miércoles, 30 de mayo de 2012

PROSA FILOSÓFICA (II)






LA CONCIENCIA



Luis MADRIGAL


Estoy seguro de que parecerá, al menos anacrónico, a estas tristes alturas, cuando casi la sociedad en pleno ha decidido adoptar el posibilismo materialista; cuando la infracción abierta de cualquier valor del pasado es habitual y por todas partes, se habla reiterada y casi constantemente, de “la corrupción”, que alcanza hasta las más altas esferas, casi tanto o más que se habla de “la crisis”  -lo que posiblemente constituyen un único fenómeno, en relación de causa a efecto-  puede parecer verdaderamente angelical, o más bien simplemente estúpido, hablar de la conciencia. Y sin embargo, considero que no hay más remedio que hacerlo, porque además también es necesario distinguir entre conceptos.

En efecto, la expresión “conciencia”, admite dos significados, o dos sentidos distintos. En el orden psicológico, es el conocimiento reflejo de nosotros mismos, de nuestro propio “yo” y, en consecuencia, de nuestros propios actos. En este sentido, la sede de los actos humanos, voluntarios y libres, es la conciencia y, al mismo tiempo la norma subjetiva universal. Quiero pensar que, tan sólo con esto, es decir con este tipo de norma  -porque efectivamente la conciencia puede actuar, y generalmente actúa, como norma subjetiva-  sería suficiente para que el ser humano, sin necesidad de la norma objetiva, de la ley, se atuviese, por decirlo de una manera sencilla, a todo aquello que “está bien”, que “es bueno”, y no reprobable, dentro de un cierto relativismo, desde luego. Porque, ¿qué es lo que está bien, qué es lo bueno?

Por ello, para determinarlo, o más bien para descifrarlo, es preciso apelar al otro sentido o significado de la palabra “conciencia”. A lo que es y significa la conciencia en el orden moral, o ético. Es decir, al juicio personal, por parte de nosotros mismos, relativo a la bondad o maldad de nuestros propios actos. Esto, ciertamente, es muy teórico, pero no sólo es teórico, porque posee también un hondo contenido y proyección prácticos para la buena salud, para el orden de la sociedad civil. No para “el orden público”, entendido como algo que hay que mantener a todo trance, a cuyo fin se dispone un señor uniformado, un funcionario público, dotado de una defensa y un arma reglamentaria, y a veces a numerosos y verdaderos energúmenos  -desde luego, no más que aquellos otros cuyo vandalismo tratan de reprimir- estratégicamente dispuestos, pertrechados y protegidos hasta las cejas, los “agentes antidisturbios”, que son los que repelen con la violencia de la fuerza los pronunciamientos colectivos, cuando lo seres humanos dicen ejercitar esa potencia, venida directamente del cielo, que llamamos la libertad, confundiendo su auténtica naturaleza y propiedad esencial. Porque, desde luego, la libertad es el supremo bien del hombre  -tal vez superior a la misma vida-  pero no es tampoco un campo sin límites, en el que se pueda dar rienda suelta a los meros instintos, sin la razón o causa adecuada que lo justifique. Y ni aún así. El verdadero orden, sea social, público o privado, no es otra cosa sino la recta disposición de todas las cosas a sus propios fines naturales. El ejemplo, no podría ser más significativo: No es propio del orden, por ejemplo, tratar de barrer con una pluma estilográfica, ni escribir con una escoba. Eso, sería desorden.

