martes, 16 de febrero de 2010

EL GRITO DEL ESPÍRITU


Ahora que el Carnaval habrá pronunciado ya su último estallido -en Río de Janeiro, en Venecia, y también aquí en España, Tenerife, Las Palmas, Cádiz y en otros muchos lugares- y con él se habrán saciado todos los instintos de la carne, (entendiendo por tal tan sólo el simple intento de eso que se llama "ser feliz", o "divertirse"), llegan a mi memoria los textos litúrgicos de este último Domingo, el VI del Tiempo Ordinario. Todas las situaciones, se agudizan por los contrastes y esta del Carnaval (que a mí me parece tan solo una costumbre inocente, si se compara con la sarta de monstruosidades de que el ser humano es capaz), en la que casi todos los que se disfrazan lo hacen "de sí mismo", viene a contrastar radicalmente con lo que mañana se inicia. Mañana es Miércoles de Ceniza, la fiesta en la que la Iglesia nos recuerda que hemos de morir y convertirnos en polvo. Quizá, por ello, antes se ha celebrado el Carnaval, en una estrecha relación lógica. Si hemos de morir -ya lo decían los antiguos paganos- "comamos y bebamos, [y algunas otras cosas sin duda placenteras a los sentidos de la carne] que mañana moriremos". Ahora se suelen oír versiones más o menos distintas, pero sólo cambia el matiz. "Para cuatro días que va a vivir uno..." O una. Pero lo malo no es morir, sino vivir mal, caminar por sendas que no conducen, no pueden conducir a ninguna parte, si divergen del fin último al que todo ser humano puede y debe aspirar, y del medio para alcanzarlo, esto es, del orden, en su justa significación. Porque el "orden" no es el que impone un guardia de la porra, sino la recta disposición de todas las cosas a sus propios fines. Sólo eso. No se puede escribir con una escoba, ni tampoco barrer con una pluma estilográfica. Esto, sería puro des-orden. Por ello, se impone la necesidad de caminar y vivir siempre dentro del orden y, entre todos ellos, dentro de aquel que pueda prodigarnos el sumo bienestar, que es eso de "la felicidad", que dicen las gentes, de imposible alcance, según me parece, por parte de ningún Carnaval.

A partir de mañana, se inicia la Cuaresma, cuarenta días "entrenando", para poder "estar en forma" a la hora de iniciar y proseguir en la misma idea de ese orden, sin más genuflexiones, ni paños morados. Pero antes, como ya he dicho, ha venido a mi mente, por contraste, como también he apuntado, lo que el Profeta Jeremías (17, 5-8) proclamaba este último Domingo en la Primera Lectura: "Maldito quién confía en el hombre y en la carne busca su fuerza...". ¡Qué palabra, tan terrible, "maldito"...!Si uno de esos periodistas tan desconocedores de tantas cosas (de casi todo), pesca este texto, lo publicaría en primera plana y a grandes titulares: ¡Fijénse, fijénse lo que dice la Biblia de los cristianos...! Pero hay que seguir leyendo y pensando. ¿Cómo no vamos nosotros a confiar en los hombres, en los médicos, cuando estamos enfermos, en los ingenieros y arquitectos, trasnformadores del medio físico, que construyen los puentes, las presas y los edificios que servirán de hogar, de Hospital, de Escuela, de Sala de Conciertos? ¿Cómo no vamos a confiar en nuestros hermanos en la fe, animados por el mismo espíritu?. E incluso en quiénes no lo son, pero son personas llenas bondad y de ternura que nos quieren y protegen... ¡Claro que confiamos en los hombres...! Jeremías también lo sabe, y por ello añade sin solución de continuidad: "... apartando su corazón del Señor". La conclusión categórica es la de que no puede confiarse sólo en los hombres. El que así se conduzca "será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita..." Tiene que ser horrible, espantoso, encontrarse siempre -aquí en este mundo, sin necesidad de morirse, y aparte de la otra Vida- con la sequedad en la garganta y el sudor pegado a la piel, caminar a través de un árido desierto, sin poder levantar los ojos al cielo, para llenar el corazón de esperanza ... Pero, en cambio, "bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta; no deja de dar fruto". ¡Qué maravilla! Y eso tan sólo por confiar en Dios y poner en Él la confianza, sea lo que fuere cuanto pueda rodearnos. En esos momentos tan trágicos en los que el mundo parece venírsenos encima, cuando ya ni sangre nos queda en nuestro corazón y el dolor o la angustia parece que nos asfixian y aniquilan... Entonces es cuando podemos levantar los ojos al Cielo, para no sentir esa tremenda aflicción. Con el Carnaval, creo yo, no puede suceder lo mismo, entre copa y copa, mientras se dispara el matasuegras. Estoy hablando de un Carnaval muy "cutre", muy de tercera división, pero en el sentido indicado resulta equivalente al más sofisticado y "glamuroso".

