martes, 26 de junio de 2012

LA MEDIDA DEL VERSO




EL VERSO. SU MEDIDA. CLASES DE VERSOS
POR RAZÓN DEL NÚMERO DE SÍLABAS.
MÍNIMO Y MÁXIMO NÚMERO DE SÍLABAS
EN UN MISMO O ÚNICO VERSO


Luis MADRIGAL


Recuerdo muy bien que tengo pendiente algunas cuestiones. Para ser concreto, tres. Una, es la relativa a la medida del verso, o más bien a la clase de verso por razón del número de sílabas de cada verso. La segunda cuestión, íntimamente relacionada con la anterior, es la de determinar tanto el  mínimo como el máximo, de sílabas de las que un mismo verso puede constar. Por último, la tercera,  es exponer el concepto de estrofa. Todo ello en la versificación castellana, naturalmente.

En ninguno de tales casos, y en modo alguno, me referiré a esa composición últimamente tan puesta de moda tanto en América como en España, que llaman el haiku. No lo haré, por que este tipo de poema no es poesía castellana, sino japonesa. Según tengo entendido, el “haiku”, es un poema muy breve, de tres versos, respectivamente de cinco, siete y cinco sílabas. Pero, esto es en lo que se ha convertido, al occidentalizarse, para que los poetas occidentales puedan ser capaces de cultivarlo, como algo exótico, ajeno por completo a la estructura silábica de las lenguas indoeuropeas. Ni el japonés ni el chino son lenguas monosílabicas, sino aglutinantes. Tan sólo lo son el tibetano y el birmano. Por ello, en realidad, el haiku  -llamado más bien “haikai”- en la poesía tradicional japonesa, influenciada por la filosofía y estética del zen, tampoco consta de sílabas sino de moras, siendo la mora una unidad lingüística inferior a la sílaba, con lo cual difícilmente podría elaborarse un verso de tales características sin un verdadero dominio fonético y fonológico del japonés. Y, por otro lado, parece ser que en tal tipo de composición es frecuente la presencia de una palabra clave, denominada kigo que indica nada menos que la estación del año. Algo singularmente oriental, sin duda. Pero lo complicado no es eso únicamente, sino que, además, tal elemento, el “kigo”, opera como una especie de pausa verbal, similar a nuestra cesura, pero que tampoco divide al verso en hemistiquios, propiamente dichos, sino en dos imágenes contrastantes. Y esto, a mí personalmente, me parece sumamente complicado, además de “postizo” y ajeno a mi educación lingüística y a mi mentalidad. Por eso, habiendo cultivado por mi parte casi todos los tipos de composición, nunca se me ha ocurrido efectuar la menor prueba con el “haiku”, sin tener la más remota idea de la lengua japonesa. He visto, o leído, algunos, publicados por personas de nuestra propia lengua, pero sinceramente no podría opinar tampoco acerca de su valor. Personalmente, no me dicen ni gustan nada, aunque eso sea simplemente una opinión.

En consecuencia, dentro de la poética castellana, hemos de clasificar a los versos por razón de su número de sílabas y, ciertamente, que aunque el castellano tampoco sea lengua monosilábica, no quiere decir que no existan palabras de tal carácter, esto es, de una sola sílaba. Palabras, si que existen, y no pocas, pero lo que no pueden existir son versos monosilábicos. Digo ahora esto, tras haber dicho  -en la entrada anterior-  que por verso hay que entender un conjunto de palabras, como primera nota esencial. La razón de ello es la de que toda final aguda equivale a dos sílabas. Y por tal motivo, podemos ya afirmar que, el número mínimo de sílabas de las que puede constar un verso, es el de dos. Esto es, en lengua castellana, el primer tipo o clase de versos, en cuanto al número de sílabas, es el de los versos bisílabos. Lo que también sucede es que no cabe componer un poema a base exclusivamente de bisílabos, sino a lo sumo, en estrofas polimétricas, combinando los bisílabos con los trisílabos. Incluso, puede caber también algún monosílabo. Personalmente, yo no he podido encontrar ningún otro ejemplo que este de Espronceda:

Tan dulce
suspira
la lira,
que hirió,
en blando
concento
del viento
la voz,
leve,
breve,
son.

