martes, 6 de agosto de 2013

AL MORIR DE LA TARDE





 
UNA GOTA DE SANGRE, MUERTA Y SECA

Nunca más llorarás. Estoy muy lejos.
Que Dios acoja tu amor en paz y en calma
y por siempre sin mí.
Mas, si mi voz fuese la distancia
-como el aroma es la flor y  el mar, el agua azul
que en las noches de luz besa la arena-
sobre esta hoja del mismo árbol frondoso,
que ayer quisiera verte,
a tus ojos envío, de mi sangre,
esta gota, al fin ya muerta y seca.
Guárdala donde quizá ayer guardaste
el postrer fruto de su siembra.
Hubo otras muchas, tan frescas y fecundas,
que nueva vida nacería de ellas…
Mas, todas se secaron… Ya, ni yacen
sobre otras hojas ocres, también muertas.
Sitúala  -es papel-  en un marco de flores,
junto a juncos que, vivos, en un arroyo crecen,
para mirarla en las noches de tu Invierno
a la luz de una vela hecha de cera…
Verás así que, cuantas mi alma enrojecieron,
tiñen también de rojo el agua de tu Río…
Sabrás así que, un verso, no es nunca un vacío
que vuela sobre el aire, y nada queda
de cuanto un día  -volar-  le hizo un suspiro.
Podrás así, sentir, cuando tiemble la luna
y arribe tu verano soñoliento,
sobre ese Lago azul, de espumas blancas;
de blancas velas, varadas singladuras –casi eternas-
que también esta gota de mi sangre,
aún ya muerta y seca , puede al ocaso
unirse a la danza que, en las Sierras,
tus Hadas bailan en la noche, lenta.
Ya nunca me verás… Nunca me has visto.
Mas, después, ni me oirás, ni seré nada.
Nada, ya soy… Sólo esta gota seca
de la que fue mi sangre y ya está muerta.
Sólo tuya es ahora…
Sólo tuya, también junto a tus lágrimas,
al nacer de la noche, para adornar tu puerta.

Luis Madrigal