras la cual se produce un empeoramiento o una mejoría. Cuando el enfermo logra superarla, se dice que se ha curado "por crisis", porque frente a este modo de curación, existe también el de la "lisis", que es la terminación lenta y favorable de la enfermedad. ¿Estaremos en este caso de la economía, ante un supuesto de "crisis", o de "lisis"; esto es, de algo duro pero pasajero, para regresar al bienestar general, o de una larga e interminable catastrofe colectiva de privaciones y sufrimientos?. En consecuencia, si de verdad es cierto aquéllo de "zapatero a tus zapatos" (conste que no trato de referirme a ningún imbécil), y yo creo que sí, que es verdad, de Economía, tan sólo pueden hablar los economistas. Al menos, son los únicos -aunque no sean todos- que pueden hablar con propiedad, sabiendo de qué hablan. No soy yo muy partidario de los filósofos positivistas, tras su augusto creador, sin redundancia ni cacofonía alguna, dado que precisamente se llamaba Augusto, es decir Auguste, porque era un "franchute" de Montpellier. Ni de él ni de las escuelas organicistas (Pareto, Small, Carey, etc.) que le siguieron y que llegaron a sostener que la Sociedad, y dentro de ella, como es lógico, la economía y la ciencia económica, no se diferenciaban excesivamente de los cuerpos orgánicos vivos, con sus venas, sus arterias, su paquete muscular y su sistema nervioso, de tal manera que lo que llamamos el "cuerpo social", se comportaría de un modo similar a un cuerpo físico, que hasta podría ser, por tanto, observado a través de un gigantesco microscopico universal. Bueno, en realidad, Comte, que así se apellidaba este señor francés, no llegó a tanto. Se limitó a formular la "Ley de los tres estados" y la "Ley enciclopédica", para desarrollar, combinándolas, una clasificación sistemática y jerarquizada de todas las ciencias, incluso la física -orgánica e inorgánica- y hasta de lo que él mismo llamó "física social" y, después de él se ha llamado y se llama "Sociología". Fueron más bien las citadas escuelas, las de sus citados seguidores, quienes proclamaron semejante disparate. Pues bien, la Economía, sería una ciencia, naturalmente de "la realidad social" ("cañones o mantequilla") que viviría dentro de la Sociología más o menos organicista y estaría, por tanto, sometida a sus propias leyes. Todo esto, a mí, en su día, y con el debido respeto a los que crean en ello, me pareció un bello cuento y, desde luego, no me lo creí. Con el mismo respeto, pienso que "la Sociología" es una de esas ciencias que "no existen". ¡Por favor, si hay quien niega el carácter de ciencia al Derecho -y tampoco tengo demasiados argumentos para sostener lo contrario- cómo va a ser una ciencia la Sociología! Y, casi, casi, de "la Economía", por las razones ya indicadas, cabría decir otro tanto. Digo cabría, porque desde luego yo no lo digo, ni me atrevo a decirlo. En cuanto a esta última, aunque personalmente yo crea mucho más en "los hombres de negocios" (y en las mujeres, no faltaba más), que en los economistas, cabe sin duda subrayar numerosos aspectos que sí pueden considerarse científicos (sobre todo al introducir la Matemática), o al menos ciertos y verdaderos. Porque ya se sabe que hay dos maneras de referirse a casi todas las ciencias: La que se enuncia diciendo "no sabemos si esto es o no verdad, pero es científico" (escuela alemana, de Duselford, en Renania-Wesfalia; Berlin o Tubinga, Baden-Württemberg, a orillas del bellísimo río Neckar) y la que proclama el "no saber si algo es o no científico, pero sí que es verdad" (escuela americana, ya sea de Harvard, con sede en Cambridge (Massachusetts) o de Yale, en New Haven (Connecticut), es igual. Los americanos, son gente muy práctica, aunque en la ocasión se diga que han sido ellos precisamente quienes han involucrado al mundo en esta actual epidemia económica. Por eso, digo, que no hay que fiarse tampoco mucho de los economistas y, en apoyo de mi estimación, alegaré aquel "chiste" de Mingote -publicado hace ya muchos años- en el que un mendigo le decía a otro, ambos bajo el mismo puente: "No, si yo antes, era millonario, pero me dejé aconsejar por un economista..."

