viernes, 15 de agosto de 2008

ASSUMPTA EST MARIA IN CAELUM


« Hoy, María Virgen subió a los cielos: alegraos

porque con Cristo reina para siempre. »

Es el grito de la Liturgia y de la fe cristiana, dos veces milenaria.

La que fue Madre de Dios e Inmaculada desde su Concepción, no podía, sufrir la corrupción del sepulcro. Su santa dormición fue un éxtasis místico de amor entrañable a su Dios e, inmediatamente, un raudo vuelo de paloma a lo más encumbrado de los cielos, cortejada por los coros angélicos. Desde su exaltado sitial quedó entronizada como Reina de todos los Santos, con la correspondiente «omnipotencia suplicante». Subió hasta la diestra del Hijo, fruto bendito de su vientre, para preceder en la gloria a todos sus hijos adoptivos, casi infinitos, por los que implora, como Madre.

“Assumpta est”. María, Asunta a los cielos, es la gloriosa Mujer del Apocalipsis; la Hija del Rey, ricamente engalanada; la triunfadora del Dragón infernal; la nueva Judit; la niña preferida de Dios, que le rinde por tantas gracias un Magnificat de gratitud. Ella, es el motivo y causa de nuestra mayor alegría y de nuestra única esperanza. Porque, al ascender la Madre, provoca a volar a sus hijos de la tierra, que le piden resucitar con Cristo, para compartir después con Ella la gloria en el empíreo.

Reina y Madre santísima, segura de ti misma, muéstrate solícita por los tuyos, que sufrimos continua lucha y continua tempestad. Tú, al recibir junto a la cruz el testamento del amor divino, tomaste como hijos a todos los hombres, nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo. Tú, en la espera pentecostal del Espíritu, al unir tus oraciones a las de tus hijos terrenales, te conviertes en el modelo de la Iglesia suplicante. Acompañas con tu amor materno a la Iglesia peregrina, hasta la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

No podía ser menos. Durantes siglos, la Iglesia lo sabía; España lo sabía, y lo sabía León, mi pequeña patria que, en el siglo XII dedicó su aérea Catedral gótica, más luz que piedra, al glorioso misterio de tu Ascensión gloriosa, dando nombre además a una de sus campanas. Y por eso el Papa Pío XII, aquel 1 de Noviembre de 1950, desde el atrio exterior de San Pedro Vaticano, rodeado de 36 Cardenales, 555 Patriarcas, Arzobispos y Obispos, declaró el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al Cielo. Y lo hizo con las palabras que definen este Dogma, tomadas de la Bula Munificentissimus Deus:

“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Al escuchar estar palabras, se levantó al unísono hasta el Cielo un grito vibrante y clamoroso por parte de la multitud entusiasmada que estaba en la Plaza de San Pedro. Habían transcurrido casi 1.900 años de fe del pueblo y de la Iglesia. Ambos creían en esa verdad, que era confirmada y ratificada entonces por el Romano Pontífice, apelando a la infalibilidad conferida a quien es el Sucesor de San Pedro. Hubo millones de espectadores en los cinco continentes, quienes vieron –lo oyeron por las estaciones de radio del mundo católico- el transcendente anuncio papal.

A partir de ese momento ningún católico puede dudar ya del hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo, sin apartarse de la Fe de la Iglesia. Y es importante hacer notar lo que el Padre Royo Marín nos dice en su tratado, respecto de la irreversibilidad que tiene un Dogma declarado. Nos dice que la infalibilidad del Papa al proclamar “ex-cathedra” un dogma de fe, no recae sobre el valor de los argumentos esgrimidos por el mismo Pontífice para apoyar dicho dogma, sino que recae sobre el objeto mismo de la definición. Esto significa que no puede darse el caso de que alguno de los argumentos utilizados sean considerados posteriormente dudosos, o incluso falsos. Después de la definición de un dogma, la verdad definida es asunto de fe. La infalibilidad cae sobre esa verdad y no sobre los argumentos empleados por los teólogos e, inclusive, por el propio Papa en la introducción a la misma definición del dogma.

No hace falta más que la fe, en sí misma, sólo ella y toda ella. Frente a las verdades reveladas, resulta innecesaria la razón y también las explicaciones, los motivos y la ciencia y sabiduría de los teólogos. Todo esto sobra, porque, por encima de todo ello, algo nos dice en nuestro más íntimo interior, más o menos lo mismo que la Bula que contiene la definición, cuando literalmente declara: “De tal modo la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y, vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del Cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cf. I Tim. 1, 17).”

Y por ello, esa misma fe, nos hace proclamar hoy, en el Prefacio de la Misa de la Asunción: "Hoy ha sido llevada al Cielo la Virgen Madre de Dios. Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada. Ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra. Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la Mujer que, por obra del Espíritu Santo concibió en su seno al autor de la vida".

Madre de Dios, Asunta al Cielo, guárdanos a todos los que hoy nos abrigamos bajo tu manto. Especialmente -sobre todo si llueve, como casi todos los años- a quienes te acompañen hoy en Las Navas del Marqués, Provincia de Ávila, en procesión, a través de los pinares, hasta la Ermita de San Miguel.- Luis Madrigal.-