martes, 26 de abril de 2011

OTRA VEZ TRAS LA POBREZA



El Lunes, 5 de Abril del pasado año 2010, formulaba yo mismo, en este  mismo humilde Blog, algunas reflexiones en torno a lo que la Pascua -la pasada, ésta y todas- ha de significar, para que no se quede en un simple "empacho espiritual" de misterios y acontecimientos históricos. Mejor decir meta-históricos. Y concluía en la necesidad de tender una doble mirada. Hacia dentro de nosotros mismos, para ratificarnos en nuestro propósito firme de caminar hacia la Cruz, pero también hacia afuera, para buscar a tantos seres humanos  a los que el dolor  azota, y tratar de llevarles, como mínimo compañía, y sobre todo, ternura y amor. Hermosas palabras aquéllas, no por ser mías, sino por lo que objetivamente contienen, y a la entrada de la fecha indicada me remito. Pero aquel hermoso compromiso era totalmente abstracto. Tan sólo bellas palabras. Y el amor ha de ser eficaz para quiénes tantas cosas, materiales y espirituales, necesitan. Y para ser eficaz, tiene que ser concreto, casi a la manera de las modernas técnicas empresariales de "dirección por objetivos". Es preciso señalar cada propósito de una manera muy concreta, determinar si es asequible o no y, por último, de serlo, emprender la actividad adecuada, siempre con la ayuda de Dios.

Lamentablemente, quizá estas nuevas reflexiones de hoy, cuando ya ha transcurrido un año largo, se queden en lo mismo, pero, en esta ocasión, seré mucho más concreto. Voy a elegir, para mí, la que me parece acción más asequible a todo cristiano, dentro de su enorme dificultad, aunque no tanto para los individuos, para cada persona en particular, como para esas grandes organizaciones dedicadas a hacer el bien, el "bene facere", o la Beneficencia, palabra en desuso por su aspecto antipático y opuesto al de la Justicia, que siempre corren el riesgo de que su gigantesco tamaño produzca su propia amobilidad. Hay que recordar, al paso, que la justicia es una virtud moral y, como tal, imprescindible a la idea de orden, y sobremanera de orden social, pero el hacer el bien, la mera misericordia fundadada en el amor, en la Caridad (palabra también antipática, al parecer, y más que nada por ignorancia), es una virtud teologal. Procede directamente de la misma vida de Dios. Y tengo yo la impresión que el gran reto de hoy para todos los cristianos es el de la lucha, no contra la pobreza, que también puede ser y es una virtud, sino contra la miseria, la indigencia, el pauperismo. Hoy, solemos decir la mendicidad, el chabolismo o "los sin techo", las gentes que permanentemente viven en la calle, tema de rigurosa actualidad aquí en Madrid. También a este tema de la pobreza, que pasó de puntillas por el Aula conciliar del Vaticano II, había dedicado yo la entrada de otro Lunes, la del 2 de Junio de 2008, y también a ella me remito a fin de no volver a decir exactamente las mismas cosas.

Cuando en el año 1525, el español Juan Luis Vives, nacido en Valencia, escribe en Brujas "De Subventione Pauperum", faltan exactamente 76 años para que, en Inglaterra, se promulgue la Primera Ley de Pobres, el Act of Elizabeth, de 1601, inaugurando el sistema legal de las Poor Laws. Un sistema de ayuda legal a los pobres ingleses, financiado con los impuestos de todos los ingleses, para que no pudiese tener lugar la mencididad, en general y, de forma rigurosa y tajante, en ningún caso dentro de la propia Parroquia del mendicante. Fue el primer paso. Doscientos treinta y tres años más tarde, la Nueva Ley de Pobres, de 1834, durante el gobierno de Lord Melbourne, va  a sentar las bases de los modernos servicios sociales en Gran Bretaña, unos de los más avanzados del mundo.

En los tiempos modernos, casi todos los Estados, en la medida de sus fuerzas y posibilidades, han ido estableciendo medidas legales contra la pobreza. Más exacto sería decir contra la miseria, la indigencia, porque ya hemos apuntado que, en principio, la pobreza, voluntariamente perseguida y aceptada, no es un mal, sino sin duda el mayor de todos los bienes. La perversión radica en la otra pobreza, la que se impone a las personas, por la causa que sea, y muy en especial la que tiene su origen, más que en causas económico-estructurales, en la codicia, voracidad e inmisericordia de los hombres. Por ello, cuando la pobreza se convierte en miseria, se ha producido tal vez el más grave mal, no sólo a quienes lo padecen de un modo directo y lacerante, sino más aún si cabe al propio cuerpo social. Parece que nunca pasa nada, pero es indudable que, aunque nunca llegue a pasar, bien pudiera el mundo echarse a temblar. En verdad -no inistiré más en la idea, para no cansar-  ser pobre, no es carecer de cosas, sino carecer "de sí mismo", al estar aprisionado entre las cosas, que es lo que sucede a muchos ricos, que son por ello los verdaderos pobres. Pero, dejémonos de zarandajas, porque todo el mundo tiene algunas necesidades vitales, mínimas e irrenunciables. A tenor de la escala de Maslow, éstas son tres: "Nutrirse, cubrirse y cobijarse". Las tres son capitales, como trágico es no poder hacer frente a la satisfacción de cualquiera de ellas. Pero, si hubiesen de ser jerarquizadas, a mí me parece que sería preciso invertir el orden. Porque, el vivir bajo un techo, por modesto pueda ser (aun sin calefacción en invierno ni aire acondicionado en verano) me parece lo más crucial. Quienes no pueden satisfacer de modo alguno tal vital necesidad  -"los sin techo"- a pesar de su paradójica alegría (he podido conocer muy de cerca a alguno y puedo asegurarlo), en vez de irse humanizando, han llegado a "arborecer", que no es otra cosa sino ir convirtiéndose en árbol. Y ser un árbol de carne y hueso,  siempre bajo la bóveda celeste, y junto al que cualquier perro puede acudir para "levantar la pata", es una desnaturalización tan dantesca y absolutamente aberrante que deberíamos todos experimentar la inmensa alegría de ver cómo, por arte de magia, nuestro corazón de piedra se hace de carne y comienza a latir misericordiosamente. Se dice frecuentemente que el Estado y sus instituciones "no tienen corazón", lo cual es cierto, porque tan sólo las personas, y no los entes colectivos, pueden tenerlo. Sí, es verdad que muy poco podemos hacer, y que nuestros recursos son muy escasos y limitados. Es cierto. Pero hay algo muy importante en lo que siempre llevaremos una gran ventaja: Tenemos corazón. Tan sólo necesita verse traspasado de amor por aquellos a quiénes el dolor traspasa. Lo demás, lo hará Dios. Luis Madrigal.-