viernes, 20 de abril de 2012

PROSA PARA EL PERIODISMO DE OPINIÓN


Sinceramente, llevo ya cinco entradas consecutivas dedicándome a la “dulce melodía” (para el caso de que así fuese) y creo que ya es hora de presentar en sociedad, como prometí en su día, algunas otras muestras de prosa, de mi propia cosecha. Voy a comenzar. Comenzaré, no por las alturas, en el caso de que yo pudiese alcanzarlas, que no es el caso,  esto es, por la prosa filosófica y menos aún por la didáctica, dado que pocas cosas puedo yo enseñar a casi nadie. Y tengo que lamentarlo, pero, en este momento, me parece que debo comenzar por el tipo de prosa correspondiente al llamado “periodismo de opinión”. Sólo eso, desde luego. Una simple opinión, aunque, como todas, creo que muy respetable. Mucho más, lamento de verdad  -y a nadie quisiera ofender, pero no tengo más remedio-  que asomarme al actual precipicio, y contemplar desde él el vacío del abismo. Si a alguien le parece que no es así, puede contar desde ahora con mi respeto. Y además con mi sincera gratitud, porque siempre son de agradecer las muestras de optimismo. No obstante, le sugeriría tener a mano algún humilde paracaídas, ya que los parapentes deportivos sin duda tienen que ser mucho más caros y no es hora precisamente de dispendios. No hay dinero ni para medicinas. Yo, sinceramente, no puedo saber de quién es “la culpa”. Pero, tampoco voy a acusar a nadie que haya tenido que ver recientemente con esta triste realidad que hoy es España. No voy a acusar a nadie, porque estoy plenamente convencido de que este triste grave mal viene desde muy lejos. O, en todo caso, desde hace ya cerca de cuarenta años.


ESPAÑA, NO PUEDE PERMITÍRSELO


Me parece tener la impresión de que España continúa “invertebrada”. Cuando, en 1921, Don José Ortega y Gasset escribió una de sus obras más importantes en lo que atañe al orden político español, sin duda crucial en relación con la cuestión de referencia, la invertebración de España se situaba y concentraba en torno a tan sólo dos “particularismos”, como él los llamó; a tan sólo dos gritos periféricos, consecuencia a su vez de otros mucho más lejanos, los ultramarinos, que sonaban al otro lado del Atlántico. Habían comenzado a oírse allá por la razón de que, siguiendo el proceso similar al que narra Mommsen respeto a la propia construcción y destrucción de la Madre Roma  -el de un “vasto sistema de incorporación”, al que sigue otro inverso de desintegración-  este último, en el caso de España, había dado ya comienzo al otro lado del Mar y los gritos que sonaron allí primero, terminaban oyéndose en Cataluña y Vascongadas. La razón era sencilla: lo primero que se une es lo último que se separa. Hasta aquí, muy en síntesis, lo que dice Ortega. Ahora, seguiré yo.

La cruenta guerra civil de 1936-1939, y la victoria militar, que impuso la Dictadura del General Franco, aplazaron cerca de medio siglo aquéllos problemas de invertebración. En 1975 se produce la muerte del Dictador, y surge en la nueva escena política española la funesta UCD. Muy lamentablemente, la presidencia (en el Gobierno y en el partido político que lo sustentaba) de un pobre hombre, un falangista, de ineptitud personal similar a la del último personaje socialista ocupante de tal cargo, va a hacer que se consume sin duda uno de los más graves errores históricos de los que, en aquel momento, también crucial, pudieron cometerse: La construcción de ese monstruo que se llamó “el Estado de las Autonomías”, con la innecesariamente absurda aparición de ese esperpento de las Comunidades Autónomas. Yo mismo, he dicho ya muchas veces  -lo pienso patentar-  que, con el pretexto, de acabar con dos riesgos, se propiciaron diecisiete siniestros. Que, para un territorio de 504.645 km2, sean precisos nada menos que 17 Estados, cada uno de ellos con sus tres poderes básicos, tal despropósito  -aquella “fantasmada”- no podía conducir a nada bueno. Ya desde el primer momento, un moderado independentista catalán, un gran hombre y un gran político, Josep Tarradellas, traído a España desde el exilio, pronunció  aquellas palabras, que yo oí  -y vi cómo las pronunciaba-  puesto que pude observarlo a través de la TV. Fueron palabras especialmente señeras, porque no sólamente  se limitó a decir, en catalán: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”, con lo cual, simbólicamente, quería referirse, no únicamente a los catalanes, sino a todos los que vivían en Cataluña. Pero, dijo algo más, y algo muy importante. Evidentemente, su pensamiento político, republicano e izquierdista, albergaba también un nacionalismo catalán tan mitigado y discreto, que le hacía ver a Cataluña absoluta y totalmente integrada dentro de España. Sin duda por eso, también pude oírle decir en varias ocasiones que, para defender la lengua, la cultura y la identidad catalanas, no era necesario separarse de España. Tal vez por ello, aquel gran hombre, quiso decir también, en castellano, alto y claro, con una singular visión, lo que hoy, en estos angustiosos momentos cobra transcendental importancia en el orden estrictamente económico: “España, no puede permitirse esto”. Se refería a la constitución de 17 Estados dentro de otro, a su viabilidad presupuestaria y económica. Yo, se lo oí decir, en vivo y en directo, al Honorable Tarradellas, y pongo por testigo a los archivos de TVE.