En realidad, a mí me parece que esto, mucho más que poesía, es mera versificación, aunque pueda alcanzar el preciosismo del lenguaje, y si bien tal ejercicio está reservado a muy hábiles versificadores, de un modo similar al que supone la capacidad de escribir el Padrenuestro en la cabeza de un fósforo o, como decimos en España, de una cerilla, o en la cabeza de un alfiler. Por no decir, El Quijote en una cuartilla.

A partir de los tribisílabos, los versos tetrasílabos son los de cuatro sílabas y entre ellos ya hay muchos más posibles ejemplos. Suele utilizarlos Iriarte en sus fábulas, con alguna frecuencia. Los pentasílabos, naturalmente, son los de cinco sílabas, de muy escaso uso, pese a que en nuestros Cancioneros fueron maravillosamente utilizados, con sensibilidad y galanura, del mismo modo que también pueden encontrarse en los poetas del XVIII. Los versos hexasílabos o de seis sílabas, tampoco se han utilizado demasiado, si bien se emplean en letrillas y endechas, fundamentalmente, y también en poemas de intención jocosa.

Con ello, llegamos a un tipo de verso que considero de marcada importancia. Son los versos de siete sílabas, o heptasílabos. Lo son por ser indispensables en la Lira, en combinación con los endecasílabos. Se denominan también estos versos de siete sílabas anacreónticos, debido a la cadencia del metro griego utilizado por Anacreonte, el poeta jónico de Teos, coetáneo de la poetisa Safo de Lesbos. No hay más remedio, al tratar de este metro, que señalar el verso inmortal de Fray Luis de León:

                   Tengo plantado un huerto
                   de bella flor cubierto.

Pero, además, los heptasílabos se han utilizado también en el romance, bien en solitario, bien combinados con octosílabos.

Los versos octosílabos, o de ocho sílabas, son quizá los más propios de nuestra poesía castellana. Este es nuestro metro natural, y el más abundante. En especial de la poesía popular, en el que están escritas muchas canciones y muchos refranes, y este tipo de verso puede marcar también el ritmo de la prosa. En octosílabos, está escrito nuestro Romancero, que es la columna vertebral de la poesía lírica española, y no sólamente de la poética, sino de la propiamente teatral. Los ejemplos, podrían llover por millares.

Y llegamos a lo que podríamos llamar “la frontera” que divide a los versos entre los llamados de Arte mayor y los de Arte menor. Esta frontera reside en los versos de nueve sílabas o eneasílabos, porque son versos de la primera categoría los que cuentan más de nueve sílabas, y de la segunda los de menos. La diferencia entre una y otra categorías se manifiesta fundamentalmente en la mayor o menor sensibilidad a la acentuación y a las pausas. Los versos de Arte mayor son más sensibles a estos dos factores, lo que supone la mayor armonía y cadencia del verso.

Un tipo de verso también importante, ya dentro del Arte Mayor, es el de diez sílabas, o decasílabo, por ser el propio de los himnos y composiciones musicales, que a veces puede lograrse mediante el empleo de dos pentasílabos  marcadamente separados, con establecimiento de una pausa más prolongada.

