viernes, 18 de julio de 2014

El PROTOTIPO DEL MÁS GRANDE AMOR



NORMA

Desde siempre, Romeo y Julieta han sido considerados como el símbolo supremo del amor sentimental entre un hombre y una mujer. Y puede que así sea. Pero caben otras dimensiones y matices. Una de ellas, es la de Norma, la sacerdotisa virgen, la gran Druidesa de la diosa celta Irminsul, en la opera de Vincenzo Bellini. Virgen sólo en teoría, porque, con quebranto de su sagrado voto de castidad y sin que nadie lo sepa, tiene ya dos hijos con el procónsul romano Pollione, durante la ocupación por parte de Roma de la Galia. Todos los latinistas, hasta los más elementales, saben que “Gallia est omnis divisa in partes tres”. Y no dice el libreto de Felice Romani en cual de esas tres partes se encuentra la aldea o el poblado en el que Norma ejerce su misión sacerdotal y su padre  -Oroveso-  la suya, que causa la impresión de ostentar, además de la jefatura de los druidas, la “Jefatura del Estado”. Ciertamente se observa cierta endogamia entre las funciones políticas y las religiosas. Pero la que manda, con potestad propia y no vicaria, en esta última dimensión, es Norma. Y ello es de capital importancia en el desarrollo de la trama teatral. Volviendo a César  -que subsidiariamente ha de prestarnos la más autorizada ayuda-  prosigue el brillante general y sobrio escritor su descripción, diciéndonos que de esas tres partes, una la habitan los belgas, otra los aquitanos, y “tertiam qui ipsorum lengua Celtae, nostra Galli appellantur”. Esto es, la tercera parte es el solar propio, y en consecuencia las costumbres y la religión, de los que en su propia lengua se llaman celtas y a los que nosotros llamamos galos. ¿Cuáles eran esas costumbres, equivalentes a los mores maiorum de los romanos y, sobre todo, cuál era la religión de los que a sí mismos se llamaban celtas, por mucho que Roma los llamase galos? Porque, según la propia situación que César nos ofrece, no toda la Galia estaba habitada por los galos, sino dividida en tres partes. Los galos ocupaban sólo una, mientras que las otras dos estaban habitadas por los belgas y los aquitanos. ¿De dónde puede haberse sacado el libretista, Felice Romani el asunto de las sacerdotisas vírgenes, el corte del sagrado acebo y demás pronunciamientos, pese a ser éstos escasos?

En realidad, hay que considerar que el argumento central de la ópera “Norma”, se situa en la Galia, pero no está tomado de las costumbres ni religión de los galos, ya sean o no propiamente esto  -galos- o ya sean celtas, sino de la tragedia “L´Infanticidio”, del escritor francés Alexandre Soumet, el poeta florido de Napoleón Bonaparte, lo que le valió ser nombrado Auditor del Consejo de Estado de Francia. Es como para dudar del lirismo de sus versos, si se tienen en cuanta las actuales razones que mueven la designación para asumir los cargos políticos, y que no creo muy diferentes en la época del pequeño corso. No es necesario, por tanto, entrar en más análisis del “De Bello Gallico”, ni en el famoso párrafo de César “Honorum Ominum fortissimi sunt Belgae”, tan controvertido por los historiadores actuales; ni si los belgas estaban o no atrasados en aquel momento, o si eran propiamente galos, más bien germánicos o incluso formaban parte de un tercer grupo, ni por todo ello tampoco de cual de ellos pudiesen ser los rasgos religiosos propios del pueblo en el que Norma ejerce su sacerdocio. La cuestión, no es esta, por lo ya dicho. Tal cuestión radica en Soumet y no en Julio César. Porque, según Romani lo cuenta en su trama, el amor de Norma por Pollione y el de éste por ella, pese a las incertidumbres intermedias, en las que entra en juego la leyenda tomada de Soumet, culmina siendo, más que el amor de un hombre por una mujer y el de una mujer por un hombre, la manifestación más pura de todo amor. Un amor excelso, que supera toda idea de sexo y de sexualidad, para alcanzar la más alta cota del amor más noble, el amor que se rige y preside siempre por la idea de generosidad y sacrificio en aras del otro; de que aquel a quien se ama no pueda sufrir nunca, o pueda gozar siempre. Aunque ello conduzca irremisiblemente a la muerte. Y esto es lo que, al final, de la trama, hacen Norma y Pollione.

Cierto que, antes, tanto Norma como Pollione, han pensado y proyectado hacer otras cosas mucho menos honorables. No todo es sublime en “Norma”. Esta, ha desaconsejado la guerra contra los romanos, en principio, tan sólo porque ello arrastraría a ella a Pollione y, con ello, posiblemente a la muerte del Procónsul de Roma, y del amor que siente por el padre de sus hijos. Incluso, cuando su auxiliar Adalgisa, también sacerdotisa y como ella ligada por los votos, le confiesa que ha violado los mismos, Norma se muestra comprensiva y dispuesta a encubrirla, pensando en su propia situación. Pero cuando descubre que el instrumento de tal violación ha sido el propio Pollione, los celos y la ira invaden su espíritu. Norma, ya no quiere la paz, sino la guerra a muerte para vengarse de Adalgisa y que ésta perezca en la hoguera, pena con la que se castiga la sacrílega conducta. Mucho más aún. Ante el desamparo de sus hijos, está dispuesta a matarlos antes de darse muerte a sí misma. Esto, desde luego, no es amor. Simplemente, celos, ira y deseo de venganza. Por su parte, Pollione dice haber sido llamado a Roma, y propone a Adalgisa fugarse con él. Adalgisa, descubre el secreto de Norma y ésta se compadece de sus hijos y pide a aquélla que los proteja, tras su muerte, a cambio de su silencio. Es el momento sublime del aria, de suma ternura,  ´Teneri, teneri figli´.  Al final, ante la pregunta de quién ha sido la sacerdotisa que ha quebrantado sus votos, Norma confiesa ante todos los druidas. “Soy yo, preparad la hoguera”. Confiesa ser la madre de los dos pequeños y ruega a su padre, Oroveso, que los proteja y los guarde. Esto conmueve el alma de Pollione, que nuevamente se enamora de Norma, ante semejante grandeza, y comparte la hoguera con ella.

 Siempre oí decir a algunos de los entendidos en la materia que la mejor “Casta Diva” -la famosa cavatina de “Norma”-  del siglo XX, había sido la de María Callas. Y a otros, la de Monserrat Caballé. No podría yo afirmar lo contrario. Y desde luego, dispongo del video de estas dos famosas soprano, la griega y la catalana, correspondientes a la famosa cavatina. Pero, sinceramente a mí me parece mucho más guapa la rusa, nacionalizada austriaca, Anna Yúryevna Netrebko, y por ello es esta la que voy a insertar. Bueno, para que puedan establecerse comparaciones, ofreceré las tres versiones, aunque hay muchas más. Que lo disfruten, y lo disfrutéis todos, amigos. Pero, sobre todo, pensemos que el amor más sublime ha de ser siempre, más que el causado por la belleza, el que inspira la verdad.

Luis Madrigal