viernes, 22 de enero de 2010

EL DES - CONCIERTO




He vuelto ayer al Auditorio Nacional de Música, para asistir al Tercer Concierto, dentro del Ciclo que está ofreciendo la Orquesta Sinfónica de Madrid, y que concluirá el próximo 23 de Junio, la víspera de San Juan, con la interpretación de dos piezas -ambas bajo la dirección de Pinchas Steinberg- que anhelo escuchar en vivo y en directo, tras haberlas oído tantas veces "en lata". La Obertura Carnaval, de Antonin Dvorak y el Ciclo Má Vlast (Mi patria), de Bedrich Smetana, dos excelente músicos checos, acerca de los cuales aún no he podido decidir quién de ellos me gusta más. Tal vez pueda lograrlo el próximo día 23 de Junio. Pero ayer, me encontré con Gustav Malher, otro checo, puesto que nació en Kaliste, Bohemia, aunque entonces no se llamase República Checa. Malher, puede ser considerado, por tanto, como un compositor y director de orquesta bohemio-austriaco, más que alemán. Y mientra sonaban los primeros acordes del primer movimiento de la Tercera Sinfonía de Gustav Malher, que ayer escuchánamos, no pude yo, y bien que lo siento por Malher, y por ese gran director de orquesta que es Jesús López Cobos, dejar de recordar a quel personaje que se llamó, y supongo se llama, Alfonso Guerra, que llegó a ser Vicepresidnete del Gobierno de España, pese a estar "de oyente" en él, según aquel propio sujeto literalmente manifestó. ¿Se acordarán ustedes, queridos compatriotas de Don Alfonso Guerra, verdad? Espero que no lo hayan olvidado, porque personajes de este dislocado y bárbaro calibre siempre son inolvidables. Pues bien, la interferencia mental de ayer por mi parte -juro por Dios que no pude evitarlo- sin duda se produjo a consecuencia de que, según se decía, en su momento, a Don Alfonso Guerra, aparte de otros méritos gloriosísimos (como Filesa, Malesa, Time Sport, así como el "ingeniero" Roldán y el Capitán Kan, doña Aida Álvarez, aquella otra pobre mujer, ya difunta, del papel del BOE, y algunos miles de etcéteras más), se deben dos muy singulares: El de haber puesto de moda unas insípidas galletitas danesas y el de haber sido el descubridor y divulgador de Malher, que en España no había sido conocido antes, se decía, ni nadie sabía quién era. Tuvo que venir Don Alfonso a explicárnoslo. Eso se opinaba. En realidad, otras opiniones más actuales, entienden que no fue así, sino que la "moda" de Malher, en unión de la de bailar sevillanas e ir a las corridas de toros, fue más bien cosa de un grupo socio-cultural de "jóvenes-ejecutivos-progres", casi todos ellos de "buena casa", a los que se llamó, o ellos mismos se hicieron llamar, "yupis", en los años 80, y cuyo denigrante, o poco edificante, ejemplo podría ser muy bien el de Don Mario Conde, que posiblemente aún sigue en la cárcel, a diferencia del "ingeniero" Roldán, que ya hace bastante tiempo que salió de ella, sin devolver al Erario público ni una cochina peseta, en su traducción monetaria a euros (€) de los muchos millones de ellas que se llevó, introduciéndolas con una pala en sacas de Correos. Pero, cierto o no, el caso es que la figura del gran compositor bohemio ha pasado a la pequeña historia de la estupidez asociada a la no tan grande de aquel deslenguado de Sevilla. El señor Guerra pudo únicamente divulgar a Malher entre los ignorantes españoles, sobre todo los analfabetos de su Partido, que eran y son casi todos, porque Don Alfonso -también se decía- era un hombre muy sabio y de una raigambre intelectual sólida, contundente, sistemática, interdisciplinar y filosoficamente contrastada del modo más amplio y exhaustivo. Pese a ello, también era un hombre muy humilde, porque habiendo alcanzado el grado académico de Perito electricista, se dedicaba a vender libros en un establecimiento del sector, en Sevilla y, para el mejor asesoramiento y orientación de los compradores, se había leído casi todas las contracubiertas de los libros que vendía. Por ello, no era de extrañar que llegase a ser Vicepresidente del Gobierno y, en consecuencia directa y lógica, el hermano de "Minmano", aquel otro señor que descubrió la brillante idea de enriquecerse, bajo el lema, tan socialista, de "tó pal pueblo", llevando a efecto tan justo propósito sobre la base de un "chiringuito" en el que asesoraba a los sevillanos acerca de los más complejos asuntos de contenido económico que se hallaban en trámite ante la Administración pública, eso sí, por un módico precio y con carácter casi sacerdotal, al modo del jurisconsulto romano Ulpiano, si bien a título y con el título de "asistente" de "Sunmano", o sea de "Minmano", cuando él era el hablante, y a cuya invocación todo el mundo se echaba a temblar. "Podremos meter la pata, había dicho Don Alfonso (eso, seguro, pensaba yo cuando lo oí), pero no meteremos la mano". Pues, se equivocó usted de plano, Don Alfonso, metieron ustedes las dos juntas, aunque yo prefiera siempre las meteduras de mano, no recomendables, ni justificables, desde luego, pero mucho más saludables que propiciar las barbaridades y salvajadas que su apocalíptico analfabestismo secular lleva siempre consigo. Este último, ha ido "in crescendo", tras el golpe de Estado del 11 M, porque, en simple y llana comparación... ¡cuánto