El caso es que, muy recientemente, escuchaba yo uno de los programas de la emisora de TV "Libertad Digital". Era uno de sus acostumbrados coloquios, en el que se debatía el ya famoso "Informe Recarte", con participación del propio autor, Don Alberto Recarte, que así se llama este señor. Todos los demás intervinientes eran también economistas, entre ellos el Director de la revista "Expansión". Y, desde luego, daba gloria oirles hablar a todos ellos. Hasta yo, pude entenderlos en bastantes aspectos, porque aquello era la suma claridad, dentro de lo complejos que son estos fenómenos. Y, en parte porque ellos mismos lo sugirieron, en el curso de sus observaciones y matizaciones, o quizá mucho más porque -por radical y obsceno contraste- yo estaba pensando en lo que oigo decir a los políticos (en particular al señor Ministro de Economía, que, al parecer, resulta ahora que tampoco es economista, sino tan sólo "Licenciado en Derecho" y que yo tomé, en su dia, por hombre competente y honesto), terminé encomendándome al buen Dios, y conmigo a todos los españoles, para que Él nos proteja. Resulta que estos individuos del PSOE, como ya he dicho otras veces, partido político que tanto mal ha hecho a España desde su misma nefasta fundación, aparte de que, en general, no tienen idea de Economía ni de nada, sabían ya lo que se presagiaba, porque el Informe de referencia lo había anunciado y diagnosticado desde el mes de Enero de 2007, pero lo silenciaron deshonesta y canallescamente, profetizando falsos resultados justamente contarios a los producidos, adoptando medidas radicamente opuestas a las necesarias, y llamando "antipatriotas" a quienes lo proclamaban, tan sólo porque, a corto plazo, habrían de celebrarse las Elecciones legislativas. Les creo muy capaces de esto y de mucho más. Pero, a pesar de todo, yo me permito articular otra explicación mucho menos enrevesada, mucho más sencilla y lineal. Yo, no digo tanto que sean "malos", es decir perversos, que puede que lo sean (al menos en lo que se refiere a su satánico intento de desterrar a Dios y, en particular a la Iglesia de Jesuscristo, de la faz de España), sino que son más que "peores", esto es, pésimos, que es el superlativo de "malo", en lo que se refiere a la carencia de la menor brizna de inteligencia, instrucción, formación cultural y profesional y, en general, a cuántas aptitudes cabe exigir a un dirigente político. Son lo peor y los peores de toda la Sociedad, ya desde que se estaban criando en la Escuela, el Bachillerato y la Facultad (los que pasaron por ellos y no proceden directamente de la UGT o de algún taller de pintura de brocha gorda). ¡Y ellos son -hecho éste que hacía estremecer a los contertulios de Libertad Digital- precisamente los que van a administrar la crisis económica y a adoptar las medidas correspondientes! Es lo mismo que situar a un zorro, o a una zorra (zorros/as) a cuidar a las gallinas, o a un atajo de lobos, a los mansos corderos. Algo así. Entre otras amplias facultades, gozarán de la de disponer de ingentes cantidades de dinero que, después, habremos de aportar al erario público todos los contribuyentes. No es para alarmarse. Es casi para pegarse un tiro. Y todo ello, Sr. Aznar, por aquella vanidad suya -aparte de otros errores como el inicial de "pasar página"- que en mala hora le tentó a hacerse aquella fotografía insensanta y fantasmal. Todo ello, también, porque usted, Sr. Rato, por despecho de no haber sido el sucesor o por lo que fuese, se marchó de España, en vez de quedarse. Todo ello, en suma, Sr. Rajoy, porque usted no ha resultado ser todo lo listo que yo mismo le suponía, o al menos no tan listo. Por eso, y fundamentelmente porque nuestra querida España carece de un verdadero cuerpo electoral, y tan sólo está dotada de una masa informe, que sigue rebelde e invertebrada... Sólo por eso tenemos "esa cosa" que dicen es -y sin duda lo es, para desgracia de todos- el Presidente del Gobierno, sujeto en el que hay que admirar un valor muy superior al del más valiente torero, sí, porque ¿cómo puede atreverse a cruzar palabra no digo ya con otros políticos, nacionales o extranjeros, que serán más o menos lo mismo, sino con verdaderas personalidades, con grandes hombres, humanistas, catedráticos o banqueros, o incluso con los contertulios a los que yo escucaba en "Televisión Digital"? ¿Qué puede decirles, por mucho que le digan otros a él? ¡Y qué otros, Dios mío! ¿Qué puede pensar o decir un individuo que realizó sus estudios de Bachillerato en un Colegio en el que -en mis tiempos- se refugiaban las mentes más duras y obtusas, la badofia intelectual de la Ciudad, para poder terminar tales estudios? ¿Y todavía hay alguien que diga que esto de que los peores elijan a los peores es el mejor sistema político para organizar la Cives, el Estado, el Reino, la Republica...? ¡Dios mío, ven en nuestra ayuda...! ¡Señor, apresúrate a socorrernos...! Luis Madrigal.-

Arriba, el cuadro de Quentin Metsys, "El cambista y su mujer" (1514). Un cambista, precedente inmediato de los actuales banqueros, cuenta las monedas sobre la mesa, en la que también hay perlas y alhajas. El hombre, está concentrado en tales bienes, como muestra la expresión de su cara. Su mujer, en cambio, que está leyendo un libro de "Horas", una se las especies de libros religiosos de la época, no parece muy contenta, su expresión es triste, como si no le agradase el trabajo de su marido.

A continuación, "Apocalipsis", música de Mario Lochtenknapper. Quizá debamos prepararnos para escucharla, si es que -cuanto antes mejor- no vuelve a haber Elecciones.


miércoles, 22 de octubre de 2008

LAS LEYENDAS




Una leyenda es una descripción o narración puramente imaginativa -esto es, no real o no verdadera, sino falsa- aunque vinculada a un elemento cierto, que se va transmitiendo de época en época y de generación en generación. Con mayor rigor aún, se ha de decir que, para que exista una leyenda, es preciso que la narración se encuentre escrita, pese a que haya leyendas orales, que se transmiten por este mismo medio. Esto, más bien, sería la tradición. Sin embargo, en sentido propio, por razón de su etimología latina (legenda, o "lo que debe ser leído") toda leyenda, necesariamente ha de estar escrita. En otro caso, ya no es una "leyenda". No hay inconveniente en admitir este elemento, como básico, a los efectos a los que hoy pretendo yo referirme. Pero, a esos mismos efectos, lo que me parece verdadera y rigurosamente esencial, es que una leyenda es una narración ficticia, que hace referencia a algo también falsamente maravilloso, transcendente, vital, indescriptible o inenarrable. A algo, sin lo cual, el mundo entero no podría mantenerse en pie. En nuestra literatura española, encontramos ya infinidad de leyendas en el Romancero y también en la novela cortesana del Barroco. Más tarde, en el Romanticismo, el Duque de Rivas, Fernán Caballero y Gustavo Adolfo Bécquer, elaboraron obras magistrales de leyendas, en verso o en prosa, sin despreciar las de José Zorrilla o Washington Irving. Y también en la literatura narrativa de nuestra América hispánica, podemos hallar muestras bien significativas, de las cuales, quizá las más descollantes puedan ser las contenidas en el libro "Tradiciones peruanas", de Ricardo Palma. ¿Qué peruano no ha leído, por ejemplo, esa pequeña maravilla titulada "El alacrán de Fray Gómez"?. Quiénes no lo hayan hecho -peruanos o no- deben hacerlo ahora mismo, sin más tregua.

