jueves, 27 de julio de 2017

EVOLUCIÓN, PERO NO TAN SIMPLE



EVOLUCIÓN TOTAL

Alguien dijo, aunque ya no recuerdo quién fue el que lo dijo, que "la belleza es la forma más eficaz para huir de la realidad." Tampoco sabría decir yo ahora a qué realidad se refería el dicente, puesto que la realidad no es una sola, sino que, al menos en el mundo exterior al ser humano, se concitan muy diversas realidades. Hay, ciertamente, una primera realidad, "por riguroso orden de aparición"  -como en el teatro u otras artes escénicas suele hacerse con los actores o los intérpretes- en la historia del cosmos, o de la naturaleza, que es la realidad material, la realidad de la materia inerte, que constituye el objeto de conocimiento de la Física, con el auxilio o el instrumento de las ecuaciones u otras formulaciones matemáticas. Esta realidad material, privada de todo tipo de vida, tras andar diversos caminos, posibilidades y derivas, produjo la emergencia de otra realidad, la realidad vegetal. Un ser emergente, dice la Antropología filosófica, es el resultado de darse una serie de condiciones o circunstancias que propician su aparición desde otro ser ya pre-existente, pero al que no puede sustituir ni anular, sino que necesita y del que depende. La aparición del ser emergente no supone la desaparición del pre-existente, sino que, por el contrario aquél necesita de éste. Así, el vegetal, no anula al mineral, que no desaparece por su presencia resultante, sino que además le necesita.

Un"día", no ya de los Siete mitológicamente tan famosos, sino de los muchos miles de millones de años que manejan los científicos de la materia inerte y también los de la vida vegetal, emergió de esta última el animal. Sí, sí, del mismo modo, o muy parecido, en que el vegetal surgió del mineral, el animal surgió del vegetal. El animal, ser dotado no sólo de vida sino también de movimiento, necesariamente hubo de apoyarse y necesitar tanto de los minerales como de los vegetales. Sin ellos, no hubiera sido posible. Parece ser por tanto que el animal, sin dejar de serlo, es también y antes de serlo, mineral y vegetal. Los necesita a ambos para subsistir y si prescinde de ellos se pierde, como diría el gran maestro Ortega y Gasset. Es decir, se malogra. No puede llegar a ser lo que está llamado a ser. Somaticamente hablando, es notorio que las vacas se alimentan de la hierba y esta de los minerales que la nutren. Esto, desde luego, no es ningún gran descubrimiento, sino algo muy elemental y sabido.

Haré un aparte para que los posibles lectores  -seguramente ninguno, pero siempre hay que pensar en todas las posibilidades-  puedan respirar y respirar hondo, mientras meditan levemente sobre esta realidad tan sabida y científicamente aceptada por unanimidad interdisciplinar. Porque, muy frecuentemente, las realidades más sabidas y lógicas no despliegan sus contenidos más apabullantes, por emplear algún tipo de adjetivo, de los que impactan de un modo especial. Pues bien,"otro día", agotadas ya todas las alternativas y singularidades del mundo animal (¡y ya hay miles y miles de especies de esta carácter, como las hay del vegetal y el mineral!) emergió de él, y de todos sus precedentes, un animal muy curioso, muy singular, al que tal vez los ya pre-existentes ni esperaban, de poder ser conscientes de sí  mismos -que no lo eran- y que sí pudo ser consciente de su propia existencia. Además de ser material, vegetal y animal, este espécimen se dio cuenta, no sólo de que pensaba, porque podía pensar, a diferencia del mineral, de la planta y de otros animales que le habían precedido, sino de que podía pensar no sólamente de un modo lineal, sino de un modo reflejo. Esto es, podía pensar sobre lo pensado. Podía reflexionar, o reflejar su propio pensamiento. Este singular animal, desde luego emergido de otro animal, un póngido, no hay por qué negarlo (con total independencia de que la negación sea poco posible), no sólo era capaz, cuando veía una piña de plátanos colgando, a una altura superior a la de sus posibilidades de alcanzarla, de tomar un taburete, subirse a él y golpear con un palo la piña a fin de que cayeran los plátanos, para comérselos. De esto mismo, continúan siendo capaces, en los circos, los chimpancés, y por ello puede decirse con toda propiedad que este tipo de animales piensa. Claro que piensan. Piensan en cómo pueden comerse los plátanos, pero no son capaces, ni lo serán jamás, de pensar sobre lo que han pensado. Este último tan sólo resulta posible a este otro curioso animal, también emergente, que es el hombre, el ser humano.

