martes, 8 de marzo de 2011

MAÑANA ES MIÉRCOLES DE CENIZA




 La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido traslaticio, de humildad y penitencia. En Jonás (3,6) sirve para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "En verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham  (Gen. 18,27). El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma  -tal vez la mayoría de las gentes de hoy, lo entenderán mucho mejor diciendo que es el que sigue al carnaval- se realiza el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida de Cristo.

Diversas han sido, con el tiempo, las expresiones del sacerdote que impone la ceniza. Siempre recordaré la de mis años de niño: "Memento homo qui a poluis eris et a poluis reverteris". Acuerdate, hombre, (pero si yo sólo era un pobre niño, atemorizado) de que polvo serás y en polvo te convertirás. Demasido trágico. En los últimos tiempos, ha prevalecido esta otra: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio". Esto ya no se decía en latín. Bueno, bien. Pero, la fórmula que a mí más me gusta es la que pronuncia la propia persona que recibe la ceniza, antes de que el sacerdote se la imponga: "Me arrepiento de todos mis pecados". Y el sacerdote responde: "Que Dios te dé un corazón nuevo..." Esto, me gusta mucho más. Me gusta, porque siendo yo tan débil y miserable, tan pronto a dejarme llevar por las más bajas pasiones, siento en ese momento la necesidad de pronunciar desde lo más hondo de mi ser tales palabras, y de oír que alguien, intermediario entre los hombres y Dios, pide para mí un corazón nuevo. Naturalmente, menos duro, mucho más tierno, más humano, más cerca de mis hermanos los hombres, todos ellos hijos de Dios. Que por eso precisamente lo son, porque todos los hijos de un mismo Padre, sean buenos o malos, son hermanos. Luis Madrigal.-