lunes, 17 de junio de 2013



SE PIENSA CON PALABRAS


Estoy plenamente convencido, aparte por completo de haberlo oído decir en muchas ocasiones, y sobre todo por haberlo experimentado otras  -algunas con dolor- de que se piensa en una lengua determinada, quiero decir en un idioma. Después, se expresa, en esa misma lengua o en otra distinta, aquello que se ha pensado. Naturalmente, se expresa con o mediante palabras, aunque lo que se piensa sean ideas, o si se quiere conceptos, y aunque ahora, en relación con lo que quiero decir, no importa lo más mínimo la diferencia, o la distinción, entre unas y otros, si es que tal diferencia existe o se pueden aislar entre sí con precisión ambas categorías. En cualquier caso, tomando el más primario de los actos de entendimiento, ya sea la casa o el camino, la afirmación o la negación, el cielo o el mar, la piedra o el movimiento, lo cierto es que, cuando en nuestra mente concebimos estos tipos de representaciones, ninguna de ellas es lo suficientemente abstracta como para poder prescindir de la entidad, contextura y mecanismo de la palabra y, en consecuencia, del código del lenguaje. Esto es, se piensan ideas, sí, pero también sólo mediante palabras. La palabra, en consecuencia, no sólo es un medio o un vehículo de expresión de la idea, sino también el instrumento para que ésta pueda ser pensada. Es imposible el pensamiento sin la palabra y, tal vez por ello, esta última, no sólo fue el Principio de todo.  Esta Palabra, principio sin principio ni fin, en realidad, más que un instrumento, es el Logos, es decir, la causa y explicación coherente de todo. Pero no quiero llevar los tiros en esa dirección. Me estoy refiriendo a lo que a los humanos nos sucede cuando hablamos con otra persona. Como es lógico, primero pensamos en lo que necesitamos o queremos decir, y después lo decimos.

Cuando la conversación, el diálogo, tiene lugar entre personas que hablan la misma lengua, entre personas inicialmente “homohablantes”, el fenómeno se percibe en mucha menor escala o intensidad. Pero cuando los que conversan, aunque lo hagan en la misma lengua, han tenido lenguas maternas diferentes, es decir son inicialmente “heterohablantes” (si bien es cierto que uno de ellos puede llegar a ser bilingüe, alcanzando la misma precisión en la lengua de su interlocutor que en la suya propia), incluso en este último caso, puede producirse un cierto grado de “incomunicabilidad” y confusión de ideas entre los interlocutores, en sus matices más sutiles, cuando no, si la diferencia en el manejo de la lengua que en la ocasión se está hablando es notable, entre uno y otro, lo que puede producirse es que uno de ellos, entienda exactamente algo muy distinto de lo que el otro dijo, o quiso decir, cuando no lo radicalmente contrario a lo dicho o a lo deseado. Acaba de sucederme, casi dolorosamente, con un buen amigo hindú, nacido en Bombay, que reside ya desde hace más de diez años en Madrid, e incluso posee ya la nacionalidad española. Pero su lengua materna es el hindi, y la mía el castellano, y casi por ello estoy escribiendo ahora lo que escribo.

La primera vez que tuve ocasión de observar este fenómeno en la vida real, llamó poderosamente mi atención el hecho de que personas de una misma lengua que no era la mía, sino la suya, y que se encontraban en cualquier parte, solían preguntarse, o decirle el uno al otro: Oye, ¿todavía traduces?. Es decir, aún piensas en alemán, para transportar mentalmente lo pensado al francés y después expresar el pensamiento en esta última lengua. Dicen los Profesores de Lengua, sea ésta la que sea, con alumnos de otra lengua diferente, que no podrán alcanzar estos últimos el grado más perfecto y preciso en la lengua que tratan de aprender, hasta que no consiguen pensar en esta última, en lugar de hacerlo en su lengua materna.

¿Qué quiere decir esto? No puede caber duda alguna al respecto. Lo que significa es que se piensa con la palabra, que se piensa “en palabras”; o, como inicialmente decía, que las ideas o los conceptos no pueden concebirse de una manera absolutamente abstracta, o “en el aire”, sino mediante el apoyo en una estructura lingüística determinada. Cuando el primer aprendiz de hablante, en la historia de la Humanidad, exclamó un día: “rgu”, tal vez incluso emitiendo un alarido, ¿estaba expresando alguna idea, o simplemente estaba elaborando la palabra para poder después construir ideas? Me parece sinceramente muy  complicado y difícil poder averiguarlo, porque, de modo más o menos análogo, discuten entre sí los etnólogos acerca de si el primer arco fabricado por el ser humano fue un arco de caza o un arco musical, pero yo, que soy un analfabeto, tengo la impresión de que la idea no pudo ni puede ser independiente de la palabra, sino que casi es ella misma o, en todo caso, que sin la palabra, no hay idea alguna que pueda ser, no ya expresada, sino ni tan siquiera pensada.

Ciertamente, también estoy persuadido, o al menos lo intuyo con cierta fuerza, que la palabra no es el único instrumento de concepción y expresión del pensamiento. El lenguaje de las palabras, no es el único de los que existen al alcance del ser humano. También existe el lenguaje de los números, es decir el lenguaje de la Matemática. No pretendo inferir a nadie el insulto de distinguir entre quienes “operan” con los números y los que piensan con ellos y mediante ellos, del mismo modo que después expresan también mediante ellos lo que han pensado. Sin duda alguna, a título de mero ejemplo, escribir o pronunciar la expresión, Sen2 a + cos2 a =  1,  por no emplear otra mucho más rotunda y cósmica, y al mismo tiempo tan simple de formulación, como E=mc2, o bien algo mucho más desarrollado como lo siguiente, aunque relacionado con lo anterior:

                     vx
y (t -   ----- )x´ =  y (x – vt).  y´ =  y.  z´= z
                    c2
                                 1
donde y  =  ---------------------   es llamado factor de Lorentz
                    Raíz 2 de 1-v2/c2

Y C  es la velocidad de la luz en el vacío.


Todo esto  -¿quién puede dudarlo?-  es un lenguaje. Y es un lenguaje de números, aunque se utilicen también letras, como puede verse, pero sobre todo es un lenguaje para pensar y para expresar el pensamiento sin palabras y, en consecuencia, sin la palabra. Y aquí no caben equívocos, ni diferentes idiomas en virtud de la cultura o estructura lingüística de los pensantes. Y desde luego, ha habido, hay y habrá ideas que tan sólo, única y exclusivamente, se podrán pensar, expresar y comprender de esta manera, mediante este tipo de lenguaje.

Pero, ¿y las necesidades más primigenias, las más necesarias y útiles de la vida? ¿También se podrán pensar, expresar y comprender con este último lenguaje? Me temo que no. Sobre todo, cómo se podrá concebir y expresar el sentimiento, esa sensación del alma en la que se experimenta el amor, o el odio; la calma, la soledad, la misericordia, la amargura o la felicidad inmensa y placentera, el gozo del espíritu… Para eso, no sirven de nada los números. Hay que recurrir inexcusablemente a la palabra. Salvo que a alguien pueda ocurrirle  lo que  -dicen-  le ocurrió a un señor de pelo largo, mirada misteriosa, gesto introvertido, que cuentan se encontró una tarde en su propio jardín con una niña rubia y dulce, a la que preguntó: ¿Cómo te llamas, guapa? Y la niña, respondió. “Ana Einstein, papá”.


Luis Madrigal