martes, 31 de julio de 2012

ES UNA DULCE MÚSICA (III y final)



EL SONETO, DESDE EL MODERNISMO A NUESTROS DÍAS. ALGUNAS VARIANTES Y OTRAS ABERRACIONES

Luis MADRIGAL

Como ya anticipé en otra entrada anterior, el modernismo se inicia a finales del siglo XIX y, sea por influencia directa o no de los parnasianos franceses, en la poesía castellana hay que buscarlo en Rubén Darío. Rubén, utilizó en alguna ocasión la polimetría en el soneto pero, que yo recuerde, jamás los versos de dieciséis sílabas, y menos aún los trisílabos de único verso, o de verso de única palabra. Esto último, en mi opinión, forma parte de las extravagancias y otras aberraciones, sin duda surgidas para enturbiar el soneto, aunque también hayan incurrido en ello poetas considerados grandes. Sí introdujo Rubén, en cambio, el verso alejandrino y desde él lo siguieron algunos poetas, hasta llegar a constituir una variación clásica del Soneto. Posiblemente, uno de los más representativos de estos sonetos de Rubén Darío en alejandrinos es el incluido en “Azul”, el libro publicado en 1888, dedicado a "Caupolicán" el líder mapuche, un Toqui, o jefe militar, que sucedió a Lautaro, según Alonso de Ercilla, y que Rubén rescata del Canto XXXIV de La Araucana. Este es el soneto:



CAUPOLICÁN

Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjerretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
Le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
Y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

“¡El Toqui, el Toqui!”, clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La Aurora dijo: “Basta”,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

Rubén Darío


Los movimientos literarios, dentro de la lírica, se olvidan del Soneto en los inicios del siglo XX, tras haber experimentado el ultraísmo de 1919, el creacionismo de 1923 e incluso el surrealismo de 1928. Sin embargo, concretamente el día 17 de Diciembre de 1927 se reunía en el Ateneo de Sevilla, un grupo de entonces jóvenes poetas, con motivo de la celebración del Tercer Centenario de la Muerte de Luis de Góngora. El núcleo más numeroso de los mismos residían en la misma Sevilla: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Federico García Lorca y Rafael Alberti. Les acompañaron Juan Chavás y José Bergamín, que habían viajado desde Madrid. Y también había en España por entonces otros importantes poetas, como Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Manuel Altolaguirre y Luis Cernuda. Había nacido la llamada generación del 27.


En realidad, este término, el de “generación”, tanto en general como en lo que se refiere a ésta del 27, ha sido puesto en discusión, dado que por generación literaria lo que verdaderamente hay que entender es una cierta singularidad de coincidencia estilística, que no se da en este grupo, sino quizá tan sólo una coincidencia cronológica, más incluso que socio-histórica. Y aquello es indudable, puesto que entre el mayor en edad de todos los indicados, que era Pedro Salinas (1891) y el más joven, Luis Cernuda (1902), tan sólo mediaba una diferencia de once años.  Desde luego, no existía entre los mismos una motivación propiamente histórica, como sucedía con la generación del 98, surgida a raíz de la pérdida de las colonias de América, ni tampoco concurría un liderazgo claro e indiscutible. Pero sí compartían una motivación, si no estrictamente estilística, sí con certeza nacida del propósito de buscar la belleza, en su perfección técnica y en su pureza lírica. Y por este motivo, no se reunieron por casualidad en torno al recuerdo de Góngora, que les impulsaba a huir de la vulgaridad, para intentar la creación de un mundo poético presidido por la precisión del concepto, unida a la belleza de la metáfora y de la imagen. A esto (sin rechazar ni negar la precedente impronta de Juan Ramón Jiménez), contribuyó en modo decisivo, según a mí me parece, la influencia y arrastre de Federico García Lorca, que alcanza, también según mi criterio personal, la máxima perfección en su técnica y el sumo de la belleza en sus poemas. Especialmente en sus sonetos de amor  -los “Sonetos del amor oscuro”-  que posteriormente no se han podido conocer hasta el año 1984, en que los publicó el Diario ABC, de Madrid.