Ciertamente, Cataluña, a partir del Compromiso de Caspe, en 1412, con el advenimiento de Fernando de Antequera, carecía y carece de razón histórico-política fundamental, pero sociológicamente alguna tenía y aún tiene. Los que no tienen ninguna, radicalmente ninguna, son los que siempre fueron los mejores y más nobles y leales servidores de Castilla, desde que los Reyes castellanos acudían a Guernica y juraban el Fuero de Vizcaya, el Viejo de 1452 (entre otros Isabel la Católica) y el Nuevo, a partir de 1526, ante las Juntas Generales de Bizkaia  -Bizkaiko Batzar Nagusia-  y bajo el histórico Árbol. Ellos fueron después también los más heroicos defensores de España. Ejemplos vivos pueden ser, no sólo Miguel de Unamuno o Ramiro de Maeztu, sino Iñigo de Loyola, Juan Sebastián Elcano, Juan de Garay o Miguel López de Legazpi, por no citar a Diego López de Haro, fundador en el año 1300 de la Villa de Bilbao.  Fue un demente, un personaje atávico, quien, fundándose en razones aparentemente transcendentes, pero en realidad muy superficiales, y falsas además, levantó una barrera de odio contra España. Y tras las dos primeras Guerras carlistas (porque la Tercera se libró íntegramente en Cataluña), ninguna de las dos Repúblicas, ni la Dictadura franquista, supieron refutar, con la razón de la historia y de la verdad, aquella sarta de falsedades. Y hoy, hace tan sólo días  -lo he podido ver también en TV- seguían reclamando con amenazas la “Independentzia”.

De lo demás, ni para qué hablar. Prescindo del insulto y agravio histórico perpetrado contra un Viejo Reino, cuyo blasón ocupa  -él solo-  un cuartel entero del vigente escudo de España. Pero, lo de Galicia o Andalucía, que ahora quieren ser poco menos que “independientes” también, carece del menor sentido. En ninguna de estas regiones tan españolas prendió en el pasado el más mínimo sentimiento “invertebrador”, porque ni tan siquiera fueron jamás “regiones forales”, ni aun en la fecha en que, el 24 de Julio de 1889, se promulga el Código civil español. En Galicia, siempre se aplicaron, primero las leyes leonesas y después las castellanas. Y Andalucía, tras la Reconquista, no fue nunca otra cosa sino Castilla. Lo de La Rioja, Cantabria o Murcia, incluso lo de Valencia y Baleares también es de pura risa. Y lo de Madrid, un verdadero “chiste”. Todavía sonará en algunos oídos una vieja “cancioncilla-soniquete” escolar, para explicar en las Escuelas de entonces las Regiones de España: “Hay una Región central / no tiene mar ni fronteras / su capital es Madrid / su nombre Castilla Nueva”. Lo podría tararear. Y ahora resulta que Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara (la vieja Alcarria), ya no son Castilla La Nueva,  sino  -con un trozo del viejo Reino de Murcia-  “Castilla-La Mancha”. Ni Nuestro Señor Don Quijote lo hubiese permitido. Como no es posible permitir esa otra incoherencia histórica, además del insulto  -y en cierto modo de la traición-  de “Castilla y León”. ¡Menos mal, que, en lugar de un guión, han puesto una conjunción copulativa! Aun así, el orden no es exacto, dado que debería invertirse, aunque tan sólo fuese por razones de antigüedad. Y todo ello, simplemente, merced a dos falangistas, el uno tonto –pobre hombre, hoy enfermo, me mueve a toda compasión- y el otro felón, más que miope, además de mediocre, cuentista, arribista y chaquetero.

