miércoles, 5 de diciembre de 2012

HACIA LA NADA




NADA EXISTE YA


Todo lo que no es, o no está conmigo o a mi alcance, ahora mismo, no existe. El propio enunciado gramatical “yo fui”, o “yo era”, ontológicamente, es falso, porque ninguna de ambas posibilidades existen tampoco, no son nada. Todo aquello que pasó, que fue, que era, que tenía o tuve, ya no lo tengo. Lo más que puedo tener es su recuerdo. Pero cualquier recuerdo no es más que una estela de humo, una representación gráfica o mental de lo que era o fue, pero que ya no es, que ya no lo tengo. Y por eso, no existe. No se diferencia en nada de la nada, de lo que no es porque nunca fue. Por este motivo, fundamentalmente, prescindiendo por completo de nuestro sustrato físico-corporal  -con el que sucede algo parecido, pero aún así mucho menos insufrible-  no nos morimos el día en que un médico certifica nuestra muerte, sino que nos vamos muriendo, a veces, poco a poco, lentamente, y en ocasiones de un modo más rápido y hasta, en otras, vertiginoso. Ayer era esto o lo otro; tenía estas o aquellas cosas y hoy, ahora, no tengo ninguna. Ya no tengo nada. Y aunque, todavía no he dejado de ser, puesto que estoy vivo, ya casi no existo, porque me falta cuanto tuve para ir haciendo mi vida. Me faltan los instrumentos, las herramientas, algunas de ellas devenidas en ser mismo. Me faltan sobre todo, muy por encima de las cosas, que nunca pueden ser nada, los sentimientos, los afectos, las emociones. Sin duda, los más nobles, los más puros. Pero, incluso, me faltan también las pasiones, y por eso me voy quedando reducido a la nihilidad, a ser una substancia “nihilizada” y “nihilizante”, muy lejos de la piedra filosofal, que transformaba todos los metales en oro, sino al contrario un mero “bulto sospechoso”, una voz en el desierto, una lágrima caída,  a la que ya nada resta por hacer. Sólo tengo que pararme e, inmediatamente, he dejado de ser de un modo absoluto. Lo único que puedo hacer, es llorar. Pero, incluso ni eso, tampoco puedo ya llorar como antes lloraba. Pensaba yo en esta terrible cosa, cuando llevado por tal penosa idea, compuse estos dos  poemas:


I

AHORA ES LA NADA


No perfuma el rosal
ni un ruiseñor canta en la rama...
Ni, rara vez,
se oyen voces de fauno,
entre espinas y troncos retorcidos.
Sólo ruido... Y ladridos,
en un bosque de cemento y asfalto, que se pudre
entre barricadas y fieros estruendos...
Retumban y se estrellan en la noche
contra el más duro suelo,
rompiendo el concierto y la armonía
del cosmos que surgiera para el hombre.
Ya todo fue... Ahora es nada,
que envenena y asfixia lentamente,
hasta dejar en las calles, encogidas de espanto,
los restos de un cadáver
que aún corrompido tiembla… Casi ni parpadea
y hasta emite un ronco sonido, sin voz,
preñado de asco y de tragedia...
Una pequeña luz, rasga la noche. A ratos, canta.
Otros, los más, se apaga y reza.



II

NI PUEDO YA LLORAR


Cede la noche su palabra al día,
que amanece nublado. Hace frío.
Se fue el calor que ayer trajo el estío
y no luce la luz como lucía.

También se fue de la memoria mía
aquella imagen que me daba brío;
aquel latir, que siempre era tan mío,
y hoy se apagó en la mañana fría.

Ya no tengo el calor, ni tengo el eco
que de lejos venía y me arrobaba,
ni tengo corazón. No late y, seco,

nunca puede soñar lo que soñaba,
en páramo ya helado y tan reseco…
¡Ni puedo ya llorar como lloraba!


Luis Madrigal



Oculi omnium in te sperant, Domine:
tu das eis escam eorum in tempore opportuno
.