viernes, 29 de julio de 2011

OTRA VEZ EN TORNO A EL TIEMPO




EN HONOR A MAN


Hace algunos días, no demasiados, mi buen amigo murciano, Manuel Enrique Mira Sánchez, nuestro querido MAN, publicó en su Blog una breve reflexión sobre el tiempo. ¡Oh, querido MAN  -me dije-  el tiempo no es eso que cuentan o miden los relojes! Eso es, simplemente, su duración. La duración del tiempo. Porque, la existencia confirmada de una cosa que permanece en su ser, no es el ser que permanece. Fue Baruch Spinoza, un judío holandés oriundo de España, concretamente de Orense  -para que se sepa que, en “a terra da chispa”, no sólo se dan los afiladores- racionalista y heredero crítico del cartesianismo, quien, en su “Ethica”, identificó duración con permanencia. El tiempo, querido MAN, tú bien lo sabes, como lo sé yo, es un misterio, y los misterios no son alcanzables a la razón humana. No es posible entenderlos, de modo alguno. Podrán comprenderse, tal vez, algunas o ciertas clases o categorías de tiempo  -el tiempo interno o de la conciencia subjetiva, o incluso el tiempo objetivo o externo, que son aspectos relativos-   pero parece impenetrable el concepto de tiempo imaginario, ideal o absoluto. Y no digamos lo que los teólogos llaman tiempo sagrado, que no es precisamente el dedicado a las festividades o momentos determinados del calendario litúrgico -aspecto este más bien propio de sacristanes que de teólogos- sino esencialmente la consideración de ese misterio, que ya, como tal y en sí mismo, no podemos comprender, en relación nada menos que con Dios, que es el Misterio radical y absoluto.



 La permanencia en el ser puede darse de diversas formas, pero esencialmente de dos: La que resulta aplicable a todos y cada uno de los entes corpóreos, sujetos a generación y corrupción, que es una permanencia relativa, y la forma plenamente perfecta y absoluta de permanencia en el ser, a la que se llama eternidad. La primera, puede resultar explicable y, en este sentido, los matemáticos, y MAN lo es  -aunque más bien los físicos y especialmente los astrofísicos-  han explicado el tiempo mediante fórmulas y ecuaciones relativas a los movimientos regulares y mecánicos de los cuerpos celestes. Este es el objeto de estudio, material y formal, de la Astronomía. Pero, además de los astros, dentro del cosmos sideral, se halla el cosmos geobotánico, y en él existen los seres vivos, animales o vegetales y, en consecuencia, existen también los ritmos o tiempos biológicos. Y dentro de este mismo orden, se encuentra el ser humano, con lo que otra ciencia  -la Psicología-  trata también de definir y analizar el tiempo psíquico. Pero ninguna de estas definiciones y explicaciones, pueden explicar y hacer comprensible el tiempo absoluto, o eterno, que permanece incomprensible en su misteriosa dimensión. Por eso, querido MAN, dijo San Agustín, aquello que tú citabas: Todos podemos tener idea de lo que pueda ser el tiempo, o de cómo puede ser definido, pero, cuando se nos pregunta, no sabemos qué decir. Esto lo dijo, Agustín de Tagaste, en sus “Confesiones” (XI, 14, 17).




Pese a ello, la Filosofía se ha enfrentado siempre a la idea de tiempo, tratando de desentrañar su concepto. Y, en este plano, el estrictamente filosófico, creo yo, hay que apartarse por completo de las concepciones físicas y cosmológicas, ya sean subjetivistas o realistas, para centrarse en las metafísicas  y ontológicas, si se aspira, al menos, al intento de capturar una idea puramente filosófica del tiempo. Y han sido dos, fundamentalmente, las orientaciones de este carácter que han desarrollado una metafísica y una ontología del tiempo: La del parisino Henri-Louis Bergson, padre del llamado intuicionismo o vitalismo, y la del filósofo existencialista alemán Martin Heidegger, respectivamente.

