lunes, 29 de diciembre de 2014

NOSOTROS "QUEREMOS"




LA HERMANA CORAZÓN
Solemos oír muchísimas veces  -y hasta demasiadas lo decimos nosotros mismos-  que los cristianos somos incapaces de llevar los preceptos del Evangelio al mundo y que, por ello, éste es como es. Sin duda, esto, en una gran proporción, es verdad. El cristianismo es de muy difícil ejecución, casi diríamos prácticamente imposible. Eso de renunciar a uno mismo para entregarse a los demás (a “los que no son yo”) es tarea ontológicamente “contra natura”, si uno se embelesa al mirarse el ombligo y, sobre todo, se va acostumbrando con dejadez a no situarse frente a las cosas, esos objetos corporales del mundo exterior, determinados y apropiables. ¡Es tanta su fuerza atractiva! No nos vale aquello que decía Zubiri. Si no tomamos cierta distancia de las cosas, si no nos situamos frente a las cosas,  sino que nos abrazamos a ellas hasta que casi formen parte de nosotros mismos, entonces nos “cosificamos”, nos convertimos en otra cosa más, dejando de ser personas. Tan sólo nos personalizamos cuando, como mínimo, podemos decir hasta aquí llegan “mis” cosas y aquí comienzo yo, para después obrar en consecuencia. Establecida, de forma operante, esta frontera entre las cosas y “yo”, entonces nos personalizamos, somos verdaderamente personas, y no cosas. Esto, es muy bonito y, sin duda, muy cierto. Pero, en la lucha por trazar y establecer esa frontera, la mayor parte de los cristianos, pienso yo, terminamos por sucumbir. Y por eso el mundo está como está.
Sin embargo, hay algunos seres, y puede que no sean tan pocos, que nos hacen recuperar la esperanza en la vocación y el destino cristianos. Son esas personas, hombres y mujeres, que lo dejan todo para ocuparse de los otros, para padecer junto a ellos y hasta morir por ellos, como ya hemos comprobado recientemente y muchas veces más.
Uno de esos seres celestiales, más que terrenales, fue en vida la misionera española de la Congregación de María Inmaculada, que profesó en Madrid, el día 9 de Octubre de 1928, con el nombre religioso de María del Corazón Eucarístico. ¡Vaya nombre! A cualquier ateo o frívolo, como yo mismo, le parecerá hasta ridículo el nombre, sobre todo teniendo en cuenta que ni los nombres, ni el solemne liturgismo vaticano, pese a su belleza objetiva, ni  las “ceremonias teatrales” de tercera, a las que últimamente algunos nos vienen acostumbrando, añaden nada de nada al espíritu cristiano. Ignoro cual podría ser el “estilo” litúrgico de la Hermana Corazón, que antes de ser religiosa, se llamaba Jovita García Peláez, pero lo que sí sé es que pasó hambre y frío en Francia, al inicio de la Guerra Civil española; que más tarde hubo de padecer en Inglaterra, y en carne propia, las atrocidades de la II Guerra Mundial, al frente de una comunidad de doce Hermanas de la misma Congregación que asistían a mujeres refugiadas del este de Europa, todas ellas muy jóvenes y en su mayoría judías que huían del terror hitleriano. Finalizada la gran Guerra, la Hermana fue trasladada, primero a Méjico, donde cooperó decisivamente en la Fundación Tlacotepec, en plena Sierra mejicana, y después a la India, donde su Casa se fue llenando de niñas huérfanas, pobres y abandonadas, a las que otorgó su amparo y protección, pero sobre todo su cariño, como si se tratase de su verdadera madre, y donde aún son muchas las personas que recuerdan con admiración y gratitud a la Hermana Corazón. ¿Qué razón podría haberle llevado a tales lugares y situaciones, si ella había nacido en Francos de Tineo, Asturias? En la respuesta a esta pregunta cabe fundar nuestra esperanza de hacer algún día del cristianismo no sólo una bella utopía, sino una palpitante realidad.
La Hermana Corazón, fiel a la obediencia, pudo conocer también la sociedad opulenta que describió y ensalzó el economista canadiense John Kenneth Galbraith, cuando fue trasladada a la Ciudad de Nueva York, en la que permaneció catorce años y por último a San Antonio de Tejas donde el día 14 de Noviembre, de este mismo año 2014, acaba de morir a la edad de 110 años. Pero el capitalismo americano no fue la fuerza de su vida, sino la fe en el Evangelio de Jesús de Nazaret y el amor a sus hermanos los hombres.
Luis Madrigal