lunes, 21 de julio de 2008

EL VERANEO












Señoras y Señores:

Cuando yo era un niño, en León, allá por los años 40-50, las vacaciones, las de verano y todas las demás, no eran otra cosa sino la interrupción de las actividades escolares. Nada más. Tampoco para los adultos, para quienes ya prestaban servicios laborales, significaban más que unos días de descanso, más bien pocos, durante los que se quedaban en su casa y en su ciudad, sin otros atractivos, a lo sumo, que los de ir al cine por la noche o efectuar, a media tarde, alguna visita domiciliaria a los amigos. Eso era todo. Sin duda era así, porque estoy hablando de la España pobre, en la que ni siquiera la TV existía y había que irse a la cama a las diez de la noche, eso siempre en el invierno, y en el verano, todo lo más, salir a la calle para respirar el aire refrescante de las noches serenas y estrelladas. Algunos privilegiados, muy pocos, hasta podían ir ocho días a la playa de San Lorenzo, en Gijón, o a la montaña de Riaño, a algún pueblecito prendido de las nubes sobre el corazón de los Picos de Europa. Pero, en la década de los años 60, comenzó el desarrollo económico y, con él, además del frigorífico, el televisor y después el automóvil utilitario -el Seat 600- los españoles comenzaron a darse cuenta de que “irse de vacaciones”, sobre todo en el verano, era una especie de “compromiso”, tanto consigo mismos, como sobre todo con los demás. Y así, comenzó el fenómeno. Progresivamente, fue alcanzando tales cotas y tales tintes que, desde hace ya bastantes años, las gentes sufren uno de los episodios más traumáticos, en casi todos los sentidos, a causa del llamado “síndrome vacacional”. Personas que desempeñan oficios de cocineras en un bar -es un ejemplo concreto y real del que hablaba yo hace unos días con la interesada- han visitado Copenhague, Viena, Praga o Londres, no una, sino varias veces durante sucesivos veranos. Y menos mal que, a este tipo de personas, la experiencia ha podido servirles para despertar, más o menos tímidamente, al conocimiento más elemental de la Historia, al menos de las construcciones, monumentos o símbolos más conocidos, como la Torre de Londres, el Parlamento Húngaro, a orillas del Danubio, la casa de Mozart o la Sirenita de Copenhague… Menos mal. Son gentes pacíficas y deseosas de saber, que ahorran durante el año lo suficiente, para permitirse estas expansiones, propiamente culturales, en el verano. Y eso, a mí me parece muy bien. Pero, junto a ellos, y son muchísimos más, están los frívolos del “viajar por viajar”, fundamentalmente para “divertirse”, y además a lo bestia, pese a todo tipo de esfuerzos económicos, y de calamidades en los aeropuertos, carreteras o estaciones de ferrocarril. Son éstas, gentes que viajan más o menos igual que las maletas, que han estado en mil sitios, como acreditaban antes las correspondientes etiquetas de los hoteles en los que se habían alojado, adheridas sobre ellas. Esas maletas, habían estado en muchas partes, pero no se habían enterado de nada en ninguna de ellas. Así son muchas personas, como las maletas. Y así es el “veraneo”, aún hoy, para muchas gentes. Pero, esto no es lo más grave. Lo peor es que, tales personas, sufren lo indecible, antes y después; se pelean y enfadan con sus familiares más íntimos (un alto porcentaje de separaciones y divorcios se produce a consecuencia de tales enfados en tal época); les invade la fatiga, el cansancio, el calor, la incomodidad… Muchas, son víctimas de engaños y estafas de toda índole. Y cuando regresan, algunas confiesan honradamente que, lejos de haber experimentado el menor placer, todo el periplo ha sido para ellas un constante suplicio. Los más afortunados, sufren después, no obstante, una “depresión post-vacacional”. De todo esto, también puedo dar fe.

