lunes, 25 de julio de 2016

SANTIAGO, SALVA A ESPAÑA




A EUROPA Y AL MUNDO


Es muy conocido el grito, porque lo es  -es un grito-  "Santiago y cierra España". Creo recordar haber dicho, ya hace años en este mismo humilde Blog, que es el grito, o lo fue, de la Caballería española. Y en este sentido, Santiago (el Santiago Matamoros de la tradición) es el encargado de hacerlo. De "cerrar" España, que es tanto como entrar, o trabar combate, con las armas. ¿Contra quién? Inicialmente contra el moro, contra el sarraceno. Casi ocho siglos les costó a nuestros antepasados, los españoles de entre los años 721 y 1492, enviar al lugar del que procedían, a aquellos fanáticos de Alah y Mahoma. También es sabido que "no hay más Dios que Aláh y Mahoma es su Profeta". En realidad Aláh, no es otra cosa, en su raíz semita primitiva, sino "el dios que asciende, que es poderoso". Es el "equivalente a", esto es, el mismo Dios, que Elohim, un plural de intensidad. El plural de intensidad en las lenguas semíticas, más que un plural propiamente dicho, es un adverbio de cantidad, un plural mayestático, de dignidad, de excelencia. Es un plural de tal fuerza que sirve, o se utiliza, para subrayar enérgica y enfáticamente una idea transcendental y transcendente, generalmente la de la misma divinidad.

Tal nombre no aparece nunca en el Antiguo Testamento, sino que se introduce, con la primera y las tres últimas letras de "Abdulah", como mera abreviatura, en el panteón de las deidades paganas de Arabia. En consecuencia, no sólo es el mismo Dios, único y universal, al que los israelitas llaman Elohim sino, cronológicamente muy posterior, en cuanto al nombre. Para ello basta recordar que los judíos andan por el año cinco mil y pico de su era; los cristianos, por el año 2016, de la nuestra, y los musulmanes, seguidores del profeta Mahoma, aproximadamente por el 1400, de la suya. Esto lo explica casi todo, o al menos explica muchas cosas. Entre otras, las masacres ocasionadas por las salvajadas terroristas de Nueva York, Madrid, Londres, Paris, Niza, Munich e incluso las de Constantinopla (antes Bizancio y hoy Estambul) o las de Egipto, Marruecos o Túnez. La Fe en Dios, además de ser firme, ha de ser necesariamente civilizada y libre, o no será verdadera Fe. Y es indudable  -tal vez debido a lo que ahora se llama la inculturización- que la civilización de los pueblos sólo se alcanza con el paso del tiempo. También, en sus días, se produjeron las Cruzadas, pero desde entonces han transcurrido ya muchos siglos. Durante la Reconquista de España, los españoles acudimos al Apostol Santiago, y desde entonces se hicieron hasta castizas determinadas expresiones, como la ya citada de "Santiago Matamoros"  -algunos de nuestros pueblos llevan ese nombre-  hasta conformar el lema de la Caballería militar española, el Arma de Caballería, cuyo himno concluye con la expresión ya citada: "¡Santiago y cierra España!".

Sin embargo cuando, en nuestro tiempo, tengo entendido que hasta se ha cerrado la Academia de Caballería, en Valladolid, nadie se acordaba ya de semejante grito. Los musulmanes (y nosotros para ellos también  somos tal) son hermanos nuestros en la Fe, aunque en rigor tan solo sean primos carnales. Ellos proceden de Ismael, a través de Agar, y nosotros de Isaac, a través de Sara. Todos de Abraham. De Ibrahim. Me refiero a los musulmanes civilizados, a los verdaderos musulmanes, y no a esta canallesca secta terrorista,  sangrienta y cruel. Y por ello pienso quizá no estaría de más, aparte de otros cauces posiblemente más inteligentes y propiamente civilizados, coherentes también con la raíz del problema, que los potenciales militares del universo al que se ha declarado tan cobarde e infame guerra, se concentrasen de nuevo en torno al Apostol Santiago, al grito, esta vez, no sólo de España sino de Europa y del Mundo, para aniquilar para siempre a los asesinos.

No sé si la propia España, mi querida y machacada patria, está en este momento por tal labor, no sólo sin Gobierno sino sin fe en sí misma, casi en el trance de consumación de aquello que tan casi milagroso le parecía a Bismarkc, cuando, en cierta ocasión, le interrogaron al respecto. Me refiero, desde luego, a Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen, Príncipe de Bismarck y Duque de Lauenburg, más conocido como El Canciller de Hierro. Se cuenta en efecto que alguien le preguntó acerca de que país le parecía el más fuerte del planeta. El Canciller, respondió al instante sin duda alguna: España, dijo, porque llevan los españoles varios siglos tratando de destruirla y no lo han conseguido.

Yo, pobre de mí, aun confío que nuestro Apostol Santiago, cuya gloriosa festividad hoy ni se celebra en la Comunidad Autónoma en la que transitoriamente me encuentro, y pese a ser ella el núcleo germinal de España, nos salvará a todos los españoles. A la Europa que peregrinó hacia Compostela y al universo mundo.


Luis Madrigal

Las Navas del Marqués (Ávila)
25 de Julio de 2016