Sin embargo, en los tiempos modernos, y ya desde hace décadas, el mejor concepto o género de leyenda, en lo que tiene de objetivamente falso, irreal, intranscendente e inútil para el bien de la sociedad, o para "el progreso", como diría un intelectual de izquierdas, es el que hace referencia, muy en especial, a los futbolistas, pero también a los ciclistas, tenistas, etc. etc. A toda esta clase de individuos, tan sumamente parasitarios para el cuerpo social, que alcanzan fortunas millonarias merced a la estupidez ajena colectiva, y que, según se nos dice, constituyen verdaderas "leyendas", si hemos de dar algún crédito a los periódicos deportivos y a los radiofonistas, presentadores televisios y demás sectores de ese sub-mundo, tan sumamente inculto e irracional. Así, por ejemplo, una de esas celebérrimas "leyendas" es don Alfredo Di Stéfano, que llegó a la España de blanco y negro en 1953, y desde entonces no ha hecho otra cosa sino acumular valores "legendarios" a todo color. Así lo proclamó en su día ese órgano de la cultura popular y universal titulado "MARCA", al otorgarle un premio especial (como recoge una de las fotografías que aquí insertamos hoy). Pero, también, muy en general se agrupa en este gradioso concepto -el de "leyenda"- a todo el conjunto de individuos más o menos semi-analfabetos (salvo gloriosas y contadísimas excepciones) que se refugian en las diversas especies de juegos y ejercicios físico-deportivos, incluido últimamente el Golf, esa estupidez inventada -como casi todo en la materia- por los británicos, para pasear por las tierras altas de Escocia, los días de frío.

Bien, pues últimamente el citado diario "MARCA", en una más de sus numerosas explosiones culturales, congregó a una pandilla de adoquines para atribuirles en conjunto el mencionado título: El de "leyendas", lo que confirma el concepto esencial de tal, esto es, "narración puramente imaginativa, no verdadera sino falsa, aunque vinculada a un elemento cierto" . Y, desde luego, escrita, a través de ríos de tinta, de lo cual se encargan en España, entre algunos otros, los acreditados diarios "MARCA" y "AS", como ilustra otra de las fotografías que aquí se recogen y en la que puede observarse la presencia, no sólo de futbolistas, sino también de otras especies de sujetos de entre cuantos se dedican, bien a nada, bien a manejar pelotas de cuero, más o menos llenas de aire. Del mismo noble elemento del que seguramente están repletas sus cabezas. Luis Madrigal.-


martes, 21 de octubre de 2008

NEGRA SOMBRA


Cando penso que te fuches
negra sombra que me asombras,
ó pe dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.
Cando maxino que és ida
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila
i eres o vento que zoa.

Si cantan, és tí que cantas;
si choran, és tí que choras,
i és o marmurio do río,
i és a noite i és aurora.

En todo estás e tí és todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras


Cuando creo que te has ido
negra sombra que me ensombreces
al pie de mi cabecera
haciéndome burla vuelves.
Cuando pienso que eres ida
en el mismo sol te muestras,
y eres la estrella que brilla
y eres el viento que zumba.

Si cantan, tú eres quien canta;
si lloran, tú eres quien lloras,
y eres el rumor del río
y eres la noche y la aurora.

En todo estás y eres todo,
por mí y en mí misma moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me ensombreces.


Rosalía de Castro

Ocho siglos de poesía gallega

El "Rexurdimento"


lunes, 13 de octubre de 2008

"LOS CABALLITOS"


