miércoles, 20 de enero de 2010

¡GRACIAS, SEÑOR...!



Gracias, Señor, te debo tantas cosas...
La vida, sin la cual yo sería... nada.
¡Nada, Señor...! Y Tú has querido
traerme a la luz del ser, que es los que es...
Te doy las gracias.
Te doy gracias, por haberme extraido,
como en una operación cesárea, del oscuro y pavoroso
vacío absoluto, de lo que no es,
para traerme a la existencia y a la Vida.
¡Gracias, Señor, por la alegría de vivir,
por la dicha y la ternura tantas veces recibida
y por la poca que he dado...
Gracias también por la tristeza y por el llanto.
¡Gracias por la libertad!,
por esa libertad que nadie puede arrancarme
si procede de Ti,
aunque puedan cargarme de cadenas,
aunque puedan matarme...
Tú pondrás en mi corazón cobarde
el valor para morir.
Y mucho antes (o cuando sea, Señor,
cuanto Tú quieras)
la fuerza vital de acompañar siempre a quiénes
a mi lado caminan.
Para sofocar su sed y su sudor;
su fatiga y cansancio,
su melancolía y su nostalgía,
su soledad y su tristeza...
Porque, sólo así podrá mi ser alcanzar su plenitud;
mi espíritu, el amor, mi tristeza la alegría
y Tú podrás estar siempre a mi lado,
porque, sin Ti, Señor, soy la misma Nada
de la que me has traído a la Vida.

Luis Madrigal