lunes, 13 de marzo de 2017

UNA METÁNOIA





LA METÁNOIA DE ANTONIO ESCUDERO


A Doña Isabel Escudero Ríos,
que sigue viviendo, ve y escucha lo que
nunca vió ojo ni oyó oído.


En griego, μετανοῖεν, no significa otra cosa sino, simplemente, cambiar de opìnión. Constituye un enunciado retórico para expresar la idea de que alguien se retracta de algo y, como muchos otros términos griegos, este es compuesto; se fabrica con el ingrediente de otros contenidos semánticos más simples, μετα  (más allá) y νους (mente). Casi podría decirser "alma", ya que en esta última residen las propiedades más esenciales, según el viejo apotegma aristotélico-tomista, que se le atribuyen, la inteligencia, la memoria y la voluntad humanas. Ciertamente, a veces, en la vida, alguien cambia de destino y, consecuentemente, de camino o de rumbo.

En el orden psicológico, Jung entendía este mismo término como un intento espontáneo de la psique por librarse de un conflicto insoportable. Creía que los episodios psicóticos podían entenderse, a veces, como crisis existenciales buscando la autorreparación. Pero, en el Evangelio  -en la Buena Nueva, que bajó a la tierra Jesús de Nazaret-  la metánoia equivale a un cambio interior, a una conversión radical, a una transformación profunda, no sólo de la mente, sino esencialmente del corazón. Y esta transformación, a veces lenta y progresivamente tortuosa; en ocasiones súbita y esplendorosamente feliz, conduce siempre a la santidad, que no es otra cosa sino aquel estado en el que se alcanza la vida misma de Dios. Porque, los "santos", no son esas figuras, a veces de aspecto externo más bien ridículo, que se encuentran en los altares de los templos, sino, simplemente, unos cristales, tan puros y tan limpios, que dejan pasar a través de sí toda la Luz.

La luz es dada a todo hombre que viene a este mundo, según proclama de modo contundente el evangelista San Juan, pero, por circunstancias bien diversas, de todo orden, algunos o muchos seres humanos no llegamos a sentirla, a percibirla, o ni tan siquiera a vislumbrarla. Y cuando, bien a fuerza de pedirla, de suplicarla tenaz y dolorosamente, o bien de que, en virtud de un chispazo súbito, repentino, pero de una extraordinaria potencia, al fin alguien, algún humano, consigue que le alcance la luz, no tiene más remedio que dejarla pasar, limpiamente, a fin de que pueda alumbrar a otros. Y este proceso de conversión, de acertar a ver con especial claridad que eso que llamamos el mundo geo-botánico, el exterior a nosotros mismos, desde un insecto al extremo sideral de las galaxias  -siempre en constante expansión, según se dice-  no es más que una pequeña cosa, porque, dentro de cada ser humano, habita una realidad mucho más grande  -esto-  esto es de verdad una metánoia.

Y esto es lo que muy recientemente (me atrevería a decir que en las postrimerías de este último verano), le ha sucedido a una persona que, aparentemente, a mí me recordaba mucho más a lo que trata de explicar Jung, que a lo que, entiendo, de verdad y en lo profundo le ha sucedido. Desde entonces, le he pedido me tome como un amigo, porque su pureza, la de hombre bueno por naturaleza, y su enorme sabiduría, la consiguiente a su rigurosa formación intelectual y a su pasión por el saber, se ha visto incrementada por un poderoso rayo de la Luz, que, como a Jesús en el Monte Tabor, casi le ha transfigurado, convirtiendo en nieve sus, a veces, rústicas y desmañadas vestiduras.

Este nuevo amigo, y hermano en la fe que yo aspiro poseer, se llama Antonio Escudero Ríos. Es un inquieto colaborador de un periódico digital mejicano llamado "mundojudio.com". Y lo seguirá siendo siempre. En realidad, en Antonio, más que una conversión ex novo, concurren las circunstancias de una "re-conversión", si el término no resultara prosaico y aparentemente análogo a lo que sucede en los torpes procesos industriales. Porque, Antonio, fue bautizado con agua, en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como tantos otros seres del mundo. Sus buenos padres, le inculcaron la fe cristiana, aunque permaneciera al margen de ella y de la Iglesia durante cuarenta años consecutivos. Y tampoco puede decirse que Antonio fuese  ningún incrédulo. Por sus venas, intelectuales y morales, durante todos esos años ha corrido de modo caudaloso la savia judeo-cristiana, debido a su enorme amor a Israel y a nuestros Hermanos Mayores. Podría decirse que Antonio, más que de la Iglesia de su pueblo natal  -Quintana de la Serena, en la Extremadura leonesa-  procede de la Sinagoga. Pero, la síntesis final, su convergencia en Cristo Jesús, un judío de la tribu de Judá y de la Casa de David, ha sido tan luminosa como la Luz misma y ha producido el prodigioso resultado de ser bautizado con el fuego del Espíritu. Prueba concluyente de ello, ha sido su sentimiento y serena conducta durante la última enfermedad y la muerte de su hermana Isabel, tan querida y admirada por él mismo entre tantas otras personas, a la que sin duda condujo, en sus últimos días de vida, a la Casa del Padre. Es para mí una inmensa alegría poder decirlo.



Luis Madrigal