lunes, 14 de agosto de 2017

TAN SÓLO ANÉCDOTA


SOBRE EL PERDÓN A LOS ENEMIGOS



Un Burro



Otro


En un mismo día  -ayer mismo, para ser concreto-  aunque sin duda por casualidad, he podido cerciorarme, una vez más, de que eso que, con la mayor frivolidad y superficialidad, llamamos amistad o enemistad, y en consecuencia "amigos" o "enemigos", es mucho más sutil de lo que, ya por si o en si mismo pueda advertirse. Entro en un bar y saludo: "Buenos días, queridos amigos". Alguien, al otro extremo de la barra, responde, con la mayor convicción de estar seguro de lo que dice: "Bueno, eso de amigos, hay que demostrarlo". Sin la menor duda, no se refería a mí en particular, por falta absoluta de materia y causa, sino al concepto de "amigo", muy en general. Pero, tenía mucha razón.

Lo mismo, podría suceder en cuanto a lo de "enemigo". Parece ser que, en este último caso, la anécdota se atribuye a muy diversos personajes, todos ellos famosos, que en su lecho de muerte fueron piadosamente animados a perdonar a todos sus enemigos. El moribundo (o los respectivos, secuenciales o alternativos agonizantes) respondieron: "No puedo personar a los enemigos, porque no tengo ninguno. Nunca hice ningún favor a nadie".

No es preciso ser un lince para deducir que, parece ser, aquellos a quienes se favorece en algo, por pequeño sea el favor, terminan siendo los enemigos de quien les dispensa el correspondiente acto de liberalidad. Y, además, en proporción directa al favor recibido. Esto es, a más, más. A menos, menos. Por ello, cuanto más grande es el favor, mayor la enemistad. Esto es realmente grave. No lo es tanto, en cambio, en el caso contrario, cuando el favor prestado es mínimo, o insignificante. En este útimo caso, más que hablar de enemistad tendríamos que llamarlo ingratitud, o simplemente torpeza. Pero ya sabemos que ésta, la ingratitud, es un sentimiento privativo del ser humano, que en esto se distingue de los animales, mucho más agradecidos. Sin llegar a tal fenómeno, también resulta costatable, estéticamente, que la simple torpeza, la falta de la más mínima sensibilidad, es muy frecuente entre los de nuestra especie.

No faltan tampoco, desde luego, los analistas de la cuestión, que atribuyen la ingratitud al fruto positivo o no de la gestión, servicio o dádiva prestados, naturalmente sin obligación alguna de hacerlo, ya hayan sido previamente pedidos o no. Esto es, si el éxito sonríe al que lo recibe, no le resulta a éste tan fácil incurrir en aquel miserable tipo de conducta, como si una especie de freno, similar al bocado que se aplica a las caballerías, se lo impidiese. Ahora bien, si son el fracaso o la frustración los que se hacen presentes, pese al interés y buena intención del donante, en este caso no hay nada que agradecer y, en consecuencia ya no se produce tal freno y se instala el olvido, en la mente de aquel a quien se quiso favorecer, hacia quien trató de hacerle el bien.

Esta última actitud, mutatis mutandis, resulta colindante o similar a lo que, en el orden jurídico-penal, se conoce como delitos por razón del resultado, y ello debe ser, tal vez, porque es a los caballos, y no a los burros, a los que se coloca tal instrumento de hierro, con sus correspondientes cama y barbada, para poder ser sujetos y gobernados. En todo caso, los burros, desde luego, con freno o sin él, son mucho más innobles y mucho menos dóciles e inteligentes que los caballos, que son animales de gran porte.

En cualquier caso, la civilidad, la cortesía, el buen sentido de la convivencia  -sin necesidad de llegar al perdón,  que es sentimiento o virtud genuinamente cristiano-  son para ser destinados a todos, y no tan sólo a quienes se comportan conforme aquellas honorables actitudes sociales. "Por las buenas, yo soy muy bueno..."  Esto dicho tan usual como estúpido, es sencillamente inaceptable. Hay que ser bueno con todos, cualquiera sea la forma en que uno pueda ser tratado por los demás. Bueno, educado, sensible, amable, cortés, generoso... y cuantas otras propiedades elogiamos en otras personas, para que estas mismas cualidades, siempre privativas del bien y nunca del mal, puedan arraigar en nosotros mismos. Porque, del mismo modo en que quién no es honrado en lo poco, no puede serlo en lo mucho, el que no es educado, cortés, amable y generoso con todos, no puede serlo con nadie.


Luis Madrigal



Las Navas del Marqués (Ávila, España)
14 de Agosto de 2017
Terraza de Verano de la Cafetería-Bar "El Sauco"