Desde luego, algunos seres humanos, por las razones que sean o puedan ser, incluidas las más atroces e injustas, esencialmente, no han dejado de pensar como los chimpancés. Pero, en términos más generalmente ciertos y aceptables, el pensar reflexivo, o capacidad de pensar lo pensado, sin duda es un producto del ser consciente de sí y portador, por tanto, del nous que ya descubriera Anexágoras. Y esto, singulariza al homo sapiens dentro del orden común animal, al que pertenece, sin poder prescindir de él, como el animal no puede prescindir de la planta y la planta no puede prescindir de la piedra. Y por ello, el hombre es otro ser emergente, dentro del proceso general de evolución, que engloba y se extiende a toda la naturaleza resultante de aquella gran explosión.

Charles Darwin, descubrió  -contra su propia voluntad y la de su esposa Emma, aunque unitarista, fervorosa anglicana- la evolución de las especies, y dentro de ellas el origen del hombre animal, pero tan sólo en los aspectos más epiteliales de éste, que corporal y somaticamente se asienta sobre el póngido -no puede prescindir ni renunciar a él, como tampoco el vegetal de la materia inerte-  pero el hombre, no es un póngido -¿o sí, acaso alguno de los posibles lectores se considera tal?- como el vegetal no es el mineral. Darwin, descubrió exclusivamente la evolución animal, de una manera aislada y estanca, pero no reparó en la evolución inter-relacionada e íntegra de toda la naturaleza surgida, emergida, en un punto alfa, de aquella enorme explosión de la materia. ¿Quién es el hombre, pues, y de dónde y cómo surge?

"El hombre soy yo", podría decirnos ahora mismo a todos nosotros, de ser posible su regreso a través de un misterioso túnel del tiempo, el hombre del Paleolítico, que no hablaba ni escribía, con sus marcados arcos superciliares, sus brazos colgando, más largos que sus piernas, sus pelos hirsutos y su mal olor. Y con todo ello, podría decirnos, no sólo que era un hombre, como nosotros, sino además nuestro tatarabuelo. ¿Y acaso no lo era? Lo lamento por esos figurines siempre tan elegantemente vestidos y con unas gotas de perfume, femenino o varonil, tan embriagador y distinguido, respectivamente, porque, salvo que hayan descendido de algún planeta ubicado en alguna lejana constelación, aquel salvaje maloliente, era y es su tatarabuelo, y el tatarabuelo de sus tatarabuelos, miles de millones de años por delante. Y por detrás. Del mismo modo, ¿qué será el hombre del siglo XXV, o del MCCCXXV, o más, hasta que esa estrella, alrededor de la que giramos, alcance el final de su presencia en el cosmos, convirtiéndose en una roja gigante para, a 500 grados centígrados, harcer hervir los mares de la Tierra, tras haber engullido de un solo bocado a Mercurio y a Venus? No podemos ni imaginar cómo será el hombre, antes de que suceda tal fenómeno, aunque sí afirmar que será hombre de un modo cualitativamente distinto a nosotros, tanto morfológica (anatómica y fisiologicamente) como espiritualmente. Pero, también será el hombre. Y cuando trate de definirse en medio de toda la naturaleza, dirá: "El hombre soy yo". ¿Y acaso no lo será?

¿Quién es el hombre, pues, de dónde emerge y cuál es su camino, su destino y su meta? Si alguien se atreve a decirlo y a definirlo, científicamente, incluyendo en primer lugar a los arrogantes científicos de la materia muerta, aislada de otras realidades emergentes, tiene que admitir que su definición necesariamente ha de ser provisional y transitoria, porque hasta que no se haya llegado a ese otro punto -el punto omega- en el que haya terminado de vivir el último hombre de todos cuantos hayan cruzado la Historia, es imposible saber cómo es el hombre, quién es y qué le espera. No es posible una definición definitiva del hombre, sencillamente, porque nunca está acabado de hacer, sino constantemente haciéndose. Por eso, no es posible definirlo. Porque, mientras está aquí, nunca está terminado de hacer y, cuando está terminado, ya no está aquí. Esa es la más rigurosa y verdadera realidad del hombre, muy superior a cuantas otras realidades le constituyen y encierran, haciéndolo menesteroso del ser y prisionero del tiempo. La materia, es la base de su ser, su realidad primera; sucesiva y ascendentemente, también la vegetal y la animal. Pero si se invierte el proceso evolutivo, la materia es la realidad más pequeña, la ínfima de todas ellas. De ello pudieron ser testigos los descubrimientos y cálculos de Max Plank, el hombre que dedicó toda su vida al estudio de esta realidad, la materia, y abrió el camino a lo que ahora parece saberse más que nunca de su causa: Que la materia de la materia, es inmaterial. Esto es, la materia esencialmente no existe. Mucho mejor dicho, la materia no es. Ya Heidegger dijo que las cosas no son, sino que simplemente "dasein". Están ahí.

