lunes, 2 de junio de 2008

LAS DOS CARAS DE LA POBREZA


Hace ya algunos años que se clausuró la Conferencia de Copenhague y, como siempre, tan sólo con “buenas intenciones”. No es fácil encontrar soluciones colectivas radicalmente eficaces para desterrar una situación tan hiriente como la pobreza. Pero sí, acaso, lo sea adoptar actitudes individuales mucho más en armonía con eso que llamamos, o llaman, “la felicidad”. En estos tiempos, en los que el deseo de “hacerse rico” en dos días constituye aspiración generalizada, quizá sea oportuno y saludable proponer justamente lo contrario. Inventar el “pelotazo de la pobreza”, para poder ser pobre cuanto antes, en un abrir y cerrar e ojos. O, quizá, ¿será siempre la pobreza un pavoroso e injusto mal?. Quizá ambas cosas puedan ser ciertas.

Desde luego, cómo y por qué, un mismo fenómeno, puede alcanzar bipolarmente dimensiones tan contrapuestas, es dilema que tendría que aclarar con urgencia la Filosofía, antes de que “estos salvajes”, no sólo la supriman, sino que hasta la prohíban. Porque, según uno de sus más rigurosos y sólidos principios, nada puede ser y no ser al mismo tiempo. Ni una cosa es igual a otra, sino tan sólo exclusivamente a sí misma. Cuando se trata de categorías o propiedades de la materia -la luz, ¿es onda o es partícula?- es la Física la que se hace filosofía, hasta el punto de que, en los últimos tiempos, casi todos los grandes físicos (Werner Heisenberg, Niels Bohr, e incluso más recientemente el propio Stephen Hawking) son o han tenido que ser filósofos, aunque no todos los grandes filósofos de la Ciencia, sean o hayan sido físicos, como le sucedió a Karl Popper. Pero, cuando se trata de un fenómeno tan lacerante no sólo al cuerpo si no al espíritu, quizá tampoco la Filosofía pueda explicar la controversia, porque la “física del espíritu” no es la Filosofía, sino la Teología.

No sería riguroso tratar de la pobreza, sin vislumbrar al menos la idea aproximada de lo que tal fenómeno pueda ser. Cuestión esta difícil donde las haya. Aparentemente, es muy sencillo, si no fuera tan falso: Pobre, es que el que “no tiene” y, por antonomasia, el que no tiene cosas, es decir dinero, que es el paradigma de lo fungible y, por tanto, el instrumento universal de cambio y acceso a aquéllas. Sin embargo, “no tener” (dinero y, en consecuencia, cosas) no es más que el aspecto más epitelial, el elemento externo del fenómeno, pero no su consistencia esencial. Porque las cosas del mundo exterior -generalmente corporales, determinadas y apropiables- todo aquello de cuanto está “fuera de mí” y por tanto no es “yo”, nada puede quitar o añadir a cuanto esencialmente yo soy. En consecuencia, es posible apropiarse - ilegal o legalmente, eso es ya otra cuestión, propia de la Moral y el Derecho- y vivir rodeado de cuantas cosas hay en el mundo, sin eludir en cambio la pobreza más absoluta y radical, que es una cuestión estrictamente ontológica. Tal fenómeno se producirá siempre si, quien posee las cosas, no “se posee”. Por el contrario, sin poseer nada, pero poseyéndose, se puede ser inmensamente rico. Ontológica y ónticamente perfecto.

Por tanto, pobre es aquel que “carece de sí” y no de cosas, sin que quién las tiene, y tal vez en abundancia, esté tampoco condenado por ello a la pobreza. Vivir “en” las cosas, dentro de ellas, constituyéndose casi en su prolongación, esto es, “cosificándose”, es garantía de pobreza. En cambio, vivir "frente a" las cosas, pese a poseerlas hasta estrujar su utilidad o goce, pero distanciándose prudentemente de ellas para establecer la frontera entre “las cosas” y “yo”, equivale a personalizarse, a ser uno por sí mismo, a valer en tanto uno mismo, y no en función de las cosas que poseo. Y esto es, precisamente, enriquecerse, hacerse -y ser- rico. Sin duda, Zubiri lo explicó mucho mejor, y mucho más radicalmente Diógenes, cuando le achacaron que, por no adorar a Dionisios, se veía obligado a recoger hojas del suelo, para alimentarse. Diógenes replicó entonces: “Si tu recogieses hojas, no te verías obligado a adorar a Dionisios”