Lo que sí es cierto es que, con los integrantes de este grupo, el Soneto vuelve a brillar de un modo esplendoroso y a encabezar y presidir a todos los demás tipos de estrofa, como la de máxima jerarquía. Esto es así hasta el punto de que  -y también esto que voy a decir es una opinión muy personal-  el peor de todo este grupo de poetas, cuya verdadera entidad poética, en general, nunca podré reconocer, y que yo creo es Rafael Alberti, llegó a escribir el soneto que seguidamente reproduzco, de cierta belleza, aunque desde luego, según me parece, al límite de sus escasas posibilidades y, desde luego, en el que los cuartetos son serventesios y estructurando del modo menos perfecto la rima de los tercetos. Este es el soneto de Alberti, en alejandrinos, sin duda tratando de seguir la huella de Rubén Darío, más que de Góngora:

A UN CAPITÁN DE NAVÍO

Sobre tu nave  -un plinto verde de algas marinas
de moluscos, de conchas, de esmeralda estelar
capitán de los vientos y de las golondrinas,
fuiste condecorado con un golpe de mar.

Por ti los litorales de frentes serpentinas
Desarrollan al paso de tu arado un cantar.
-Marinero, hombre libre que las mares declinas,
dinos tus radiogramas de tu estrella polar.

Buen marinero, hijo de los llantos del norte
limón del mediodía, bandera de la corte
espumosa del agua, cazador de sirenas;

todos los litorales amarrados del mundo
pedimos que nos lleves en el surco profundo
de tu nave a la mar, rotas nuestras cadenas.

Rafael Alberti

Puede observarse la rima de los tercetos, entre , conforme a la estructura AAB CCB. Y ya he dicho en otra ocasión y en otro lugar que estos “grupos de tres versos”, aparte de no ser verdaderos tercetos, presentan una rima tan distante y alejada  (muy en particular la que se nos ofrece en este soneto), que les hace perder la mayor parte de su musicalidad. Si se vuelve a observar aquél, igual sucede en el soneto en alejandrinos de Rubén Darío, anteriormente indicado, pero, al recitar uno y otro, se percibirá también, al oído, que la diferencia es esencial. En cualquier caso, sobre esto, no tengo más que añadir, respetando mucho a quien le guste esta estructura de rima.

Han sido muchos, y lo son aún, durante todo el siglo XX, aunque no sé si en la actualidad, los sonetos de corte y sabor clásico que se han elaborado y que revisten asimismo singular belleza cuando obedecen a ese patrón. También me parece cierto que, además del soneto en alejandrinos, que puede considerarse clásico desde Rubén Darío, lo es asimismo el llamado “sonetillo”, que es un soneto no en endecasílabos sino en versos de Arte menor, generalmente octosílabos, aunque también se hayan escrito en inferior número de sílabas. Pero, esto último, en unión de otras posibles “especialidades” que seguidamente indicaré, a mí personalmente me causa la impresión de no ser otra cosa sino afán de singularidad, aun a costa o trance de mancillar la hermosura del Soneto. Se había obtenido una flor tan bella y delicada, que, como tantas veces sucede, con otras tantas cosas que rozan la perfección, había que estropearla, o tratar en ocasiones hasta de ridiculizarla. Porque eso es lo que a mí me parecen tales “variaciones”, que no se podrá decir en este caso “sobre el mismo tema”, sino sobre otro tema radicalmente antípoda, el de la más patente mediocridad y ordinariez. Y eso que, alguna de ellas, justo es decirlo, han sido elaboradas por verdaderos grandes poetas, y no me referiré ya, o solamente, a Don Miguel de Cervantes que, en su humildad, clamaba resignadamente: “Yo que me afano y me desvelo, por parecer que tengo de poeta, la gracia que no quiso darme el Cielo…”  A pesar de ello, lo era. Sin duda no fue un genial poeta, sino un genial novelista, cuya prosa de oro, encierra tantos tesoros filosófico-morales. Sin embargo, aun siendo también un poeta más que aceptable, Cervantes colaboró asimismo, muy ligera y levemente, es cierto, a una pequeña “profanación” del soneto, la del estrambote, no exclusivo del soneto, desde luego, pero sí añadido a aquél tan famoso. Nunca he podido comprender cómo Don Miguel pudo hacer semejante cosa, porque el soneto con estrambote persigue casi siempre una finalidad jocosa, humorística. En este sentido, hay que considerar que la misma palabra deriva del adjetivo estrambótico, al que el Diccionario RAE atribuye la significación de “extravagante, irregular y sin orden”. Y si, según el principio general, “lo secundario sigue a lo principal”, no es coherente ni propio que a un soneto, que es la forma poética más perfecta y bella para la expresión de los sentimientos más profundos, pero no para los cómicos, se le añada nada que pretenda serlo. Este es el conocido soneto de Miguel de Cervantes:



