Caminaba.
Oía pasos, entre ruidos y voces que le asfixiaban al pasar, y que herían cuanto habitaba en la
oscura morada en que las luces cegaban toda luz… Siempre era noche. Caminaba
sorteando amorfos bultos que acumulaban sobre sí sudor y sangre, necia y miserable, de todos los colores y orígenes del mundo. En la infernal
jungla, no se oían trinos, ni sonidos musicales. Sólo, junto al estruendo de
estampida, el piar de los gorriones que, en su huida del aire contaminado y
apestoso, saltaban inquietos sobre las ramas de los árboles, sin
entender ni formar parte de cuanto se arrastraba, llevando consigo un amargo
lastre, de impiedad e inmundicia. Algunas de aquellas pequeñas aves, inocentes, incapaces de sufrir el hediondo hospedaje sobre el que se amparaban de las
miserias de los hombres, emprendían súbitamente el vuelo, hasta desaparecer
entre una nube negra que embadurnaba groseramente el azul del cielo. De pronto,
mientras se llevaba las manos a la cabeza, pudo oír un espeluznante chirrido,
seguido de un horrible estruendo y de un agudo lamento. Una bicicleta,
conducida por un hombre, que circulaba por la acera, tupida de peatones y caminantes, se había
llevado por delante a un viejecito de barba blanca, que ya caminaba
dolorosamente, sin duda por prescripción facultativa, sirviéndose de unas
muletas… ¡Maldita chusma, irredenta y canalla…!, hubiese dicho Friedrich Engels
a su íntimo amigo Karl Marx. ¡Malditos…! Dijo él, mientras siguió caminando con
temor a que le ocurriese otro tanto… ¡Malditos!, volvió a balbucear con
indignación y asco, los que dicen velar por la convivencia en orden y armonía,
promover la creación de la ley y… hacer que se cumpla. Malditos todos ellos,
dije yo también entonces, y vuelvo a decir ahora.
Caía ya la tarde y el
camino acumulaba luz tan vieja, que las más negras sombras huían a su paso; las
esquinas cobraban serenidad y calma, hasta sosegar el alma, antes transida y
angustiada en la oscuridad, entre la violencia y el odio. Levanté la mirada a
lo más alto y percibí una descarga de paz, que me instaló indefectiblemente en
un mundo distinto, nuevo, donde cesaban el ruido y la congoja. Se disipaba el
pavor. Se esfumaba la asfixiante irracionalidad del egoísmo más animal y cuanto
-al andar el camino- pesa aún más que el plomo, cual inútil tara y
lastre de vacío, tan sólo lleno de estulticia, perversidad y abyectos deseos.
Seguí caminando, con firmeza, con el ademán contundentemente cierto y seguro que
otorga la convicción plena. Aquel sendero, súbitamente transformado en vía de
luz, me conduciría al estado puro de mi propio ser, sin las cadenas de la
esclavitud de la materia ni los gruesos exabruptos que apareja la existencia
sin razón ni causa para existir. Sin la sonrisa bobalicona y estúpida de la
necedad, ni del peor y más execrable mal gusto, que desciende a la más baja cota,
hasta revolcarse en el fango. Sin la abulia del no ser. Sin el bostezo
despierto de la mediocridad y del hastío… Dios, esa substancia infinitamente
eterna, sin principio ni fin, causa de todas las causas, principio sin
principio, Luz de todas las luces, no sólo es infinitamente grande y
omnipotente sino que además es el bien, sólo el bien, el sumo bien y la bondad
sin límite, y por encima de todo ello, esencialmente, un Padre dulce y amoroso.
Y Él -sólo Él- tendrá compasión de mí y tenderá sobre mi
miseria la larga mano de su infinita Misericordia. Dios eterno y permanente:
Hoy, más que nunca, siento como mi alma grita dentro de mi más profunda morada,
sin poderlo evitar: ¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, librame, Señor
de todo mal! ¡Santo, Santo, Santo, Señor Dios
de los Ejércitos, llenos están el cielo y la tierra de tu gloria!
¡Bendito el que ha venido, y cada día viene en nombre del Señor…! ¡Alegría en
el Cielo y… en la Tierra! Sobre todo, aquí abajo, en la Tierra, en este muladar
que los hombres hemos hecho de ella, y que solamente Tú, Señor, puedes volver a
crear de la nada sobre la que nos arrastramos.
Luis Madrigal
"SIYAHAMBA", es una canción zulú, procedente de Zaire, en el África,
interpretada por el Coro Chamberí Maristas, de Madrid.