sábado, 25 de septiembre de 2010

EPÍLOGO A XIII SONETOS DE AMOR



I


NADA MÁS PUEDO DECIRTE

Nada puedo decirte... No te encuentro
ni aún tras esas nubes azuladas
que viajan sin cesar, pero varadas
al mismo tiempo en mí, sin otro centro.

Quisiera ser de ti el epicentro
de un dulce terremoto, cual las Hadas
que danzan en tu Sierra, enamoradas
de esa onda de cristal que vive dentro.

Quisiera hallarte hoy, para decirte
que te busqué sin pausa, hora tras hora...
Que, sin haberte visto, el despedirte

jamás deseé ver, y sin demora
ansío con fervor poder pedirte
tu perdón, que mi amor por ti hoy llora.



II

SIEMPRE ESTARÉ CONTIGO





Querré verte en el aire, sin mirarte,
hablarte en un susurro, sin oírte...
Hallar en mí tu ser, poder decirte
que se ha ocultado el sol... Para besarte...

De todo cuanto sé, sólo sé amarte.
Sin ti, mi corazón puede sentirte;
mi mano temblorosa, bendecirte
y en las noches sin luz, sólo llamarte.

Aunque no estás aquí, siempre conmigo
vives, en mi mirada y pensamiento.
Cuando se va la luz, sueño contigo.

Tú, eres mi ser, mi luz, mi sentimiento;
la paz y la armonía que persigo
desde que oí tu voz... Y en mí un lamento.



III

TE AMARÉ SIEMPRE A TI, AUNQUE HAYA MUERTO

No viviré jamás para besarte,
ni tus labios encontrarán los míos,
como arroyos que fluyen entre ríos,
ni un altar podré alzar para adorarte.

Al menos, al partir, quisiera darte
todo mi amor, ardiente mil estíos,
desde mi Invierno, con sus días fríos,
que deshiela el calor con que he de amarte.

Pese a que no esté aquí y, aunque ya yerto,
mi corazón se pare y ya no aliente...
Cuando mi ser de tierra esté cubierto

no podré ser sino un ayer latente...
Mas, allí te amaré, aunque haya muerto,
que no sólo es aquí donde se siente.



Luis Madrigal