También San Pablo, sabe perfectamente que hemos de morir y la Segunda Lectura de este mismo Domingo (1ª Corintios 15, 12. 16-20), nos dice: "Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo reucitó. Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido... Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos". ¡Alegría infinita! Negocio redondo. No sólo los momentos de dolor y de angustia, mientras vivimos, se llenarán de sosiego y de paz, sino que, Dios nos resucitará, no allá en los incalculables y casi metafísicos e infinitos tiempos del llamado "ultimo día", entre la trompetería del Valle de Josafat, sino en el mismo instante de nuestra muerte. La Muerte, sólo será un mero tránsito apenas perceptible, como quien cruza el umbral de una puerta, en su propia casa, para pasar de una estancia a otra. No hay dos vidas, nuestra vida es única, una sólamente. Vale la pena creerlo, sin que ello sea un cuento para niños, porque si no creemos, estamos condenados a la desesperación y, si no cremos que Cristo ha resucitado y a su Resurrección seguirá la nuestra, -ya que Él tan sólo ha sido "el primero de todos"- nuestra fe carece por completo de sentido. Pensar, o esperar, ciertamente, no es creer. Pero sí que lo es, simplemente "querer creer", como quería ver, sin que viese, aquel ciego del Evangelio, que gritaba al paso de Jesús, cuando formuló una petición bien sencilla, a la pregunta del Señor: "Señor, que vea..." Esa misma respuesta, la de un pobre ciego, creo yo -también pobre de mí- puede ser más que suficiente, para poder ver. Y ello debe dejarnos llenos de calma y de esperanza.

El propio Jesús, cierra en el Evangelio (Lucas 6, 17.20-26) esta serie de inmensa esperanza. Mateo y Marcos, presentan el mismo pasaje en distintas topografías. Generalmente, se conoce esta manifestación capital de Jesús como "El Sermón de la Montaña". Lucas, lo hace en un llano. Y dice que Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: "Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios... (si) ahora tenéis hambre, (después) quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo... ¡Ay de vosotros los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo... ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas".

Señor, hoy, cuando se apagan ya los ecos del Carnaval -y siempre- mientras aliente mi espíritu, quiero gritar: Aumenta mi pobre fe, para que yo también pueda ver... Para que pueda confiar siempre enTi y, con ello, librarme del dolor, y de la aridez de este desierto. Aumenta mi fe para creer en tu Resurrección, porque la mía será consecuencia de ella. Para alcanzar la verdadera felicidad. Quiero ser capaz de ser pobre, vivir con los pobres, y entre ellos, y de llorar mi llanto hasta que pueda transformarse en risa y alegría. Amén. Luis Madrigal.-

OTRA VEZ LA NIEVE SOBRE MADRID


No las he contado, pero creo que esta que en estos momentos cae, es la cuarta nevada del Invierno sobre los tejados y las calles de Madrid. Sobre los muros de sus casas, sobre los marcos de sus cristales... Suaves y blandos, los hermosos copos blancos, llenan el aire entero y, desde mi ventana, yo los veo caer, acompañándolos con mi sentimiento más fervoroso, para atraerlos a mi corazón. Quiero que, en este seno tan cálido, que suspira cada segundo, recordándome mi compromiso con la vida, encuentren el calor que el frío ambiente invernal les niega, convirtiéndolos en parte de su fantasmal espectro. Quiero ver, en cada uno de ellos, el recuerdo de otros días ya lejanos, de luz y de esperanza. A veces saco mi mano a través de la ventana y dejo que, lentamente, se vayan acumulando sobre su palma abierta, y también casi aterida y temblorosa, para que nadie pueda pisarlos, al caer sobre el suelo. Luego, retiro mi mano y dejo que, lentamente, vayan disolviéndose, licuándose entre los poros y entresijos de la piel, para impregnar mis tejidos e inundar de ellos todo mi ser... Son los hijos de aquellos otros copos de nieve, que iluminaron mi infancia junto al fuego, cuando en mi corazón tan sólo reinaba la alegría y mi mirada se perdía extasiada a través de otra ventana, que ahora recuerdo como si me encontrase frente a ella, y que nunca podré olvidar. Aquella mirada, buscaba las cercanas Vegas, también blancas y salpicadas de árboles, sobre cuyas ramas aquellos copos habían tejido una sinfonía que alentaba la vida, para florecer cada año nuevamente en otra explosión de color y de luz. Luis Madrigal.-