Durante toda mi infancia, llegaban por estas fechas de Octubre, antes o después, a mi Ciudad natal de León, "Los Caballitos". A muy temprana edad, calculo que a los 4 o 5 años, recuerdo haberlos visto instalados en la Plaza Mayor, cuando aún en esta plaza se encontraba la estatua del dios Neptuno, con su puntiagudo tridente. En particular, recuerdo, aún con temor, un artilugio -que hoy sería cosa de risa, ante los que en la actualidad se fabrican e instalan- llamado "Las Cadenas", cuya denominación, desde luego, constituía una verdadera sinécdoque, tanto por tomar la parte por el todo, como el género por la especie. En realidad, de aquellas cadenas se suspendían una especie de sillas, o asientos, que giraban y giraban a velocidades nada despreciables para la época. Recuerdo también por ello lo mal que lo pasé aquel día -era ya casi de noche- en el que una de mis hermanas, a cuyo cuidado yo me encontraba, me encomendó a unas amigas, a fin de poder subirse a aquel artefacto, mientras yo la miraba, y la veía volar con el espanto que este tipo de situaciones producen a los ojos de un niño de corta edad. Tras aquel susto, "Los Caballitos" volvieron a León, año tras año. Tal denominación, era también, a su vez, otra sinécdoque, porque, junto a ellos, que tan sólo eran una parte, había muchas otras cosas. Ya en los años 50 -los de mi Bachillerato en el viejo Instituto "Padre Isla"- se establecieron definitivamente -al menos hasta que yo me fui de León en 1962- en el Paseo de Papalaguinda, del que habla elogiosamente nada menos que Ortega y Gasset, en uno de sus artículos paisajísticos. No en vano, don José fue Diputado a Cortes por León, de lo cual podemos presumir todos los leoneses, aunque tengamos que avergonzarnos ahora y, desde luego, sin razón alguna, en el sentido de que en aquella gloriosa Ciudad haya nacido ninguno de los imbéciles que andan sueltos por ahí, para desgracia de España en general, aunque sí haya nacido, -en la Provincia- para desgracia particular, algún falangista traidor. Sin duda, creo yo, en la época en que "Los Caballitos" se establecieron definitivamenter allí, el Paseo en cuestión ya se llamaba oficialmente "Paseo de la Facultad". De la Facultad de Veterinaria, una de las cuatro más antiguas de nuestro país, con Madrid, Zaragoza y Córdoba. Entonces, no había más en toda España. "Los Caballitos," muy en general, eran lo que se llama una feria, también con suma impropiedad, porque toda "feria", en el sentido inicial y en el tradicional por entonces, consistía generalmente en la venta de ganado y productos hortofrutícolas o del campo, aunque con posterioridad, tal denominación, haya pasado a comprender cualquier evento, social, económico o cultural. Pero, sobre todo, y en el sentido general ya apuntado, "Los Caballitos" eran una tupida concentración de aparatos, más que de espectáculos, de diversión y entretenimiento, fundamentalmente infantil o juvenil, pero tampoco exento por ello de otras atracciones más propias para adultos, como el "tiro al blanco", que solía practicarse sobre un corcho al que sostenía un chorro de agua. Se disparaba con viejas y destartaladas, o en todo caso desequilibradas, escopetas de aire comprimido, que lanzaban perdigones, pero la mayor de las veces sin éxito alguno de impactar en el corcho. De ahí sin duda, el dicho castizo de "falla más que una escopeta de feria", generalmente aplicado a los futbolistas, pero que podría también destinarse a toda clase de "profesionales y artistas", dentro del concepto estrictamente fiscal o tributario y aún fuera de él. El "tiro al banco", sobre el corcho o sobre cintas de papel, pelotas u otros objetos, se practicaba, no en una, sino en varias de las "casetas" que permanecían alineadas a lo largo de las aceras del Paseo, en unión de otras destinadas a fines menos deportivos, como la venta y desgustación de vinos, aguardientes, aceitunas, patatas fritas, coco, dulces... y aquellos voluminosos copos blancos, de azucar batido, tan etéreos como pegajosos. Desde luego, pese a las "casetas", aquello no era ni muho menos la Feria de Sevilla, pero se le parecía un poco. Bien. En particular -y ahí la segunda sinécdoque, pero al mismo tiempo la principal- "Los Caballitos", eran una atracción giratoria, consistente precisamente en eso, en aquellos enjaezados y rutilantes caballos traspasados por una barra dorada, que, a la par que giraban, subían y bajaban, deslizándose sobre aquélla -¡eran caballos y tenían que trotar y hasta galopar!- con elgancia y solemnidad sumas. Creo que no ha habido niño en España que no se haya subido alguna vez a esos "Caballitos". Yo, los vi el otro día, aquí en Madrid, sin que se encontrasen alojados en ninguna "feria", precisamente en la Calle de Serrano, "la milla de oro", junto a un viejo acordeonista, sentado al borde una fuente, que hacía sonar su alegre instrumento, tan propio de París, de donde antes venían los niños, aunque ahora los niños, en vez de venir de allí, vayan cuanto antes a Disneylandia. Y no pude menos de emocionarme, al verme en situación de retorno a mi ya lejana infancia y juventud. Tanto, tanto, que no pude evitar que a mis ojos fluyese una lejana lágrima. Luis Madrigal.-

Arriba, un ejemplar de "Caballitos", el que encontré el otro día en la Calle de Serrano, de Madrid, precioso, mucho más bonito que los de mi infancia, pero no tan luminoso y emotivo para mí. Para matar del todo la nostalgia, publicaré también, seguidamente, una de las canciones que, en aquellos años, solían vomitar los altavoces, de los que estaban dotadas unas u otras "casetas" o atracciones. Había muchas melodías. Pero, yo siempre recordaré con emoción aquella del gran Jorge Negrete, (¡Viva Mejico lindo!), que había ido a "la feria de las flores", pese a que ya, en León (España), las flores, en tal época, sólo eran los crisantemos, también casi a punto de ser llevados a los Cementerios.


domingo, 12 de octubre de 2008

¡AMÉRICA: HOY, ES 12 DE OCTUBRE!







Un fuerto abrazo a todos los hermanos de América. Luis Madrigal.-

sábado, 11 de octubre de 2008

¡¡VIVA ESPAÑA!! ¡¡VIVA LA HISPANIDAD!!




VOZ DE LA SANGRE


"Con unas gotas de sangre
y un claro rayo de sol,
hizo Dios una bandera
y se la dió a un español
"

(Me lo dijo al oído, pero con firme acento, un gran amigo,
en una mañana de Primavera)



Crespón alado, de oro y rojo fuego,
que entre el oro y la sangre la cruz tomas
y media luna eclipsas, tras las lomas,
entre ríos y valles. Y que luego

bates las ondas, sientes alto apego
de morena simiente... Y de palomas
que volaron el mar, entre maromas,
mensajeras de Fe, a un mundo ciego.