“AL TÚMULO ELEVADO EN LA CATEDRAL DE SEVILLA CON OCASIÓN DE LAS HONRAS FÚNEBRES DE FELIPE II” (Este es el título exacto y literal):

Vive Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un millón por describilla,
porque ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y nobleza!

Apostaré que el ánima del muerto
la gloria donde vive eternamente,
por gozar de este sitio, hoy ha dejado.

Esto oyó un valentón y dijo: Es cierto
cuanto dice voacé, seor soldado
y quien dijera lo contrario miente.

Y luego incontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
Miró al soslayo, fuése y no hubo nada.

Ciertamente, no sólo el estrambote, sino que, para encerrar su contenido, eligiese Cervantes una estrofa como el Soneto, son dos cosas que no he podido comprender nunca. Es generalmente sabido que Cervantes no tenía precisamente nada que agradecer a Felipe II, sino acaso todo lo contrario y que hubo de desplazarse hasta Lisboa para mendigar su favor, que aun así le fue rechazado. Bien, puede entenderse el contenido, pero resulta inexplicable el continente. Aunque, pensándolo mejor, a la vista de éste, el estrambote puede cobrar verdadero sentido, máxime considerando que los versos que lo componen son polimétricos, dado que a los dos últimos endecasílabos los precede un heptasílabo. Cosas de Don Miguel. Nadie  -ni él-  puede ser perfecto.

El propio Cervantes tiene más gracia  -aunque, en cuanto a lo que concierne, pueda seguirse pensando lo mismo-  cuando, además de añadir estrambotes a sonetos con resentimiento, compone otro tipo de soneto, que se ha llamado “dialogado”. Si se leyera más El Quijote  -o por lo menos alguna vez-  en alguna edición cuidada, no desde el punto de vista de su encuadernación, en lomo de piel con rotulaciones en oro e ilustraciones de Doré u otro artista, sino de cuantos textos lo acompañan, en preámbulos, notas o anotaciones a pie de página, podría saberse que este soneto que voy a reproducir seguidamente, no es ningún producto de “Wikipedia”, sino que es el cuarto y último de los Sonetos que el propio Cervantes acompaña al Prólogo asimismo escrito por el propio Don Miguel, a fin de presentar su magna novela, tras la dedicatoria al Duque de Béjar. Este es el soneto dialogado de Cervantes. Es muy ingenioso, pero tampoco el Soneto es para estas cosas, por mucho que lo haya escrito Cervantes:

DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

Babieca:   ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
Rocinante:  Porque nunca se come y se trabaja.
Babieca:  ¿Pues qué es de la cebada y de la paja?
Rocinante:  No me deja mi amo ni un bocado.

Babieca:  Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
Rocinante:  Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréoslo ver? Miraldo enamorado.

B:  ¿Es necedad amar? [R.] No es gran prudencia.
B:  Metafísico estáis.  [R.] Es que no como.
B:  Quejaos del escudero. [R.] No es bastante.

¿Cómo me he de quedar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo,
son tan rocines como Rocinante.

Miguel de Cervantes


Como ya he dicho, muy gracioso. Hará reir mucho a tanto rocín, aunque no se llame “Rocinante”, como anda por ahí suelto. Por la calle, o participando en los concursos de la TV.

Lamentablemente, a mi juicio, no termina todo aquí. Aún existen mayores despropósitos. Entre los menos graves, uno de ellos es el del llamado soneto con eco, variante utilizada nada menos de por Lope de Vega y por Quevedo. Y bien es verdad que tampoco se trata de una concesión a tan ilustres nombres, sino que, en sí misma, tal modalidad hasta podría considerarse digna de consideración. Al menos podría serlo este soneto “con eco”, de Francisco de Quevedo, al Amor:



Es el amor, según abrasa, brasa;
es nieve a veces puro hielo, hielo;
es a quien yo pedir consuelo suelo,
y saco poco de su escasa casa.

