sábado, 8 de julio de 2017

EN CUALQUIER ÉPOCA DEL AÑO



CUATRO SONETOS
EN HONOR DE
ANTONIO VIVALDI

Il Prete Rosso

Y del Ospedale de la Pietà
de Venecia


I

SONETO DE PRIMAVERA


El hiemal ya se fue... Ya el sol asoma
más claro, más vivaz... Más sobre el cielo.
Junto al otero en sombra alza su vuelo
sedienta de más luz una paloma.

Se dirige a la altura, donde toma
del primer rayo vida... Deja el suelo
en que la sombra, aún, arrastra el hielo
     que en mil lágrimas vivas se desploma.

Mas, al volar, divisa un campanario
y la memoria viva  -allí un día muerta-
que vive aún por siempre, aunque el sudario

sobre la tierra yace... Reinserta
la vida que se fuera a aquel osario,
que del Edén abierta está la Puerta.






II

SONETO DE VERANO


Cedió el cristal al sol... Y ya no hiela,
ahora que el rayo se ha hecho puro fuego
y, a la rama del árbol, sin despego,
reseca hasta abrasar como una vela.

Ya no se arrastra pálido... Ahora vuela
y su rojo mirar parece ciego
cabalgando el sendero veraniego,
al mismo tiempo látigo y espuela.

Al poco, viste el prado de amarillo
y calcina cuanto halla en su camino…
Exubera la vid en el zarcillo

y expande el alma alegre su destino.
Al horizonte azul, se alza un castillo
dentro del cual vive su ser divino.



    



III

SONETO DE OTOÑO


Ya verdean las vegas nuevamente,
tras vestirse en verano de amarillas…
Otra vez los arroyos las orillas,
de sus resecos cauces, besan dulcemente.

El chorro de cristal vuelve a la fuente
y de sus mil colores  -maravillas
ocres, rojizas pardas-  alfombrillas
teje el suelo, que un brillo mate siente.

Bien teme que mañana vendrá el frío
y el tronco en el hogar será la seña
del vivir junto al fuego. Ya el estío

terminó su canción, y la risueña
caricia que sembró… Rostro sombrío
el hielo hará esculpir en vieja aceña.




   



IV

SONETO DE INVIERNO


Brilló la blanca capa sobre el prado,
que verde fue y florido en primavera
y ya no puede recordar la era
en la que de corolas era alado.

Luce también el sol, mas luce helado
y lucha con denuedo, a la manera
de hercúleo Sansón, que bien quisiera
tornar al son de estío enamorado.

Así sucede al paso de la vida
del hombre que en el suelo halla su paso
y mira al cielo gris, como si de ida

y no de vuelta fuera su fracaso,
buscando la esperanza, ya aterida,
en su oración al Cielo en el ocaso.



   




Luis Madrigal