Por estos motivos, yo pensaba resistir en Madrid, todo lo que pudiera y, este año, parecía, hasta hace un par de días, que afortunadamente iba para largo. Después de unas semanas, alternativamente muy pasajeras y moderadas de calor, durante la noche, era preciso dormir con la ventana cerrada y los equipamientos de aire acondicionado podían trasplantarle a uno al Polo Norte. Pero el termómetro ha vuelto a amenazar con los 40º, o más y... yo también pienso irme. Desde luego, no “de vacaciones”, porque, es preciso seguir haciendo algo, lo que sea, si hemos de entender las vacaciones, no como una forma de “no hacer nada” -aunque il dolce far niente pueda cobrar también justificación en ciertos casos- sino como una ocasión para “hacer cosas distintas”. Mi sitio, llegada la ocasión, estaba ya elegido de antemano, como todos los años, en la Sierra de Ávila, a 1.221,1 m. de altitud sobre el nivel medio del Mediterráneo en Alicante. No es una montaña, sino una “nava” -varias juntas, “Las Navas”- porque ya es sabido que una nava, no es una montaña, sino una “meseta entre montañas”. Allí, las montañas de verdad, son por una parte el macizo de Gredos y por otra el de Guadarrama, o al menos eso tengo yo entendido, aunque quizá acabo de inventármelo. La geografía, no es mi fuerte. En todo caso, muy cerca de El Escorial y muy cerca de Ávila, mi segunda “patria chica”, pese a formar parte de Castilla, o precisamente por formar de verdad parte de ella. Los leoneses -algunos, entre los que me cuento- no tenemos nada contra Ávila, ni contra Burgos o Soria... Sólo contra Valladolid, ese páramo que no era ni ha sido nunca más que eso o, en todo caso, fue parte de León, y ahora se ha hecho, tras esta necedad de las Comunidades Autónomas, y del torpe manejo de algunos políticos- sobre todo de los traidores a su propia sangre- con la capitalidad de un basto territorio que alcanza a nuestros propios Picos de Europa (Posada de Valdeón, Caín, corazón de los mismos). ¿Y qué podrán saber de estas latitudes aquellas gentes de la esteparia ciudad “castellana”?. No quiero volver a amargarme, como me ocurre cada vez que pienso acerca de esto.

En fin, amigos, más bien pronto que tarde, según supongo, yo también estoy a punto, no de marcharme de vacaciones, pero sí de “salir pitando” de Madrid. Hoy, el calor ya es especialmente duro aquí y, según me dicen, aún lo ha sido más durante estos dos últimos días, en que yo he tenido la suerte de perdérmelo. Ya no hay más tregua. Por mi mala cabeza, aún sigo aquí, pero no pienso estar antes de que termine la semana. Insisto, no me voy “de vacaciones”, simplemente tengo que cambiar de lugar y, en consecuencia, necesariamente cerrar este humilde Blog. Tampoco ha de preocuparme demasiado, aún en el caso -del que dudo mucho- de que alguien leyera lo que escribo. Por si acaso alguien lo lee, haré uso del nuevo y ya comprobado buen funcionamiento del servicio de programación de Blogger y dejaré, a partir de mañana mismo, 22 de Julio, una batería de entradas programadas. Me permito sugerir y recomendar las que he asignado a los días 25 y 26 de Julio, y 3 y 15 de Agosto. Especialmente a mis amigos argentinos y portugueses. Respecto a todos los demás, quedo a vuestra entera disposición, por si algo se os ofrece, aunque tendríais que usar el viejo método de la paloma mensajera. Resultaría obligado, porque no podré tener a mi disposición teléfono alguno. Sin embargo, es mucho más romántico y, sobre todo, en cuanto a su funcionamiento, es un sistema mucho más eficaz y seguro que el de la Telefónica, ya sea fija o móvil la línea. Yo, os prometo responder a cualquier cuestión o requerimiento que pudierais hacerme, devolviéndoos la correspondiente paloma, con su "canutillo" bien atado a una de sus patas. Eso sí, por favor, procurad que la paloma sea blanca y, a ser posible, con una rama de olivo en el pico. Os suplico que no me enviéis cuervos, porque estos terminan por “sacarnos los ojos”; ni urracas ladronas, que siempre se llevan todo lo que brilla o reluce; ni siquiera mirlos, aunque pudieran ser “blancos”… Y mucho menos aún, ningún otro pajarraco cruel y asesino, como los halcones, los alcotanes o los azores… Ya hay demasiadas de todas estas últimas especies, aunque antropomórficas y de juvenil edad, por las calles de Madrid, y precisamente esta es casi la razón fundamental, quizá más que el presumible calor, de que me marche de aquí a la mayor urgencia posible, antes de atentar contra la vida de nadie. Porque, en estos últimos días, la cerrazón de mollera, repugnante egoísmo, y tradicional estupidez de estos imberbes mamarrachos, amenazan con hacer la vida imposible a un santo. Y yo, lamentablemente para mí, no lo soy. Que paseis un buen verano, amigos. Luis Madrigal.-

P.D.- Eso sí, arriba, os dejo algunas imágenes para que podais elegir entre ellas. Que elijais bien. ¡Ah, yo no tengo coche (vehículo automovil, máquina, carro…). Viajo casi siempre en el Tren! También es mucho más romántico, aunque en España sea un desastre.

PÍNTAME BOLIVIA...



Hermanos bolivianos: Ya habéis oído, Bolivia, será lo que vosotros hagáis de Ella. Me gustaría mucho poder ayudaros, pero tan sólo puedo hacerlo con mi más ferviente deseo. Suerte.