miércoles, 2 de febrero de 2011

LA ESPERANZA



La esperanza, sin duda, es una expectativa muy enraizada en la fe. Generalmente, (aunque también puede esperarse lo que se teme) se espera aquello que se desea, desde luego, pero si se espera es porque se puede esperar, por ser un acontecimiento posible y, demás, sobre todo, porque se confía en que vaya a suceder. Todo esto sea dicho desde el punto de vista más estrictamente humano, sin introducir en ello ningún concepto ni sentimiento religioso. Pero, también en este último orden, doblemente si cabe, la Esperanza depende muy directamente de la Fe. Si esperamos de Dios  -del orden sobrenatural-  todo lo que esperamos, sin que pueda parecernos que ello es imposible, como a otros así les parece, es porque algunos creemos en Él, porque tenemos Fe. Sin ésta, no se puede esperar nada, en este orden divino. Porque, ¿si no creo en Dios, cómo puedo esperar que Él intervenga en nada para que yo pueda alcanzar aquello que deseo con toda mi alma, o no se produzca lo que me produce pavor? Desde luego, Dios no interviene cuando yo quiero, sino cuando quiére Él, aún cuando yo se lo pida enfervorizadamente. E incluso, en algunos aspectos, puede decirse que, como norma general, no interviene nunca. Él, estableció las reglas, y a ellas se atiene el desarrollo de la vida, aunque también, en ocasiones, puedan alterarse  por la omnipotencia de Dios, produciendo la intervención divina un resultado contrario a la lógica o, más exactamente, a los prenotandos o postulados de la Ciencia positiva, alumbrada y desarrollada por la inteligencia del ser humano. Cuando esto sucede, cuando se alteran las reglas cósmicas, que rigen el mundo de la naturaleza  -y que es algo que, no sólo puede suceder, sino que tal vez sucede diariamente varias veces- algunos pensamos y afirmamos que se ha producido un "milagro", es decir un hecho o resultado sobre-natural, inexplicable a la lógica de la Ciencia de la razón; una interrupción momentánea de las reglas cósmicas que rigen la naturaleza de la materia, e incluso del espíritu. Y entonces, se alcanza el umbral, o el ámbito, de lo sobre-natural, de lo que se halla por encima de la naturaleza. Por eso, algunos, si de verdad creemos en Dios, no podemos perder nunca esta Esperanza.

Mas, al margen de ello, tampoco debemos perder nunca la esperanza estrictamente humana. Oí decir una vez a alguien que, un judío, (y el relator subrayaba con énfasis esta condición), a su vez le había dicho: "Si pierdes el dinero, no has perdido nada; si pierdes la salud, has perdido la mitad, pero si pierdes la esperanza, lo has perdido todo." Y, sin duda tenía, razón, porque sin esperanza, no es posible vivir, sino tan sólo sufrir agónicamente, ya que la existencia ha perdido todo su sentido, y entonces lo único que cabe ya esperar es la muerte. La receta, pues, reviste un alcance muy general, es para todos los seres humanos, creyentes o no. Ahora bien, ¿de dónde se pueden sacar las fuerzas para conservar esta misma esperanza humana? Y por ello, me parece esencial tratar de alcanzar la esperanza divina, la Esperanza, que es una virtud teologal, en unión de la Fe y del Amor, porque estas tres virtudes integran la vida misma de Dios, su propia esencia. Ninguna de ellas es de menor entidad, ni por ello "la cenicienta", respecto de las otras dos. Con excesiva frecuencia, tal vez, se dice que "Dios es Amor", definición muy esperanzadora y mucho más sensible que la estrictamente filosófica del Antiguo Testamento: "Yo soy el que soy". Y se reitera también que sin el Amor  -la Caridad-  "no somos nada". Y esto es verdad, y verdad esencial, pero se dice muy poco que el Amor se alberga dentro de la Fe, porque nadie puede amar a los otros si no cree en Dios, con independencia de la filantropía, del amor al hombre en sí y por sí mismo, tampoco nada desdeñable, pero en último extremo reflejo, quizá incosciente, de la presenia de Dios en quienes así aman. Por otra parte, "Quién cree en Mí,   -no quién ama-  aunque muera vivirá", y esto es el sumo de la Esperanza. Esperar que viviré después de mi muerte. Es más, en el momento mismo de ella.

Esta Esperanza, sublime y supraterrenal, conforma y alienta toda mi vida, y me esfuerzo por incrementarla día a día, para poder vivir, mientras pasa la vida, porque estoy persuadido y confío en hasta poder  "obligar" a Dios a hacer un milagro. Esperanza, por mediación de la que, entre todos sus nombres, así se llama por antonomasia, la siempre dulce Virgen María, la Madre de Dios. Y de todas las que, a su vez, así se llaman, o son llamadas así por los mortales, de todas sus imágenes o representaciones terrenales, yo me complazco hoy en traer a la portada de esta entrada a esta Esperanza Macarena, de Sevilla, porque es una Esperanza que llora y, en sus lágrimas, se halla la fuerza más poderosa, capaz de producir, si es preciso, el milagro que siempre espero.  Luis Madrigal.-