Por ello, retornando al principio, la belleza no puede ser, en modo alguno, la forma más eficaz para huir de la realidad esencial del hombre. Lo será, sin duda, para escapar de la realidad material, por muy contingente, dura, cruel e injusta esta pueda presentarse, pero también la más sublime para abrazar estrechamente la única realidad que es. Eso es el ser, lo que es. Del mismo modo que la nada, es lo que no es. Y por ello, sin prescindir en modo alguno del supremo mandato contenido en el Nuevo Testamento  -el Amor-  causa y conclusión precisa y exacta de la evolución toda, interrelacionada e integral, es rigurosamente preciso recordar la autodefinición del Antiguo: "Yo soy el que soy".


Luis Madrigal

sábado, 8 de julio de 2017

EN CUALQUIER ÉPOCA DEL AÑO



CUATRO SONETOS
EN HONOR DE
ANTONIO VIVALDI

Il Prete Rosso

Y del Ospedale de la Pietà
de Venecia


I

SONETO DE PRIMAVERA


El hiemal ya se fue... Ya el sol asoma
más claro, más vivaz... Más sobre el cielo.
Junto al otero en sombra alza su vuelo
sedienta de más luz una paloma.

Se dirige a la altura, donde toma
del primer rayo vida... Deja el suelo
en que la sombra, aún, arrastra el hielo
     que en mil lágrimas vivas se desploma.

Mas, al volar, divisa un campanario
y la memoria viva  -allí un día muerta-
que vive aún por siempre, aunque el sudario

sobre la tierra yace... Reinserta
la vida que se fuera a aquel osario,
que del Edén abierta está la Puerta.






II

SONETO DE VERANO


Cedió el cristal al sol... Y ya no hiela,
ahora que el rayo se ha hecho puro fuego
y, a la rama del árbol, sin despego,
reseca hasta abrasar como una vela.

Ya no se arrastra pálido... Ahora vuela
y su rojo mirar parece ciego
cabalgando el sendero veraniego,
al mismo tiempo látigo y espuela.

Al poco, viste el prado de amarillo
y calcina cuanto halla en su camino…
Exubera la vid en el zarcillo

y expande el alma alegre su destino.
Al horizonte azul, se alza un castillo
dentro del cual vive su ser divino.



    



III

SONETO DE OTOÑO


Ya verdean las vegas nuevamente,
tras vestirse en verano de amarillas…
Otra vez los arroyos las orillas,
de sus resecos cauces, besan dulcemente.

El chorro de cristal vuelve a la fuente
y de sus mil colores  -maravillas
ocres, rojizas pardas-  alfombrillas
teje el suelo, que un brillo mate siente.

Bien teme que mañana vendrá el frío
y el tronco en el hogar será la seña
del vivir junto al fuego. Ya el estío

terminó su canción, y la risueña
caricia que sembró… Rostro sombrío
el hielo hará esculpir en vieja aceña.




   



IV

SONETO DE INVIERNO


Brilló la blanca capa sobre el prado,
que verde fue y florido en primavera
y ya no puede recordar la era
en la que de corolas era alado.

Luce también el sol, mas luce helado
y lucha con denuedo, a la manera
de hercúleo Sansón, que bien quisiera
tornar al son de estío enamorado.

Así sucede al paso de la vida
del hombre que en el suelo halla su paso
y mira al cielo gris, como si de ida

y no de vuelta fuera su fracaso,
buscando la esperanza, ya aterida,
en su oración al Cielo en el ocaso.



   




Luis Madrigal