¿Entonces, es o no la pobreza un mal? Parece deducirse que es un bien. O incluso “el bien”. Por ello, algunos seres humanos se hacen voluntariamente pobres -como aquel pobrecillo de Asís, como Teresa de Calcuta, o tantos otros- para ser inmensamente ricos. Ciertamente, con una mentalidad y simpatía “conservadora” hacia el lenguaje tradicional, también hay que admitir la existencia de “las necesidades”, que se dicen todos tenemos y son tantas. Pero, la idea de necesidad, es uno de esos conceptos tan elásticos como el chicle, que lleva al ser humano a sentir y, sobre todo, a hacer sentir tantas “necesidades” como bienes, productos o servicios se sitúen ante sus narices. Esto, lo saben muy bien las depravadas gentes del “Marketing”, y sus inmorales fórmulas de “Mix”, alentadoras de tantas “necesidades” artificial y previamente creadas, con el único fin de ser después ampliamente satisfechas. Sin embargo, tampoco estamos hablando de eso. Frente al latrocinio de la mercadotecnia, basado en la estupidez humana colectiva, ni siquiera es preciso adoptar la escala de Maslow, para la determinación científica de lo necesario. Bastaría con el grado más restrictivo y fisiológico de la misma (nutrirse, cubrirse, cobijarse), sin excluir, naturalmente, las que espiritualmente constituyen una tendencia natural, aun imperceptible por atrofia. Pero, cuando la contingente naturaleza humana llama a la puerta, y la posibilidad de satisfacer las más perentorias y reales necesidades resulta imposible, la pobreza se transforma apocalípticamente en un pavoroso e injusto mal. Y surgen el pauperismo, la indigencia, la miseria, la mendicidad, el analfabetismo… Ya pocos creen que las causas radiquen en los cataclismos estructurales o en las “crisis periódicas”, pero cada vez somos más los que atribuimos tales terribles efectos a la inhumana codicia de tanto bandido común, disfrazado de tantas cosas honorables. La erradicación de este bandidaje, podría y debería justificar la implantación de cualquier sistema político -¡de cualquiera posible y eficaz!- capaz de alcanzar ese resultado exterminador. Y, si es que alguno existe, merecería la pena buscarlo y encontrarlo con urgencia, aun cuando no pudiera ser rigurosamente “democrático”. Con toda certeza que, a cambio, sí habría de ser estrictamente humano y, desde luego, rigurosamente cristiano.

Pero es inútil encomendar tal hallazgo a los políticos, sobre todo a los que dicen ser esa su razón de ser, hasta tanto no se hacen ellos ricos a sí mismos, a lo cual suelen aplicarse con suma urgencia. E inútil igualmente que los sociólogos -como es bien sabido tal ciencia, la Sociología, no existe- se esfuercen en inventar teorías “científicas” acerca del fenómeno de la miseria humana y de determinar sus causas y efectos. Mero diletantismo y hasta simple cinismo. ¿Por qué hay pobres?. Spencer -“el bueno de Heriberto”- fundador del darwinismo social, atribuyó la pobreza a un mecanismo de selección. Marx, partiendo del dato del orden vigente, y de la abstención de ayuda a los pobres, pretendió montar uno de los más sutiles artificios de destrucción del orden, pronosticando el fenómeno de la “pauperización progresiva”. Pero, ni una ni otra profecías han resultado ser verificables y, sobre la adormecida conciencia de todos, planea como una excusa, como una “patente de caínismo”, la tan mal entendida predicción evangélica, a la que ya hemos hecho referencia en otra ocasión: “Siempre habrá pobres entre vosotros”. Mal entendida y peor aplicada, porque esos “pobres”, efectivamente invitados a ser verdaderamente ricos, no son sólo los desgraciados y harapientos mendigos, a quienes falta el pan, sino todos los llamados a compartir el Reino de Dios, que no consiste en cosas terrenales, sino -como dice San Pablo- en la justicia, en la paz y en el gozo del espíritu. Luis Madrigal.-