Es un ardor que a quien traspasa, pasa,
y como a veces yo paselo, selo;
es pleito do no hay de apelo pelo [1]
Es el demonio que le amasa, masa.

Tirano a quien el cielo inspira ira;
un ardor que si no se mata, mata;
gozo, primero que cumplido, ido;

Flechero al que se retira, tira;
cadena fuerte que aun de plata, ata
y mal que a muchos ha tejido nido.

Francisco de Quevedo


Bueno, éste puede tolerarse. Si todos fuesen así… Pero, aun así. Lo que ya no tiene perdón es lo del soneto polimétrico. Es imperdonable porque si todos los versos no son endecasílabos, ya no puede ser un soneto, por propia definición. ¡Hay que ver, qué manía…!. Uno de los maniáticos, inexplicablemente célebres, por esto y por todo lo demás, es el mediocre poeta Don Manuel Machado, hermano de su hermano Antonio. Sí, porque a un genio también le puede tocar un hermano mediocre del mismo oficio, para su desgracia.  Este, Don Manuel Machado, al que también haré referencia más adelante por distinto motivo, es un hijo del modernismo más espurio y superficial y, entre otras cosas, no se le ocurrió otra sino componer este esperpento de ¿soneto? No, de ninguna manera, no puede serlo. Será “otra cosa”, pero un soneto no puede ser. Lean ustedes:

MADRIGAL DE MADRIGALES

¿Qué nuevo nombre a ti, creadora de poetas,
esencia de la juventud,
si todas las magníficas y todas las discretas
cosas se han dicho y hecho en tu virtud?

¡Qué madrigal a ti, compendio de hermosuras,
luz de la vida, si
mis pequeños poemas y mis grandes locuras
han sido siempre para ti?...

En la hora exaltada
de estos nuevos loores,
toda la gaya gesta de tu poeta es…
tirar de la lazada
que ata el ramo de flores
y que las flores caigan a tus pies.

Manuel Machado

El mismo  -¿poeta?-  se permitió la chirigotada, disfradazada de habilidad versificadora de componer este “soneto”, de versos trisílabos y de único verso, o de versos constituidos por una sóla palabra:

VERANO

Frutales
cargados.
Dorados
trigales…

Cristales
ahumados.
Quemados
jarales…

Umbría
sequía,
solano…

Paleta
completa:
verano.

Manuel Machado

¡Qué barbaridad! Y habrá no obstante quien lo considere una obra de arte, cuando no es más que humo, o campana que suena a hueco. Ahora se explica el porqué de aquella contestación que dio Jorge Luis Borges a la pregunta formulada por un periodista: ¿Qué le parece a usted, Antonio Machado?, preguntó el periodista. “¡Ah… no sabía que Manuel tuviese un hermano”, respondió aquella víbora con cataratas  -y que me perdonen los hermanos argentinos- más que supuestamente lleno de envidia. ¡Oiga usted, el que, por desgracia para él, tenía un hermano era Antonio, no Manuel! Si no fuese cruel, yo diría que usted no veía bien. Ni veía bien por fuera, y mucho menos aún por dentro, ni mucho menos aún podía ver su propia historia. Porque, usted, Sr. Borges  -y perdónenme que me dirija a un difunto-  tuvo también la impertinencia y escaso talento poético de cultivar, además haciéndolo mal, el llamado “soneto inglés”, cuando los que llegaron por aquel Río a “hacerle  -a usted-  la Patria”, no fueron los ingleses, sino otros que serían lo que fueran pero no eran ingleses. Estos últimos, fueron los que años más tarde, mandaron sus buques de guerra a las Islas Malvinas, que ellos llaman “Falkland Islands”, para seguir usurpando lo que no es suyo. ¿Cómo se le ocurrió a usted, escribir aquel “soneto” inglés? Y, sobre todo, ¿por qué lo hizo tan mal? Me refiero al llamado soneto del vino. Que lo sepa todo el mundo, también los argentinos. Esta birria es aquel “soneto inglés”, en alejandrinos:



