miércoles, 30 de septiembre de 2009

DE NUEVO SOBRE EL OLVIDO, PERO EN PROSA



Una de mis buenas amigas argentinas, Mariana Mongeli, que vive en Arrecifes (Provincia de Buenos Aires), a unos 170 kms. al noroeste de la capital bonaerense, me honró ayer visitando este humilde Blog y formulando un breve pero profundo comentario a mi anterior entrada: "Soneto a una estrella lejana". Fundamentalmente, esto es lo que decía Mariana, como puede verse un poco más abajo, en el cuarto comentario a dicha entrada anterior: "No creo en la palabra "olvido", siempre hay recuerdos que vienen, tal vez en un perfume, en una melodía, en la brisa, en un paisaje...que mueven nuestras emociones...". Pura poesía, desde luego. Yo, ya le he contestado, expresándole mi gratitud, con un afectuoso saludo al propio tiempo hacia Hugo, su marido. Le decía en mi contestación que tenía mucha razón, que eso que ella dice me parece muy cierto, además de poético Y, desde luego, no se trata ahora de decir lo contrario por mi parte, porque de hacerlo no estaría yo demasiado bien de la cabeza, dado que, muy en general, una cosa no puede ser la contraria. Sin embargo, según creo, querida Mariana, me quedé también con las ganas, en mi respuesta a tu comentario, de efectuar algunas puntualizaciones, que hubiesen resultado excesivas en aquel lugar y puede que escasas en este. Pero en lo que sí pensé, desde el primer momento, fue en publicar una entrada especial relativa al asunto. Llevo ya algún tiempo insistiendo -y lo he hecho en este mismo humilde Blog- acerca del olvido que, casi como el propio tiempo, me parece un misterio. Según creo, Mariana, de entre otras muchas, puede haber dos clases de olvido: El que nos vence, o se impone por sí mismo sin aportación ni voluntad alguna por nuestra parte -lo cual puede resultar meramente superficial, y hasta inevitable, porque no se olvidan con facilidad algunas cosas- y el que buscamos y propiciamos deliberadamente nosotros mismos, para borrar algo, y sobre todo a alguien, de nuestra vida, anhelando que, con el paso del tiempo, aquello, o aquel, que fue, resulte lo mismo que si no hubiese sido y, por tanto, ni existido. Este tipo de olvido, puede ser conveniente para quien trate de olvidar, porque necesite para sí el olvido, pero si borra de si mismo, de su propia vida, algo que, en su momento, le ofreció cierta dicha, tal vez alguna emoción, quizá ilusión, paz o sosiego, es como si en parte se olvidara también de si mismo, esto es, se suicidara. Este olvido, en efecto, según me parece, es una especie de verdadero suicidio, porque no morimos el día y hora en los que se certifica nuestra muerte, sino que "nos vamos muriendo" progresivamente, día a día, minuto a minuto. Y lo mismo que esto sucede en el orden físico mediante el desgaste natural de nuestros órganos vitales, sucede también moralmente en la medida que vamos perdiendo lo que ha sido nuestra vida, esencialmente en lo que se refiere a la pérdida de los afectos. Y cuando, al fin, se pierden todos, hasta aquellos que constituían el último reducto de esperanza, como una especia de "parapeto", o de "trinchera", ese día, ya nos hemos muerto y, aunque caminemos por las calles y las plazas, no somos otra cosa sino "muertos sobrevivientes"... y sin enterrar. En otra dimensión, de proyección exterior, o externa, cuando -incluso pretendiendo el bien de alguien, "para salvarle"- se le olvida deliberadamente, el resultado "típico" ya no es el del suicidio, sino el del homicidio, porque a quien se borra de la existencia y sobre todo de la esencia (existir no es otra cosa sino "estar en el tiempo para ser") ya no es a uno mismo sino a otro, a alguien que no es "yo" y que, por tanto, al encontrarse fuera de mí, se halla por completo indefenso frente al olvido "salvador". El ser olvidado deja de ser, aunque sobreviva a su propia existencia, porque quizá ya nada pueda esperar de nada, ni de nadie. Por ello, tengo la sensación de que, si quien olvida puede vivir, el olvidado siempre muere. Luis Madrigal.-