De la sangre que corre por tus venas,
la que habla y entiende tu palabra
-que de Roma nació- tomas las penas.

Tomas su voz y el yunque en que se labra
amor y sangre... Y rompes las cadenas
que el del Norte trenzó, con voz macabra.

Madrid, Cualquier 12 de Octubre,
frente al Monumento a Cristobal Colón,
en el Paseo de la Castellana.

Luis MADRIGAL





viernes, 10 de octubre de 2008

¿RESURRECCIÓN... DE LA CARNE?


Mi buen y noble amigo Carlos Tobes -digo bueno, porque lo es, y noble porque suele echarme unas broncas tremendas y hacerme ver todos mis defectos, que son muchos- organiza periódicamente unas sesiones de Cine Forum, al estilo de los años 50-60, verdaderamente interesantes. Carlos, en este desierto cultural de la hora presente, es todo un ejemplo digno de agradecer. Ha comprado un reproductor especial de DVD y una enorme pantalla, para efectuar las proyecciones, bastante más que aceptablemente; adquiere también las películas que proyecta y, finalmente, trabaja para montar el “tenderete”, privándose de otras aficiones, y hasta obsequia a la concurrencia con unos sustanciosos y abundantes canapés y bebidas de toda clase, con lo que ya no es necesario cenar en casa. Su sala de proyecciones, se llama “EL Billar”, porque todo ello discurre en torno a una vieja e histórica mesa reglamentaria para la práctica de este deporte, eso sí, con su tapete verde debidamente protegido por dos tableros ensamblables y todo ello forrado con un sobrio pero elegante papel, a fin de poder servir de buffet, en torno a la cual se sitúan los asistentes a la proyección, que, elegantemente, aportan también algunas viandas a la velada. Finalizada la película, se abre el correspondiente coloquio. Todo esto sucede, en el Barrio de la Estación, Colonia García, de Las Navas del Marqués, pero -eso también- tan sólo se puede asistir a estas sesiones mediante rigurosa invitación, de la que yo mismo tengo el honor de ser objeto.


La última de las películas proyectadas este último sábado, 4 de Octubre, ha sido la monumental “Ordet”, de Carl Theodor Dreyer, que en castellano -y también en inglés, “The Word”- se ha subtitulado “La Palabra”, pienso que, tanto porque esta es la traducción literal del danés, como porque, justamente, es eso, la Palabra, la que produce el efecto, si así se quiere, más “espectacular”, aunque deberíamos decir misterioso y eterno. Los aficionados al Cine, sabrán bien de qué trata esta película, que ha obtenido las calificaciones más encomiables y hasta sublimes. Aunque esta versión -porque hay otra, además de la original para el teatro, del Pastor protestante Kaj Munk- se filmó en el año 1955, la acción discurre en una reducida comunidad de la Jutlandia occidental, hacia 1930. El viejo Morten Borgen (creyente tradicional, pendiente más de los problemas terrenales) dirige la granja de Borgensgaard. Tiene tres hijos: Mikkel (el agnosticismo), Johannes y Anders. El primero está casado con Inger (la santidad optimista) y tiene dos hijas pequeñas, aunque en este momento Inger se encuentra embarazada y esperan el tercero, que el abuelo Morten desea fervientemente sea un varón. Johannnes, es un antiguo estudiante de Teología que, a causa de las lecturas de Sören Kierkegaard (uno de los filósofos del siglo XX más inquietos y hasta angustiados por la cuestión de la Fe), aparentemente ha perdido la razón hasta el punto de identificarse con Jesucristo, y desde luego es considerado por todos como un verdadero loco. El tercero, Anders, está enamorado de Anne (personaje vulgar de difícil catalogación), la hija del sastre Peter Petersen (representante del fundamentalismo), y líder intransigente de un sector religioso rival. Ante el amor que su hijo siente por Anne, el viejo Morten Borgen tiene el coraje y la humildad de ir a casa del sastre para exponerle la situación y tratar de convencerle para que acceda a la boda de los dos jóvenes. Pero Petersen se muestra intratable y la tentativa separa más aún a las dos familias. Durante la disputa que ambos mantienen, suena el teléfono: Es Mikkel, que llama para comunicar a su padre y hermano que Inger está dando a luz, con grave riesgo para la vida del niño, que es un varón, y de la suya propia. Morten y Anders regresan apresuradamente a casa y encuentran al doctor (el ateismo cientifista) que, en principio, les expone las graves dificultades del parto y, finalmente, cuando parece haber salvado la vida de Inger, aunque no del niño, hasta presume de haberse debido a su intervención y a su ciencia, más que a las oraciones del abuelo Morten. Pero, al final, se produce la muerte y Mikkel, hundido en la desesperación, llega al extremo de incrementar su agnosticismo. El día del funeral, llega el sastre Petersen a Borgensgaard con su mujer y su hija para reconciliarse con Borgen y conceder la mano de Anne a Anders. El Pastor de la comunidad (la religión institucionalizada, o la Iglesia “oficial”) pronuncia una tradicional homilía y, en el momento en que se disponen a cerrar el ataúd, entre la resistencia y los sollozos de Mikkel, entra en la estancia Johannes que reprocha a todos su falta de fe y llega acompañado de la hija menor (el pilar sobre el que se apoya Cristo Jesús), quien está plenamente convencida de que su tío obrará el milagro. Johannes, pronuncia casi las mismas palabras que solía utilizar Jesús en estas ocasiones: “A ti te lo mando…” E Inger comienza tenuemente a mover los dedos de las manos y después se incorpora desde el ataúd para abrazarse y besar con pasión a su marido Mikkel, quien llora y abraza la fe. Respecto a esta última secuencia, algún sector de la crítica comentó, en su día: “Dreyer, después de ascendernos al cielo, nos devuelve súbitamente a la tierra”.


