lunes, 5 de enero de 2015

EL ESPÍRITU DE JESÚS DE NAZARET



ENSUCIARSE LAS MANOS
 En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas
llegan antes que vosotros al Reino de Dios”

(Mt 21, 31)
Ha sido frecuente decir siempre, desde tiempo inmemorial, que “los extremos se tocan”, y ello tal vez, sin demasiado rigor, por el título dado a aquella obra escrita nada menos que por un espiritista, es decir por un teósofo, el español Joaquín Trincado Mateo (Cintruénigo, Navarra, 1866), que la publicó justamente con ocasión de la I Guerra Mundial, entre 1914 y 1929. El espiritismo -íntimamente emparentado con la Teosofía- es una doctrina surgida en Francia a mediados del siglo XIX, a impulso del asimismo pedagogo y escritor francés Allan Kardec, según la cual los espíritus, o seres sin cuerpo material, pueden entrar en contacto con los seres humanos. La esencia, podría decirse, del espiritismo es, pues, la comunicabilidad espiritual, o “mediumnidad”, llamada así por ser indispensable que el espíritu encarnado pueda comunicarse con los espíritus desencarnados (generalmente personas ya fallecidas), a través de un “médium” que necesariamente ha de poseer un cuerpo material, por lo que únicamente los espíritus encarnados pueden ser mediums.
Contra lo que pudiera parecer, incluso por lo que muchas personas piensan, el espiritismo no es un movimiento ateo, sin que por ello se encuentre conectado a ninguna religión concreta. La primera afirmación o premisa esencial de tal filosofía es precisamente la de la existencia y unicidad de Dios, como primera causa inteligente, postulando que Dios es eterno y por tanto perfecto hasta el infinito. La segunda afirmación es la de la igualdad espiritual, de tal modo que Dios es el creador de todos los espíritus, creándolos por igual simples e ignorantes, sin privilegiar a ninguno. Es más, hasta puede decirse que la doctrina espiritista toma partido por la religión cristiana, al considerar a Jesús de Nazaret, si bien en su naturaleza humana, el mayor modelo a seguir, por su legado moral. Su desnaturalización divina le hace ser a Jesús merecedor de su evolución únicamente por su propio esfuerzo, condición ésta que todo espíritu necesita para progresar.
Sin embargo la cuestión relativa a que las manos  -nuestras manos-  puedan encontrarse limpias o sucias, más que al espiritismo, y en lo que atañe a la expresión tópica de referencia  -“los extremos se tocan”- sin duda guarda mucha más íntima relación con la pieza teatral del existencialista francés Jean Paul Sastre, que, en el año 1948, y en el Théâtre Antoine de París, estrenó “Las manos sucias”, drama en siete actos que explora las discrepancias entre el “deber ser” y el “ser” y, sobre todo, la ambigüedad moral dentro del compromiso político hasta llegar al enfrentamiento entre la praxis de la eficacia y el riesgo de poner en peligro los propios ideales. Es decir, hay que “ensuciarse las manos” para poder alcanzar el ideal que se persigue. Y, en este punto, es en el que cobra todo su significado la expresión de referencia, porque si se substituye la idea de compromiso político por la de vocación apostólica, puede comprobarse una vez más que el comunismo, materialista y ateo, presidido en aquel caso por la más negra corriente existencialista, la del existencialismo francés, es un “extremo” que viene a “tocarse” con el del más limpio y sublime ideal cristiano, el de llevar a los solos la compañía; a los hambrientos, el pan; a los que lloran, el consuelo y la morada a los sin techo, que vagan por las calles bajo el sol y bajo las estrellas. Y no sólo a todos estos, sino también a los ladrones, sin prescindir por ello de la justicia que se les debe aplicar, y a las prostitutas, esas pobres mujeres que en no pocas ocasiones han terminado arrastrándose, fruto de un simple error, para poder subsistir.
Y tal vez porque los extremos se tocan, en su homilía durante la Misa en la Casa de Santa Marta el día 6 del pasado Noviembre, el Papa Francisco afirmó tajantemente y sin rodeo alguno, que “el verdadero cristiano arriesga su vida y su fama, sin tener miedo a ensuciarse las manos”, para ir al encuentro de todos aquellos cuya vida pueda hallarse al margen de Dios. Porque, recordó el Papa, que sólo los escribas y los fariseos se escandalizan porque Jesús “acoge a los pecadores y come con ellos”. Ellos, se quedan “a mitad de camino”, dijo el Santo Padre, no como Dios, que siempre “sale al campo”. A campo abierto, pese al escándalo de los fariseos. Y, concluyó el Papa, “cuánta perversión hay en el corazón de aquellos que se creen justos” y que, para seguir pareciéndolo, “no quieren ensuciarse las manos con los pecadores”.
Es posible que los “extremos” se toquen, que vengan a coincidir en algún punto crucial, pero siempre me he preguntado, ¿para qué una doctrina tan cruenta, aterrorizadora  y miserable como el comunismo, pudiendo ser cristiano? Eso sí, hay que ensuciarse las manos. Y, si es preciso, morir en vida.

Luis Madrigal.

Al Padre Matías Martínez Ayerra,
en el día de su inhumación

y a toda la Congregación de los
Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María
(Sede de Mallorca)