sábado, 2 de junio de 2012

PROSA POÉTICA (XVIII)



MUERE LA FLOR APLASTADA


Nace la flor, temerosa de morir antes de que el sol la alimente y la lluvia la engalane. Tiene miedo, sobre todo, a que algún furioso y violento huracán, desmelenado, la derribe del árbol en que nació, para morir aplastada por la brutal pisada de algún energúmeno al paso. Nace ya con la honda pena de que su aroma no llegue a perfumar el aire, plagado de humos nebulosos, contaminantes y tóxicos. Le duele que los niños crucen inadvertidamente el sendero del Parque sin reparar en su presencia, festiva y cromática, obnubilados, a su tierna edad, por esa barbarie de dar puntapiés a nada, aunque se trate de una pelota. Siente la crueldad de que los hombres asusten y ensombrezcan a sus nacientes e ingenuos pétalos, con los gestos y alaridos que llaman a la bestia a arrasar cuanto a su paso encuentra. No sólo aquel banco de madera, acribillado a cuchilladas, como mordiscos rabiosos para arañar el alma, y que el alma recibe en lo más hondo… Como si un ser atávicamente lombrosiano hubiese bajado de los árboles ayer mismo y se moviese a grandes saltos, hurgando en sus axilas y percutiendo los puños sobre su pecho… No sólo aquel banco, que sirve de reposo al caminante cansado. También una pared, inmaculadamente blanca, sufre la embestida del salvaje instinto animal… Y, en aquella encrucijada tan mal iluminada de noche, ha ardido un contenedor de papel, que eleva sus llamas voraces al cielo, mientras la bestia se regodea, contaminando aún más el aire, asesinando al silencio de la noche, para que aquél se haga definitivamente irrespirable y los oídos ensordezcan para siempre. Ya no podrán ser sensibles al melodioso eco de una música, que llega desde lo lejos y, casi seguramente, nunca más se volverá a oír.


Luis Madrigal

Madrid, 22 de Marzo de 2012
O cualquier otro día, generalmente al anochecer