Muy en síntesis, porque los juicios de la crítica son muy numerosos, se ha dicho que: “La Palabra, es un relato de cómo el amor humano puede dar lugar, nada menos, que a una resurrección milagrosa, y una expresión extraordinaria de optimismo espiritual…”. Y también se ha dicho que, en este film, “Dreyer refleja las distintas posturas desde las que se puede acceder a la fe y los distintos modos que ésta tiene de mostrarse”, como ya hemos indicado. Pero, lo que a mí me parece esencial, sobre cualquier otro matiz, que también son muchos, es que “a través de la comprensión y bondad de Inger -uno de los personajes centrales- Dreyer sugiere que lo más importante no es tener fe sino tener corazón y que a partir de ello podremos llegar a la fe”. Esto, creo yo que es lo radicalmente esencial.


Por lo demás, son tantos los aspectos que en esta película concurren desde el punto de vista cinematográfico, que analizarlos todos -y menos por mi parte que no sé nada de Cine- resultaría imposible. Se abrió el coloquio comenzando por comentar el uso de la cámara, acerca de su pobreza o riqueza, según cada criterio; los acusados contrastes del blanco y negro; los cielos permanentemente borrascosos y grises, como si ya ellos percibiesen la tragedia… También, y ello me llamó la atención a mi mismo, el desplazamiento lateral de la cámara, de izquierda a derecha y derecha a izquierda. Aprendí en esta ocasión que esto se llama “barrido” y que, precisamente se diferencia del movimiento de cámara dentro de la profundidad de campo -lo que parece ser se efectúa mediante un aparato llamado “travelling”- aunque, según me dijo también un cinéfilo de los muchos que allí había cabe también la posibilidad de montar un “travelling barrido”. Cosas del Cine. Sin duda, por su carácter de adaptación de una obra teatral, también se hizo notar que, más que de cine, en realidad se trataba de “teatro fotografiado”, lo cual, entiendo yo, no desmerece en nada el valor de la película, y hasta alguien comentó que ésta se asemejaba, o incluso constituía, un verdadero “auto sacramental”, a lo que, por mi parte, he de mostrar mi absoluta discrepancia. Pero como nada dije allí, al respecto, nada voy a decir tampoco aquí, por razones de estricta y elemental elegancia.


Ya estaba a punto de concluir el coloquio, cuando alguien, precisamente un experto en Cine, a quien, como tal, en realidad no podría interesar demasiado la perspectiva en la que formuló su pregunta, hizo notar si -con independencia de todos los demás aspectos o extremos analizables cinematográficamente- acaso en la película no había sucedido nada más. Y lo que hizo notar fue, nada menos, que en dicha película, había resucitado, esto es, vuelto a la vida -después de haberse extendido el correspondiente certificado de defunción, y hasta cuando ya iba a cerrarse el ataúd- un ser humano, concretamente la bondadosa Inger. Nadie hubiera podido decir si un fenómeno tan descomunal se habría producido por mediación del grandioso corazón de Inger, de su propia santidad, o tal vez por la oración y la pureza de su hija más pequeña, porque el loco, perturbado por la lectura de Sören Kierkegaard, pese a profetizarlo, no era más que, en todo caso, un “médium” de la intervención divina. En la dimensión contraria, cabría asimismo la posibilidad de que Dreyer, fuera ateo -como alguien apuntó- y hubiese pretendido mofarse de la Fe, o lanzar una sibilina crítica hacia las objetivamente denostables actitudes humanas que, en la película y en la vida, concurren entre los creyentes, además de la intransigencia y “rivalidad” religiosa entre verdaderas sectas. Ahora mismo, contamos en España con numerosos grupos de este carácter –aprobados o no por el Vaticano- que constituyen exóticos ejemplares capaces de reducir a la nada a Peter Petersen (“el sastre”), en la película el intransigente jefe del grupo religioso antagónico. Y, muy probablemente, estas gentes son precisamente, muchas veces, quienes “no creen”, aparte de sus ridículos “aquelarres”.


Naturalmente, en lo que al atañe al fondo -la resurrección de un ser humano-, hay que encerrar la película en lo que podríamos muy bien entender por “ciencia ficción” por lo que se refiere al modo, o más bien, al momento, al tiempo, en el que, en ella, se obra el milagro de la resurrección. No es difícil suponer que, aunque la bondadosa Inger hubiese resucitado -provisional o, mejor dicho, temporalmente- habría de volver a morir, como hay que entender volvieron a morir, Lázaro, el hijo de la Viuda de Naím, o cuantos otros humanos resucitó Jesús a su paso por el mundo. Nadie se queda aquí definitiva y eternamente, del mismo modo en el que vino a la vida terrenal, a la existencia, dentro del tiempo histórico. La resurrección que todos hemos de esperar, es la relativa al tiempo escatológico, definitivamente eterno e irreversible, esto es, tras la consumación del tiempo y del espacio. Y, en esta perspectiva, y a diferencia de quiénes no creen, los cuales afirman que nos pudriremos en el sepulcro, para nunca más volver a ser nada, sino polvo y, quizá, aún ni eso, debo decir, con absoluta sinceridad, que por mi parte pregunté a los contertulios, simplemente, si yo, -no pretendía implicar a nadie más- que digo tener fe, también resucitaría. Quizá la contestación mayoritaria que obtuve, aunque al parecer hubo algún error de interpretación en relación con mi pregunta, fue más bien muy negativa o, en todo caso, sumamente dubitativa. Posiblemente, allí, más que ateos, lo que había era agnósticos, que muy probablemente es lo que somos la mayoría de los que decimos creer.