Y llegamos a un tipo de verso, de origen no español sino italiano y renacentista, que es el peculiar de nuestra poesía culta: El verso de once sílabas, o endecasílabo. Pese a su origen es también, junto al octosílabo, el más propio de nuestra lengua. Este verso, tan valioso, admite y puede revestir, a su vez, dos sub-variantes, a cual más valiosa, por su sonoridad y elegancia. La variante del endecasílabo acentuado en la sexta sílaba, y la del endecasílabo acentuado en la cuarta y octava sílabas. De ambas especies es maestro singular el propio importador desde Italia, el inmortal Garcilaso de la Vega:

Y así, paradigma de endecasílabos acentuados en la sexta sílaba, pueden ser estos:

En tanto que de rósa y azucena
Se muestra la colór en vuestro rostro

Por su parte, endecasílabos acentuados en la cuarta y octava sílabas, estos otros también de Garcilaso:

¡Oh dulces préndas, por mi mál halladas,
dulces y alégre, cuando Diós quería!

La sonoridad y cadenciosa armonía alcanza el sumo cuando el propio Garcilaso mezcla ambas variantes de acentuación. Tal portentoso fenómeno sucede en la siguiente octava real garcilasiana:

Movióla el sitio umbróso, el manso viento,
el suave olór de aquel florído suelo.
Las aves en el frésco apartamiento
vio descansár del trabajóso vuelo.
Secaba entónces el terréno aliento
el sol subído en la mitád del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abéjas que sonaba.


Los versos de doce sílabas, o dodecasílabos, se usaron con frecuencia por los poetas cultos anteriores al Renacimiento. De esa época, el ejemplo más representativo pudiera ser el español Juan de Mena, que vivió entre 1411 y 1456, y es el autor del famoso “Laberinto de la Fortuna”, conocido también por “Las Trescientas”, su obra maestra, dedicada al Rey Juan II de Castilla, el padre de Isabel la Católica. Mena, escribió 297 estrofas, todas ellas en versos dodecasílabos escindidos en hemistiquios isométricos de seis sílabas. Se cuenta que el Rey pidió al poeta que las estrofas llegasen al mismo número del de los días del año, y Mena se propuso escribir 24 más, sin haber podido llegar a complacer al monarca puesto que falleció antes. Algunos hispanistas, han negado la realidad de esta leyenda. En cualquier caso, puede observarse la belleza del verso dodecasílabo, en este fragmento:

Al muy prepotente don Juan el segundo,
aquél con quien Júpiter tuvo tal celo,
que tanta de parte le fizo del mundo
cuanto a sí mesmo se fizo en el cielo.

En los tiempos modernos, en que también se han usado los dodecasílabos, el nicaragüense Rubén Darío ha sido quizá quien los ha empleado mejor. No obstante, aunque pueda ser una verdadera profanación, y aún anticipando mi propósito de ofrecer más adelante poemas de mi propia elaboración, me permito ofrecer esta Décima, recientemente elaborada, también en el mismo metro de doce sílabas:


UNA DÉCIMA DE AMOR, DODECASÍLABA,
EN HOMENJE A JUAN DE MENA Y RUBÉN DARÍO

¡Ay, paloma sin nido, rosa de Enero,
fuego que arde en la nieve, y hasta en el hielo…!
Luz azul entre sombras, verdad sin velo,
no temas ni suspires, que no me muero,
ni tampoco te asustes… ¡Sólo te quiero!
Sólo si tú te fueras, me moriría
entre niebla y tristeza, sin la alegría
de mirarte a los ojos, ni que los tuyos
vean rojas las rosas y sus capullos,
cuando el sol brilla en alto… A pleno día.


Luis Madrigal


Al final yo solito he caído en la trampa de mostrar impúdicamente aquí, en este lugar, mi propio verso, haciéndolo además con profanación de los viejos templos de la Poesía, aunque ya sea conocido antes, durante algunos años. Pido disculpas por mi atrevimiento y por haberlo hecho además mucho antes de lo que me proponía hacerlo. Sirva tan sólo de mera muestra indicativa del verso dodecasílabo.

Lamento que esta entrada se alargue algo más pero, por razones sistemáticas, creo antes de finalizarla, debo concluir la cuestión del tipo o clase posible de versos por razón del número de sílabas y, en consecuencia, con la segunda de las cuestiones pendientes, la relativa a lo que por mi parte considero cuál puede ser el número máximo de sílabas de las que puede constar un solo y único verso. Eso sí, dejaré la tercera, relativa al concepto de estrofa, para el momento en que exponga los tipos de estrofas posibles en Métrica castellana.