SONETO DEL VINO

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?  [serventesio]

Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.  [serventesio]                                          

En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.  [cuarteto]

Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
Como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.  [pareado]

Jorge Luis Borges


¿Cómo que “soneto inglés”? ¡Ni tan siquiera eso! Este pretendido soneto sería en todo caso “borgiano”, pero tampoco inglés, porque presenta una alteración substancial. El soneto inglés,  consta de tres serventesios y un pareado final, pero este de Borges, en la tercera estrofa, contiene no un serventesio sino un cuarteto, con lo cual ni es inglés ni es nada. Más o menos lo mismo que era y fue su difunto y celebrado autor. Por algo no sabía que Manuel Machado tenía un hermano y que éste se llamaba Antonio. ¿Cómo hubiese podido saberlo, escribiendo semejantes sonetos, aunque fuesen “ingleses”?

Y todavía hay algo que a mí me parece peor. Es el llamado soneto doblado, o doble. Este otro monstruo presenta la particularidad de que, en los cuartetos, se añade un verso heptasílabo tras cada verso impar, y otro verso, también heptasílabo, en los tercetos, tras el verso segundo de cada uno de ellos. Este amasijo, insonoro, heteróclito, monocorde y monocolor, en lugar de catorce versos, contiene veinte: Catorce endecasílabos y seis heptasílabos. Expresamente, deseo liberar a los posibles lectores de cualquier posible ejemplar de esta figura. Ignoro si esto podrá ser complicado de componer, pero sí me parece muy artificioso, una vez compuesto.

Sin embargo, no quisiera concluir esta última entrada sobre el Soneto, sin hacer dos cosas bien concretas. La primera, es la de aligerar de tanto peso crítico a Manuel Machado que, sin ser un gran poeta y a pesar de sus ejercicios “cabalísticos”, en aras del modernismo o de la singularidad de llamar la atención, no era en el fondo tan mal poeta. Algo se le había pegado de su hermano Antonio, al que por cierto siempre estuvo muy unido hasta que la guerra civil los separó. Por ello, también deseo ofrecer el soneto, en alejandrinos (él era un modernista) que tuvo la gentileza de dedicar a la Reina de España, Doña Victoria Eugenia de Battenberg, con ocasión de su matrimonio con el Rey Don Alfonso XIII de Borbón. Este es aquel soneto:



A S.M. LA REINA DOÑA VICTORIA

Bienvenida a la tierra del sol y de la luna,
la que tiene la noche y el día por tesoros,
y da al día sus fiestas espléndidas de toros,
y en la noche los sones de su guzla moruna.

Dulce rosa del Norte diosa, el calor de España
es amor, es amor de tu española gente,
amor te brinda el rey más joven y valiente,
y es todo amor el cálido ambiente que hoy te baña.

España es tu palacio, nuestros campos tu alfombra.
Todos te brindan hoy loor, flores y sombra
los árboles del sur, naranjo y limonero.

Los vates de la Corte un palio de poesía…
yo, poeta gitano del claro Mediodía,
tiendo a tus regias plantas mi capa de torero.

Manuel Machado

La segunda cosa que vivamente deseo hacer, es ofrecer también el que a mí me parece es el más sublime y bello soneto de todos los tiempos. Naturalmente, como no podía ser menos, es un soneto de amor. Pero de un Amor que ha de escribirse con mayúscula, y que deben tener en su manual de canto todos los Coros de ángeles. Tan sólo San Juan de la Cruz  -y a mí me parece que tampoco-  ha podido superar un poema sacro de tan intensa humanidad y belleza, escrito por el poeta quizá más descarriado y al mismo tiempo humildemente arrepentido de su desvarío, cuando, pese a ser ya sacerdote, convivía maritalmente con Doña Marta de Nevares:



TEMORES EN EL FAVOR

Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto,
y la piedad de vuestro pecho admiro.

Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto;
que arrepentido de ofenderos tanto,
con ansias temo y con dolor suspiro.

Volved los ojos a mirarme humanos
que por las sendas de mi amor siniestras,
me despeñaron pensamientos vanos.

No sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
vos le dejéis de las divinas vuestras.


Félix Lope de Vega y Carpio



***


[1]  El arreglo es mío. Perdón, por corregir a Don Francisco.