Y por ello, seguidamente, me permití exponer -traté de hacerlo, aunque lo hice muy mal- que la ultimísima teología bíblica, en una revisión profunda de los llamados Novísimos -las Postrimerías del hombre, de las que hablaban los viejos Catecismos- ya no admite -desde luego contra lo que la Iglesia oficial continúa definiendo o enseñando- que la resurrección se produzca en los términos tradicionales. Esto es, ya no se postula por parte de esta Teología puntera, que lo que resucitará será el cuerpo, pero no el alma, por ser ésta inmortal, y que aquél lo hará allá en el lejanísimo “Valle de Josafat”, en el último día del tiempo. Por el contrario, lo esquemas actuales parten de una crítica a la (en este punto) nefasta influencia, del dualismo platónico, que considera al hombre un ser dotado de alma (como si ésta fuera el pájaro, capaz de volar hacia Dios) y de cuerpo (que sería la jaula, condenada a la corrupción del sepulcro). Pero “yo”, no soy mi cuerpo más mi alma, sino mi alma y mi cuerpo inseparablemente unidos dentro de mí, algo así, más o menos, como el hidrógeno y el oxígeno, los dos elementos que componen el agua, en la cual, si se separa del otro cualquiera de ellos, aquélla desaparece; quedarán dos gases, pero agua no queda. Y lo que esta moderna teología bíblica dice es que, cuando muere el hombre, el ser humano, muere todo él, muere el cuerpo, pero también el alma, porque lo esencial del cristianismo no es la inmortalidad del alma, sino la resurrección de Cristo, que es la base y fundamento de nuestra propia resurrección. Es más, inmortalidad del alma y resurrección, son incompatibles. En esta perspectiva no hay dos vidas, la de aquí abajo y la otra, tras la muerte, sino una sóla, en la que la Muerte no es más que un simple instante de paso, de tránsito, como quien deambula, dentro de su propia casa, de una habitación a otra. La Muerte, no es, por tanto, otra cosa sino una mera sustitución y la resurrección se operará instantáneamente tras la muerte. Dios nos resucitará en el mismo momento de morir, cuando aparezca en los monitores la línea EEG, el electroencefalograma plano, sin el menor atisbo de vida. Y con nuestro cuerpo, el que objetivamente tenemos antes de la muerte, ¿qué pasará? Nada se puede afirmar –manifiesta esta doctrina- sobre la corporeidad que ha de proporcionarnos la resurrección. Pero lo que sí parece seguro es que no resucitaremos “con el mismo cuerpo que tuvimos”, sino “en etéra morfé” (Marcos, 16,12), “en otra forma", con una nueva corporeidad, con un cuerpo definitivo que ponga fin a los achaques y sufrimientos del cuerpo presente. ¿A quien puede interesar resucitar con este “cacharro”, sometido a revisiones y periódicas visitas al médico? En este mismo momento, un amigo muy querido para mí, está hundido en la más negra aflicción, porque se le está cayendo, literalmente, la carne de un pie a pedazos y el médico se plantea la amputación. Mi amigo, se llama Eloy. ¿Acaso puede ser bueno para Eloy resucitar con los mismos dos pies, ambos enfermos desde que a la edad de un año le atacó la poliomielitis? Y cuántos otros seres, a quienes en uno u otro momento la enfermedad, o el accidente, les dejó tetrapléjicos, ¿también han de resucitar para seguir moviéndose en el cielo con su silla de ruedas? Solo en un sentido es aceptable esta mismidad, en el de que mí yo resucitado coincidirá con mi yo histórico, pero no con el yo bio-corporal. Porque, por otro lado; ¿con qué cuerpo habríamos de resucitar? Con el que tuvimos en la niñez o en la adolescencia; en la madurez o en la ancianidad? Todos han sido nuestros, pero todos han ido muriendo y están ya enterrados en nuestro yo actual. Y, por último, en cuanto a que resucitaremos en “el último día”, sí, eso es verdad, pero ese día no será el de la consumación de los siglos, sino el último día de nuestro contacto personal con el Señor. Efectivamente, esta no es la posición actual de la Iglesia. Nada menos, pero también me atrevo a decir que nada más. La Iglesia, es la depositaria de la verdad, pero también la percibe y declara en función de los tiempos. Ahí está el ejemplo del Símbolo Niceno-Constantinopolitano, en el que, en el Credo, no se creía, sino tan sólo se esperaba. Por otra parte, como me dijo en persona uno de los más brillantes defensores de esta teoría: “Con que lo creamos tú y yo, es suficiente”. Y a mí, por lo menos, me es mucho más fácil creer en esto que no en que pueda resucitar, tal como era -por poner un mero ejemplo- el hombre de Atapuerca, o salir de sus osarios, donde yacen miles de restos humanos, como pudo verse en León, hace ya algunos años, junto a la iglesia medieval de Palat del Rey, un montón informe de huesos aglomerados por la tierra, que justamente parecían una pastilla de turrón cortada transversalmente.