Bergson, construyó una metafísica de la duración, opuesta a la concepción de la ciencia físico-natural. Según Bergson, en las leyes físicas que regulan el movimiento, el tiempo se convierte en un parámetro enlazado con el espacio, llegando hasta confundirse con el mismo. Efectivamente, además de la teoría de la relatividad de Albert Einstein, en los tiempos coetáneos, Stephen Hawking (que es nada menos que el sucesor de Isaac Newton en la Cátedra Lucasian de Cambridge), ha hablado de la “unidad espacio-tiempo”. Pero, a Bergson, ese tiempo, se le antoja adulterado y ficticio. El verdadero tiempo está en el tiempo vivido, en el tiempo de la conciencia; la duración real es pura fluencia cuantitativa, opuesta a la estaticidad cuantificada del espacio. En consecuencia, el tiempo real es verdadero, porque la duración no se piensa, sino que se vive, se intuye. Si, por pura casualidad, alguien está leyendo ahora esto, o llega alguna vez a leerlo, cosa que dudo mucho, ignoro si podrá quedar convencido por Bergson. Personalmente, a mí no me convence nada, sino que, más bien, mucho más que metafísica, me parece un mero producto literario. No en vano, Bergson, que era un excelente escritor, ganó el Premio Nobel… de Literatura, en 1927. Y dicen, además, que recibió la marcada influencia de un sublime poeta, Antonio Machado. Una vez más, antes que un francés, “hace camino” un español.
 
 
 

Decididamente, en cuanto a la percepción y determinación humanas de la consistencia del tiempo, soy un decidido y entusiasta partidario de Heidegger. Su análisis, me convence plenamente y me parece de suma certeza y transcendencia real. Lamentablemente para mí, no he conseguido llegar a leer a Heidegger en alemán, que sería lo deseable, sino meramente traducido, aunque espero que bien. Tengo casi siempre, sobre mi mesilla de noche, su obra fundamental al respecto; “Sein und Zeit” (“Ser y Tiempo”) y no sin subrayados precisamente, sino -como diría Ortega a su amigo el filólogo y humanista alemán Ernst Robert Curtius-  con tantos lápices, de tantos colores, que parece “un pájaro del Brasil”. El tiempo es, para Heidegger, la raíz ontológica esencial, siendo uno de los “existenciales”, un elemento casi sagrado, porque de él depende nada menos que el propio ser. Esto es, la esencia, de un modo paradójico, existencialmente -y no hay contradicción alguna- depende del tiempo. La esencia última, el último ser que cada hombre puede o es capaz de alcanzar. Un ejemplo, que escuché al Padre Oliver, un filósofo, y uno de los más fecundos y nítidos divulgadores de Heidegger, en la Universidad Complutense de Madrid, hace ya algunos años, podrá sin duda iluminar esta idea del tiempo, en relación con el ser, muchísimo mejor que cualesquiera otros conceptos. Proponía en aquella ocasión el conferenciante, imaginar a un niño, de una inteligencia natural superior y especialmente dotado además para el estudio de la Medicina. El niño, es hijo de un médico excelente, un “pozo de ciencia” y de experiencia clínica notabilísima, que ha curado y salvado la vida a infinidad de personas, con cuadros severísimos. El padre del niño, además de excelente médico, dispone de una inmensa fortuna, y es dueño de una red de Hospitales con todas las máquinas y últimos inventos, clínicos y quirúrgicos. El padre, es también íntimo amigo de portentosos colegas, los mejores clínicos y cirujanos del mundo, y al llegar al uso de razón, el niño siente igualmente una gran afición y amor a la Medicina, por lo que decide firmemente ser médico. Pues bien, ¿qué le falta a ese niño para convertirse también en un gran médico? ¿Nadie lo adivina? Si es así, es porque nadie está leyendo esto que yo ahora escribo, porque, en otro caso, la respuesta sería muy fácil: ¡Sólo, únicamente, exclusivamente, para ser tan excelente, o aún mejor médico que su padre, a ese niño solamente le falta… ¡tiempo! No llegará a ser un gran médico por ninguna de las restantes circunstancias; reuniendo todas ellas, naturalmente incluida su voluntad, podría no llegar a serlo, como fácilmente puede deducirse, si no media y transcurre el tiempo.