En tal sentido, considero que, en función de la premisa ya indicada, tan sólo caben en castellano dos únicos tipos de verso más: Los de trece sílabas, o tridecasílabos y, por último los de catorce sílabas, llamados también alejandrinos. Ya de los primeros, de los de trece sílabas, cabe decir que muy pocos pueden existir que no sean una deformación de los de catorce, de los alejandrinos. Pero dentro de estos pocos, pueden señalarse los de la gran poetisa hispano-cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, que son perfectos en cuanto a su métrica de trece sílabas:

Yo palpito, tu gloria mirando sublime.
¡Noble autor de los vivos y varios colores!
¡Te saludo si puro matizas las flores!
¡Te saludo si esmaltas fulgente la mar!

Y, por último, tan sólo restan los versos de catorce sílabas, los alejandrinos. Contra lo que suele decirse, este verso, pese a su denominación, nada tiene que ver con la influencia helenística, ni su aparición data del periodo del Romanticismo. Ciertamente, tras caer en desuso, fue rescatado por los poetas románticos, pero también fue ya muy utilizado en la Edad Media, y nada menos que en el Mester de Clerecía, dentro de la cuaderna vía, o tetrástrofo monorrimo. Por ejemplo, en este tetrástofo correspondiente a los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo:

Daban olor soveio las flores bien olientes,
Refrescaban en homne las caras e las mientes,
Manaban cada canto fuentes claras corrientes,
En verano bien frías, en invierno calientes.

La rima podrá resultar monótona. Personalmente, la que acabo de exponer, me encanta. Pero nadie puede dudar de que, por la medida de los versos, los cuatro son puramente alejandrinos. Y cierto también que, aún en la época moderna, en este mismo momento en el que nos encontramos se cultivan los versos alejandrinos. No voy a insistir con otros míos, porque eso sería ya, más que un descaro, un imperdonable abuso. Pero sí invocaré, como ejemplo moderno, estos otros, también puramente de catorce sílabas, nada menos que de Juan Ramón Jiménez:

Las antiguas arañas de todos los salones
Se han encendido frente al crepúsculo amatista.
Entre la lluvia y la arboleda los balcones
amarillos evocan no sé qué historia triste…

De más sílabas, de quince o de dieciséis, pueden existir también algunos versos en castellano, pero apenas se encuentran. Tan sólo algunos de dieciséis, que se desglosan generalmente en el romance octosílabo. ¿Y por qué no pueden existir versos de más de ese número de sílabas? ¿Por qué, en realidad, los alejandrinos constituyen el límite máximo? Creo que la razón, ya ha sido expuesta: Aparte de resultar fonéticamente impronunciables, por falta de oxígeno, con imposibilidad absoluta de acento rítmico y de cadencia, ¿cuál sería entonces tal límite, aunque tan sólo fuese por razón del soporte material para poder escribirlos y leerlos? En este caso, en vez de tener que escribir en versos bisílabos y trisílabos alternantes, el Padrenuestro, o El Quijote, y tener que hacerlo además en la cabeza de un alfiler, resultaría lo radicalmente contrario. Sería preciso disponer de la Autovía de Madrid a Barcelona, o de la de Córdoba a Buenos Aires, para poder escribir un verso “sin límite” de sílabas, y aún así no resultaría bastante. Nos encontraríamos ya frente al concepto matemático de infinito. Pero la Literatura, que nada sabe de ecuaciones, ha resuelto ya hace tiempo el problema. La extensión sin límite del verso, en cuanto a su número de sílabas, no es el llamado verso blanco, o suelto, o libre tradicional  -como ya expondré-  sino la prosa poética, o al  menos su colindancia tangencial. Un cordial saludo, amigos.