cabe añorar y acodarse para bien de Don Alfonso!, comparado con esta insubstancial basura, mediocre, monótona, monocorde y monocolor, que ahora amenza con destruir a España para siempre, y con la cara de idiota que posee su casualístico lider, por pura potra, y con esas mujerzuelas con cara de fregar escaleras, todo ha de ir en proporción. Comparado con todos estos y estas, Don Alfonso hubiera podido ser considerado como un Winston Churchill, o como un Roosevelt (ambos los dos, don Teodoro y don Franklim Delano). Pues bien, yo no puedo admitir, pese a mi propio analfabetismo musical, que ignorase a Malher antes de que Don Alfonso hablase de él, o de que, en su caso fuesen los "yupis" quiénes lo hicieran. Malher es un excepcional músico y genial director de orquesta, llamado, por intercesión de Brahms, rendido admirador de su talento, a ocupar el puesto de primer director del Teatro Municipal de Hamburgo, durante seis años, en los que dirigió un amplísimo repertorio, para regocijo y admiración de los melomanos hamburgueses. Desde 1893, Malher se instaló en el pequeño pueblo de Steinbach-am-Attersee, buscando un clima de absoluta paz para emprender su espectacular obra musical, en una cabaña, frente a un lago, únicamente amueblada con un piano, una mesa, un sillón y un sofá. Allí trabajaba desde las seis en punto de la mañana y su única vida social fue la de, algunos días, acercarse a Ischl para visitar a Brahms. La Tercera Sinfonía de Mahler, está considerada por la mayoría de los musicólogos como la gran obra malheriana. ¿Quién no ha oído hablar, alguna vez, de "la gaya ciencia"?. En alemán, se escribe "Die fröhliche Wissenschaft". Es una de las obras más importantes, hasta capital, de Friedrich Nietzsche, el filósofo sajón más crítico hacia la religión que, tras la secularización de la ilustración, llegó a decir: "Dios ha muerto", pero que, transcurrida esta etapa, la más negra y crítica hacia la filosofía occidental y de destrucción de la metafísica cristiana, inició un proceso afirmativo en la construcción de nuevos valores -expresados en la obra "Así habló Zaratrusta"- basados en el llamado gai savoir, expresión referida a las habilidades necesarias , sobre todo para escribir Poesía. La expresión "gaya scienza", canonizada desde entonces, hace, pues, referencia al arte poético, en castellano, es decir para nosotros a la Poética. Y eso es la 3ª Sinfonía malheriana, una versión o transcripción musical del libro de Nietzsche, aunque en modo alguno la colosal sinfonía de Malher se indentifique en casi nada con el pensamiento del filosofo alemán, sino con la mística revelación de la Naturaleza a la que se sentía profundamente vinculado el compositor. Hasta tal punto esto es así, que el gran musicólogo español Federico Sopeña vió en la "canción de media noche", un bellísimo lieder, en el tercer movimiento, una música del silencio en la que Malher trata lo nocturno religiosamente, al servicio del gran misterio de la eternidad y, sobre todo, en el Langsam final, donde Malher eleva un himno de amor a Dios, entrevisto a través de la Naturaleza. Desdichadamente, la invasión sufrida por mi cerebro de modo inesperado e involuntario, en cuanto a aquella torpe relación de identidad a la que ya he aludido, sin duda me privó de paladear todo cuanto ayer pude escuchar en al Auditorio, magistralmente ejecutado por la Orquesta Sinfónica de Madrid, bajo la sabia y sensible dirección del Maestro Jesús López Cobos, que se despedía como Director de la Orquesta. Por este triste motivo, me resultó muy difícil y altamente nocivo y perturbador asistir a un concierto, cuando casi diariamente muchos nos vemos obligados a sufrir a una "segunda parte", mucho más estúpida y peligrosa quizá, en un repugnante y drámatico des-concierto. Pero prometo volver, aquí mismo, a Malher, muy en breve, a esta maravillosa Sinfonía, a la Orquesta Sinfonica de Madrid y sus dos coros, el de voces blancas y el femenino de voces adultas, a la mezzosoprano rusa Ekaterina Gubnanova, ayer en funciones de contralto, y también al Maestro Jesús López Cobos, ese egregio zamorano, de Toro, la Ciudad de Enrique IV y del Conde Duque de Olivares, a la que siempre recuerdo con nostalgia y cariño, porque no en vano, a escasos kilómetros de ella, se encontraban las lonas, las tiendas de campaña, en las que yo recibí instrucción militar y, al final de ella, el Despacho de Alférez de Complemento de nuestra Gloriosa Infantería española. Luis Madrigal.-


Arriba, la portada del libro de Nietzsche "Die fröhliche Wissenchaft", publicada en 1882; el gran compositor bohemio-asutriaco Gustav Malher y, finalmente, el Perito electricista a quien, injustamente, se asocia o se atribuyó en España la divulgación de la música malheriana. Abajo, lamentando no disponer de ninguno de los movimientos de la 3ª Sinfonía, me complace ofrecer el Adagieto de la 5ª.










AÑORANZA DE UN FUTURO MUERTO









¡Oh, la lejana tierra,
húmeda y verde,
con sus Sierras que danzan
en el estío,
cuando brilla la luna...
¡Oh, Lago, tan azul...!
Que azul el Río,
que no es un río...
es un trozo de cielo
de él desprendido.
¿No podré nunca
veros...?
¿No seréis nunca míos?
¡Que lejos ya de mí...
quizá perdidos!


Luis Madrigal