Siempre pensé y temí que, como en el caso de la vieja U.R.S.S., el roto no tendría arreglo, ni solución posible. Que era un trágico viaje sin posible vuelta atrás. Pero, mire usted por dónde, y aunque España no es europea, sino hispánica, va ser la solución este negocio político de mercaderes, pese a dejar de llamarse “Mercado Común”, y que ahora se llama Unión Europea (U.E.), con capital, no en Gante  -la Ciudad natal del César Carlos-  sino en Bruselas, que no cae demasiado lejos. Y allí, manda una señora, antigua súbdita “Der GroBe Kaiser” (que era precisamente el mismo Carlos), y que va  a venir a España, más pronto que tarde, a decirnos a los españoles, a todos (a los catalanes y a los vascos, también): Miren ustedes, si no quieren que les suceda algo parecido a Grecia, tienen que dejar de ser inmediatamente 17 Estados, y cerca de 10.000 Municipios, con sus Ayuntamientos; tiene que acabarse ese inútil despilfarro consistente en que los Sindicatos y, dentro de ellos, esa panda de inútiles haraganes, semianalfabetos, sean suculentamente financiados con fondos públicos, asi como que las empresas -todas ellas, las más modestas también y sobre todo, no sólo las multinacionales capitalistas-  tengan que sufrir esa sangría de las llamadas “horas sindicales” y miles de engañosas artimañas más. Todo ello para no trabajar. Por eso, precisamente, no hay trabajo. Pueden seguir ustedes siendo 50 Provincias, como siempre, ni una más, que la Provincia fue un gran invento en su día y puede seguir siendo una gran institución. También y mejor aún, a través de ella, se puede lograr perfectamente la descentralización administrativa funcional, en la medida necesaria y conveniente. Pero, nada más. ¡Ah… eso tampoco, nada de un mínimo de 300 parlamentarios, entre los Diputados, y de 4 Senadores por cada Provincia! En total, como mínimo, 500 zánganos, incapaces de nada la mayor parte de ellos, refugiados en la política.  ¡Sistema bicameral, nada menos! Para dormitar en el “Leemento”, o no acudir a él, a lo sumo, calentar sillones y pulsar uno u otro timbre -cuando, cual y el que manda el jefe del partido, el gobernante o el de la oposición- no hacen falta tantos. ¡Ni menos aún, tantos tontos! ¡Menos, muchos menos! Por último, tendrán que lograr que funcionen los Juzgados y los Tribunales, para meter en la cárcel a tantos ladrones, con el doble de pena si no devuelven lo que roban, pero también, aunque lo devuelvan, con la que señala el Código penal. La pena, es retributiva, aunque pueda ser correccional en algún caso. En muy pocos, que Karl Roeder, ya está pasado de moda, con estrepitoso fracaso de la teoría. ¡Ah… y ¿qué vamos a hacer con los catalanes y, sobre todo, con los vascos, tan valientes ellos, estos últimos (sobre todo para poner bombas en los supermercados o tirotear por la espalda a los militares o a los policías), cuando se suprima de raíz esa estupidez de las Autonomías, de todas?! La fórmula es muy sencilla. Yo, no tendré ocasión de aplicarla nunca, desde luego, pero tan sólo porque no es nada probable que sea nunca Presidente del Gobierno. Tampoco puedo saber ni calcular los apoyos parlamentarios que necesitaría, actualmente y por ejemplo, el Sr. Rajoy, a fin de obtener los quórum precisos en la Cámara o Cámaras. Pero, si por mi fuese, ya podrían ir preparándose en Barcelona y en Bilbao, sobre todo en San Sebastián (“Donostia”), a recibir a la División Acorazada, precedida de la Legión, con el apoyo de la Armada, ya que se trata de zonas costeras, y desde luego también del Ejército del Aire. Nadie crea que soy yo un antidemócrata, añorante del pasado, golpista, “facha”, franquista o enemigo de la libertad y de la Constitución. Tampoco de los pueblos catalán y vasco. Antes al contrario. Amo profundamente la libertad de todas las personas y de todos los pueblos, y hablo desde lo más hondo de ella y de la Carta magna de España. Concretamente del artículo 8, 1. del Texto constitucional. Puede leerlo, serena y objetivamente, quien no se fíe de mí.  Luis Madrigal.-