Por eso, dice Heidegger lo que, para mí, es una de las verdades transcendentes más absolutas que se han podido decir en Filosofía. Dice que, “existir, es estar en el tiempo para ser”. Se impone una aclaración importante. Como es lógico, Heidegger escribe en alemán, que es su propia lengua. Y en la Lengua alemana, a diferencia de lo que sucede en castellano, no hay dos verbos distintos, “ser” y “estar”, sino que ambos tienen que enunciarse bajo una forma única: sein. “Sein”, significa, tanto ser como estar. Mucho menos “existir”, palabra que no puede encontrarse en alemán. Esto es, en alemán, “existir”, no existe, aunque exista “existencia” (existenz). Y por ello, Heidegger tiene que hacer “encaje de bolillos”, para construir y expresar su profundo pensamiento y, cuando quiere poner sobre la mesa el “existir”, no utiliza el Sein, sino el Dasein. Es el famoso “dasein” de Heidegger, que más que “existir”, significa “estar ahí”, como “están ahí” las cosas, los objetos corporales del mundo exterior, que, en sentido filosófico, no existen, porque no pueden “existir”, al no necesitar nada del tiempo para llegar a ser más de lo que ya son, en un momento dado, aunque transcurran millones de unidades, sean las que fueren, de tiempo. Sólo, únicamente, exclusivamente, puede “existir” el hombre, el ser humano, porque sólo él puede llegar a ser. Y por eso  -se encuentre o no siendo protagonista del ejemplo anteriormente propuesto, o ya haya de partir de cero, sin padres preclaros y poderosos, sino siendo hijo de un pobre carpintero, o de un “terronero”-   no se “para”, sino que se “dis-para”, se lanza hacia el ser, con el ingrediente casi sagrado del tiempo. Cuando el tiempo se acaba y, como dice Heidegger, “suenan las campanas de la muerte”, lo que “yo” no haya sido, ya nadie lo podrá ser nunca por mí. Si hubiese podido llegar a ser cien, o mil  -de esto o de aquello-  y tan sólo he llegado a ser diez, o veinte, de otra cosa o especie, o de calidad bien distinta, me habré quedado “enano”, habiendo sido “programado”, o potenciado, para llegar a ser un “gigante”. Tan sólo “existe” el hombre. Las cosas, “están ahí” (dasein), pero no pueden existir. ¿Y Dios? De Dios  -dice Heidegger- no sabemos nada. Y añade: “Pero si algo podemos saber, es que no existe”. Se ha tachado siempre a Heidegger, sobre todo en la “católica” España, de incrédulo y de ateo. Sin duda alguna, porque nadie, o muy pocos, entre tantos “talibanes” y “meapilas”, se han parado un solo segundo a pensar, que Dios no puede “existir”, porque Él “es el que es…”. Y lo es eternamente. Luis Madrigal.-
 
 
 
El Tiempo. Abstracción de Wassily Kandinsky
 
 
 
 
A mi querido amigo
Manuel Enrique Mira Sánchez, MAN, ante
el clamor de  su espíritu de que, en un solo momento, pueda
caber toda una vida. Y con el mayor afecto.




En la imagen de arriba, la alegoría "El Triunfo de Venús", de Agnolo Bronzino, en la que supuesta y pretenciosamente, Venús, acompaña por Cupido y por el Tiempo, parece librarse de este, conservando su belleza.
Este cuadro, es un presagio del estilo barroco
y de la ulterior "pintura galante" francesa.