lunes, 8 de junio de 2020

AQUELLA METANOIA


HECHA VIDA Y TESTIMONIO
 
El Lunes, 13 de Marzo de 2017, hace ya más de tres años, escribía yo mismo, en este mismo humilde Blog, https://luismadrigal.blogspot.com/2017/03/una-metanoia.html la historia de un cambio interior, no tanto teórico o conceptual, sino esencialmente vital. Aquel luminoso cambio, dado no sólo a su pensamiento sino  a su vida, corrió a cargo de quien entonces  -aunque antes visto durante años, pero siempre desde fuera-   era prácticamente un desconocido para mí. Hoy, en cambio, ya bien podría yo decir que es un “viejo amigo”.  Y ya sabemos todos muy bien, a estas alturas, lo que verdaderamente son para nosotros aquellos a quienes nos referimos, cuando somos sinceros, con esta expresión. En síntesis esencial, son los “amigos del alma”, aquellos que encontramos en el camino siguiendo nuestra misma dirección y, según creemos, nuestro destino final, y con los que continuamos el diálogo iniciado con nosotros mismos.

Esto es lo que entonces era y hoy es para mí, Antonio Escudero Ríos, una persona que se ha ido agigantando a mis ojos, desde aquel día de su conversión. Visitado por la angustia y el dolor, desde entonces, primero casi dentro de él, y posteriormente en sí mismo, Antonio ha dado muestras patentes y palpables de lo que para mí yo bien quisiera. En primer lugar, de paz, lo cual ya es un inmenso tesoro, pero también de fortaleza y valor humanos que, desde luego, no pueden estar exentos de una profunda fe en Dios, en el Eterno, como a él le gusta llamar, con frecuencia, a esa insondable substancia increada, eterna e infinita. Porque, Antonio, no es ningún ser superficial, sino un filósofo puro, académica y rigurosamente formado en esta disciplina metafísica, la ciencia del filosofar, que no consiste tanto en dar respuestas  -de ello se encargan las ciencias positivas-  sino en hacer preguntas.

Pero la “razón vital”, como proponía Ortega, es la de hacérselas a uno mismo, y responderlas diseñando  la propia vida, su quehacer en ella, asumiendo y hasta podríamos decir venciendo, todas las circunstancias, las más graves y estremecedoras, que puedan rodearnos en cualquier instante del tiempo. Antonio, hubo de sufrir, primero la repentina grave enfermedad y consiguientemente la muerte de su hermana Isabel, a la que, desde ambos niños, estuvo siempre intelectual y espiritualmente tan unido. Después el diagnóstico de una grave de enfermedad en el esófago, que le situó y redujo en ocasiones a episodios material y psíquicamente dolorosos y deprimentes. Pero, Antonio no volvió la cara, ni perdió, como dicen los taurinos, la del toro, tan agresivo y fiero, sino que demostró que su recuperada Fe, no era “de salón”, ni de pacotilla, ni puro artificio diletante, tan propio de algunos que dicen pensar y sentir lo contrario, para “la galería”, sino una fe coherente y robusta, propia del hombre nuevo del que habla San Pablo, y no tanto ya del niño que fue Antonio, en Quintana de la Serena.

Y eso, le condujo, además de a la curación, a una especial clarividencia de cuantos graves peligros y terribles males hoy acechan al mundo entero, pero especialmente a España, nuestra querida Sefarad, como él mismo también suele decir. Como ya lo era entonces, Antonio sigue siendo un fervoroso amigo de Israel, casi un soldado más de esta gran Nación, siempre alerta, ante el riesgo de ser destruida por sus enemigos, hasta el punto de que podría considerársele, al estilo de Saulo de Tarso, un verdadero judeo-cristiano. Y, en este orden, Antonio está comprometido con la verdadera democracia, con la libertad y con cuantos otros valores esenciales hoy sufren el riesgo de ser destruidos, estúpidamente además, por los también desde siempre verdaderos enemigos, de tan distintos pelajes, desde el comienzo de la existencia humana.

Yo trato, muy humildemente, desde la impotencia que me rodea, como a tantos otros iguales a mí, de cooperar en lo que puedo en esta lúcida y valiente lucha. Sin embargo, confío mucho más en Antonio, de lo muy poco que lo hago en mí mismo, Porque él, además de ser una paloma, posee también los reflejos de las serpientes, colmados de experiencias de vida, de rigor intelectual instantáneo y la potente artillería de su erudición e inmensa cultura. Por ello ya es una gran ventaja contar con personas como Antonio de nuestro lado, capaces de pasar por la vida derramando a su paso la paz y el amor, sin perjuicio de mantenerse, como los centinelas, en alerta permanente, frente a la lucha declarada al mundo del espíritu y de los valores más profundos. Un equilibrado intérprete del mandato de Jesús de Nazaret: “Sed mansos como palomas y astutos como serpientes.” Antonio me recuerda a Giovanni Papini, tras su conversión, sin limitarse por ello a pensar, leer y escribir desde la hondura del pensamiento cristiano, sino más que esto aún, a vivir como Jesús vivía.

Luis Madrigal