Todo esto, más o menos, es lo que en el referido coloquio, tras la indicada película, yo no acerté a decir debidamente. Se había supuesto, o más bien especulado, con la presencia en la proyección de esta película, y en su coloquio, de algún sabio, de esos que lo son, aún revistiendo indudable talento, como lo fuera aquel héroe que salvó a alguien de morir ahogado en un río y que, cuando le estaban aclamando, preguntó: “¿Quién fue el cabrón que me empujó? . Esto es más o menos lo mismo que les sucede a cierto tipo de sabios, que lo son porque las circunstancias históricas así lo deciden, más o menos como sucede con algunos individuos que han sido ministros por el sólo hecho de haber estado en la cárcel. Mas, en cualquier caso, aún tratándose de un verdadero sabio, de la cuestión objeto de debate por parte de esta película, todos sabemos lo mismo, por una razón apabullante. Porque nadie puede saber nada. ¿Cómo puede saberse? ¿Quién, por muy sabio que sea, puede saberlo? ¿Quién se lo ha dicho a quien lo afirma o lo niega, en un sentido o en otro?. ¿Cómo lo ha descubierto, rigurosamente? Podemos conocer el pasado (salvo que nos quedemos “lelos”), pero, sin duda, es imposible conocer el futuro ya sea el “futuro-presente” (mientras discurre el tiempo) o el escatológico (cuando éste se acaba y pasamos a estar fuera de él). No es posible, conocer, ni uno ni otro, ahora, cuando sí somos hijos del tiempo. Es muy posible que, tras la muerte, que extingue los sentidos corporales, ya no haya un “antes” ni un “después”. Es muy posible. Casi diría que es seguro, en cualquier caso. Pero no podemos saberlo, y menos aún conocerlo. Y tampoco podemos “creer” en él -en el futuro- porque todo credo, aunque “queramos creer”, afecta a la razón, más que a la voluntad. Lo que sí podemos, desde el tiempo, en el que estamos, es esperar el futuro, “la vida futura”, como se decía al rezar el “Credo", tras los Concilios de Nicea y Constantinopla.


Desde luego, el gran problema de la Muerte, se encuentra sin resolver, incluso desde el lado de algunos pensadores científicos cristianos, cómo alguien me hizo notar en el indicado coloquio del Cine Forum de referencia. Pero, ha de observarse, que en lo que a ello atañe, en el ya citado Símbolo Niceo-Constantinopolitano, inciso final, se decía: Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén. Entonces, no “creíamos”, sino que tan sólo “esperábamos”. “Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. ¿Se ha preguntado alguien, alguna vez, por qué, tras “creer” en tantas cosas vedadas a la razón, al final, de un modo un tanto brusco, dejábamos de “creer” y sólo “esperábamos”?. Y, si tan sólo esperamos, que no es cualquier cosa, desde luego, ¿no sería acaso porque, metafísicamente, “eso” –nuestra propia resurrección- es imposible de creer?. Por ello, en mi teología particular (salvo declaración de anatema, que cualquier día puede caerme encima, pese a ser yo insignificante), la jerarquización, egoísta y “práctica”, de las virtudes teologales es esta: Esperanza, Fe y Caridad. El Amor, es siempre esencial y garantía absoluta; La Fe es muy cómoda, pero la Esperanza es muy práctica. Y el orden enunciativo “oficial” -“Fe, Esperanza y Caridad”- apenas varía. Estas tres grandes virtudes, que constituyen la Vida misma de Dios, y por ello se llaman “teologales”, en realidad, no son jerarquizables, puesto que todo, en Él, es igual, indivisible e inseparable, y cualquiera de ellas, es Dios. Verdaderamente, la Fe es un “chollo”, ya que si creo, no moriré (para siempre) y, por tanto, hasta la Caridad, pese a ser la sublime esencia del “todo”, frente a la “nada” (según san Pablo), queda relegada o subordinada a la Fe, ya que el mensaje no es el de que “si alguien ama, no morirá”, sino “si alguien cree en Mí”. Cuestión distinta puede ser la de que no es posible “creer” sin “amar”. Mejor dejémoslo estar. Pero, en cualquier caso, como “esa fe”, más que otra cosa es un acto de mera voluntad, ya que no puede ser objeto de entendimiento (y, además, para algunos -entre los que lamentablemente me encuentro- de una voluntad “miedosa y egoísta”), tampoco a fin de cuentas es gran cosa, porque Dios es la Sabiduría infinita y no le podemos engañar. La esperanza, en cambio, mejora con creces la “receta”, porque la Sabiduría es también -tiene que ser- Bondad infinita y, en consecuencia cabe abandonarse a su infinita Misericordia. Él, tendrá compasión de mí, y de todas mis miserias. ¿Cómo no ha de tener también piedad de mí por el hecho de que me cueste creer? Dios, es el Padre amoroso que siempre perdona todo. ¡Qué bonita y esperanzadora es la parábola del hijo pródigo...! Mucho más, si Alguien “le pincha” un poco: Nuestra Señora y Madre, la siempre dulce Virgen María.


Muchas gracias, Carlos, por todo lo que me ofreces siempre y, en especial, en la ocasión, por esta maravillosa película. Pero, eso sí, un ruego, por favor, que la próxima no sea -como has amenazado- una de Fernando Esteso en calzoncillos, persiguiendo a una sueca. Eso, no. Aunque, en realidad, nada hemos de temer porque tú no eres capaz de tal cosa. Luis Madrigal.-

Arriba, Inger y su esposo Mikkel, en una de las últimas secuencias del film. cuando aquélla está a punto de resucitar. Seguidamente, la maravillosa Danza que Christoph Gluck , en "Orfeo y Eurydice", compuso para los Espíritus Bienaventurados, y que Dios quiera podamos escuchar todos tras nuestra propia resurrección.