Hoy en día, por desgracia, parece ineludible acudir a la imposición por la fuerza del llamado “orden público”, pese a que, a veces, demasiadas, traten de reprimirse expresiones, manifestaciones o aspiraciones de los individuos, convertidos en colectividad alterada, que pueden ser objetivamente justas. Nos hallamos, entonces, en presencia de otro concepto, sin duda en términos axiológicos preferente al de orden, que es el de justicia. Porque la justicia, no es una necesidad, sino una virtud, consistente en “dar a cada uno lo suyo”, por hablar de la mera justicia conmutativa, y aún mucho más, si se considera por un solo instante, la justicia distributiva, y más aún lo que se ha llamado “justicia social”. Pero no hace mucho, una persona a la que, según mis noticias, se cita más en España, entre los estudiantes de Bachillerato, que a Aristóteles, el Profesor español, creo que toledano, don José Antonio Marina, en un artículo periodístico, publicado en el diario “El Mundo”, de Madrid, decía más o menos literalmente que algún día habrá que explicar a los jóvenes que existe la Ética –no sólo la Bioquímica o la Física cuántica, añado yo por mi parte-  y en qué consiste; será necesario también, antes que los conocimientos elementales de ingeniería genética, de electrónica y demás ciencias o técnicas, inculcar a fuego en la conciencia moral, no tanto como en la conciencia psicológica, los valores éticos, para que pueda cobrar desarrollo la norma subjetiva impresa en toda conciencia, o en la de la inmensa mayoría de los individuos, aunque no en todos (también existen los seres humanos amorales, y no ya inmorales), y para que, de esta manera, la sociedad pueda ahorrarse, en una gran medida, los Códigos penales, los Cuerpos de Policía, los mismos Tribunales de Justicia y los agentes antidisturbios. Una conciencia, cuyos dos elementos esenciales son, si se trata de la conciencia antecedente, previa al acto que se va a realizar, la capacidad de discernimiento y el juicio práctico de la razón y, si de conciencia consiguiente se trata, tras haber obrado de forma que a nosotros mismos nos parece reprobable, el remordimiento y la auto-culpabilidad. Porque únicamente esto es lo que puede llevar al verdadero arrepentimiento; a la firme voluntad de establecer para siempre un distanciamiento total entre la conducta propia, que a nosotros mismos nos hiere, y el ideal de la norma objetiva, de la ley, cuando ésta también verdaderamente persigue la virtud de la justicia. Y, aunque así no fuera  -porque hay muchas leyes positivas que son injustas-  por lo menos, a mantenernos dentro de una actitud equilibrada y serena, porque tampoco es justo tratar de obtener o implantar la justicia por la violencia o la fuerza.

Nada sería tan importante como esto, o al menos lo sería mucho más que la discusión acerca de si la conciencia es un producto sensitivo o un producto social. Más aún que distinguir  -en lo que atañe a la conciencia psicológica-  entre el Ello (el Es o Id); el Yo (Ich o Ego), y el Super-Yo (Uber-Ich o Superego), que según los que entienden de esto un poco, ha resultado ser, tras Freud, que fue su ilustre inventor, de un simplismo inadmisible. Aunque no tan peligroso como la teoría marxista de la conciencia como superestructura económica, lo que ya podemos trágicamente saber a qué conduce, a la sangrienta destrucción de la verdadera libertad y de la verdadera conciencia. Sí, en cambio, mucho más valioso que la consideración y exaltación de la idea de la conciencia como superestructura de la Raza, porque también podemos saber a donde nos lleva el racismo, aun el moderado y, desde luego, serviría de una vez para desterrar esa lacra del nihilismo, como última y definitiva etapa y forma, en la carrera de destrucción del valor de la conciencia.

Tampoco es posible olvidar la avasalladora presencia, cada día más y más, de lo que el investigador de Historia Contemporánea y jurista, Alfredo Velasco Núñez, ha visto con sagacidad, en un profundo estudio titulado “Los Fantasmas de la conciencia”. El influjo  -sin duda maléfico, en mi opinión, de lo que él ha llamado la infoesfera. “En la actualidad  -dice-  el sujeto posmoderno, vive en un mundo de imágenes conformado por las pantallas de la infoesfera (Cine, Televisión, Internet) cuyo poder de espectacularización y de apariencia de realidad actúan como fantasmas de su conciencia. Estos fantasmas de la conciencia aterrorizan al sujeto posmoderno con el miedo a la muerte y la carencia sexual, como sustitutos del sentido de la vida, y otros imaginarios fuertemente manipulados por los emisores de lo que ve, mediante las particularidades de cada tipo de pantalla. El mundo tal como se ve por las imágenes irreales tiene unos efectos sobre el sujeto posmoderno que afectan su experiencia e identidad transformando su conducta por otras que lo alienan y lo ponen en grave estado de manipulación”. 

Este Aerópago mediático, el de la infoesfera, es el nuevo poder espiritual y es totalmente solidario  -está adherido a él-  con un también nuevo poder temporal, que es el del dinero. Pero, mediante un análisis crítico de las imágenes, el individuo puede preservar y salvaguardar su libertad de conciencia, aún dentro de un ambiente falso, “fantasmal”, descristianizado, desestructurado, informal, laicizado, sin perspectiva de emancipación política colectiva, pero donde es necesario creer en algo para olvidar las graves preocupaciones que conlleva la vida. En Occidente, esta creencia colectiva, minimalista, pero que tiene valor de dogma consensual, se ha estabilizado en torno a los Derechos Humanos, la Democracia y lo Humanitario. Nada de religión. Esa trilogía, constituye la única religión actual. Pero ninguna Civilización es viable sin una espiritualidad común, sin el mantenimiento y desarrollo de un mismo espíritu, mirando hacia lo eterno, tanto en las elites dirigentes como, sobre todo, en los pueblos que alimenten con fervor la sublime vocación de ser verdaderamente libres.