miércoles, 1 de octubre de 2014

UNA VIEJA HISTORIA



LA ENEIDA FUE ESCRITA POR AUGUSTO

Publio Virgilio Marón, nació en el año 70 a.C., posiblemente en la Galia Cisalpina, cerca de Mantua. Siguió estudios en Cremona, Nápoles y Roma y, en esta última ciudad, frecuentó el círculo de Mecenas y el del propio Octavio Augusto, por entonces simplemente Cayo Octavio Turino, o a lo sumo Cayo Julio César Octaviano. Entre los años 41 a 37 a.C., escribió "Las Bucólicas", una colección de diez églogas pastoriles, lo que muestra que su primera tendencia literaria no fue la de prestar atención a la epopeya, ni menos aún al género histórico-político. Hacia el año 29 a.C., publicó y dio a conocer “Las Geórgicas”, idea que le vino de Mecenas, estrecho colaborador del ya, practicamente, Emperador Augusto, quien le sugirió que escribiera sobre la agricultura con fines totalmente propagandísticos, lo que ya implica un cierto giro hacia la política, aunque ya entonces manifiesta Virgilio (Geórgicas, III, 46-48) su intención de escribir más tarde una epopeya. Sin duda por eso, el resto de su vida literaria lo consagró exclusivamente a terminar su magna obra épica, “La Eneida”, que culmina coincidiendo con el fin de sus días, cuando muere en Brindisi en el año 19 a.C., sin haberle dado tiempo a quemar los rollos en los que había escrito el poema, insatisfecho y en desacuerdo con lo que había escrito. Treintaitrés años después moriría el propio Augusto, sin que por entonces nadie pudiese atisbar que, más que "por encargo de" o incluso "para", en realidad parece que "La Eneida", había sido escrita "por" el propio Augusto. Desde luego, en beneficio exclusivo de sí mismo, utilizando al más brillante de los poetas líricos latinos como simple amanuense de un poema épico. Y desde luego, nada nuevo a estas alturas, en las que excelentes escritores componen los discursos que leen después, en importantes foros internacionales, niñatos sin más mérito que el de ser hijos de otros indocumentados dinásticos, a quienes los periodistas y la estupidez popular disfrazan de grandes estadistas. Augusto, al menos, en unión de Marco Antonio, fue capaz de vengar la muerte de César y, con la cooperación de Marco Emilio Lépido, organizar el Segundo Triunvirato.

Sin embargo, hace ya algunos años, un colega italiano  -un Avvocato di Roma- me dijo de palabra, en Madrid, con ocasión de un Congreso sobre Fundaciones de Derecho Privado, que últimamente había leído cosas horribles acerca de Augusto y que, a la vista de ellas, en Italia, toda la gloria del Princeps  -el Primero en el Senado-  se había teñido de descrédito y deshonor. Aquel gran hombre  -sin duda no tan grande como Julio César-  nomen que el mismo Octavio había elegido, en unión del de Imperator (el caudillo militar aclamado por las Legiones) y del de Augusto (en conmemoración de la fiesta anual que se celebraba en Roma, el “augustum auguriun”, y que recordaba la fundación de la Ciudad), pese a toda esa solemnidad de nombres, no había sido digno de ostentar con la debida dignidad el de César, su padre agnaticio y glorioso predecesor en la política romana, desde el paso de la República al Imperio. Nunca pude tener yo acceso a tales fuentes, las que ni siquiera recuerdo si llegó a indicarme o no mi colega romano, pero sí debo admitir que toda mi admiración por el Imperator César Augusto del Principado comenzó a decrecer notablemente, pese al hecho cierto y objetivo de haber llevado aquél el Imperio romano a la más alta cumbre de su esplendor.

Ciertas o no cuantas imprecaciones puedan alzarse contra la memoria de Augusto, lo que sí es cierto, y así lo prueban historiadores modernos de tan inmenso prestigio y rigor metodológico como Mitteis, Girard, Miebuhr o el propio Theodor Momsen, es que ya Tito Livio y otros historiadores romanos de la época, se esforzaron al máximo por dotar a las instituciones romanas de una antigüedad de la que en realidad carecían, y sobre todo, a la idea imperial de Roma, de la mayor grandeza y solemnidad, alentando el carácter de su origen divino. Y desde luego, de tal propósito no puede considerarse ajeno a Augusto, empeñado en construir, como quien "fabrica" un producto político sumamente útil, la Roma imperial que conquistó más de medio mundo, del entonces conocido. Y ya se ha dicho reiteradamente que la Aeneis es una epopeya latina escrita por Virgilio por expreso encargo del emperador Augusto con el fin de, además de proceder a la restauración moral de la sociedad romana, glorificar el imperio atribuyéndole un origen mítico y sagrado.

El punto de partida elegido por Virgilio es el de los poemas homéricos. Donde terminan la Ilíada y la Odisea, comienza la Eneida. Eneas, es un héroe troyano que huye de la Troya incendiada por los aqueos  -los griegos del Ática-  hasta alcanzar, pese a las hostilidades de la diosa Juno, las costas de Italia, para fundar Roma, aunque tal fundación sea el resultado final de un largo proceso, en el que han de mediar otras fundaciones previas. Pero Eneas, no es simplemente un héroe troyano. Pese a ser hijo de Anquises, un mortal, a quien lleva consigo en la huida, también lo es de una diosa, su madre Afrodita, convertida en Venus, hija de Zeus, nacida de la espuma. Excelentes raíces para la futura Roma.

Mas, antes de fundar nada, Eneas ha de sufrir inmensas dificultades en su navegación por el Mediterráneo, fruto de la inquina de Juno, confabulada con Eolo para que los vientos desgarren las velas de los barcos y los dispersen en el mar. También ha de bajar a los infiernos, a los Campos Elíseos, para poder volver a ver a su padre, Anquises, que al igual que su esposa troyana, Creúsa, han muerto en la huida. Y también en la Eneida se narran los amores de Eneas con la Reina de Cartago, Dido, en cuya corte tiria ha de refugiarse. Henry Purcell, bajo libreto de Nahum Tate, compuso la famosa ópera barroca, "Dido y Eneas", considerada como la primera ópera nacional inglesa, en la que el aria "El lamento de Dido", resulta conmovedora y de una gran belleza. Dido, que por obra de Venus, con la complicidad de Cupido, se ha enamorado perdidamente de Eneas, se desgarra de dolor ante la partida de éste, que tiene que irse a toda prisa para fundar Lavinium, y después Alba Longa, a fin de que Augusto pueda, en último término, presumir del origen divino de Roma y, a posteriori, del suyo propio. Aparte de aprovechar el trágico desenlace amoroso para justificar o explicar el origen de la rivalidad implacable entre romanos y cartagineses, protagonizaba en las tres sangrientas Guerras Púnicas. En la Eneida todo se aprovecha.

En realidad, como diré en breve  -siguiendo nada menos que a Júpiter- Eneas no funda Roma sino Alba Longa, y tampoco lo hace de un modo personal. Conforme a la leyenda, Alba Longa fue fundada por Ascanio, el hijo del héroe troyano, treinta años después de la fundación de Lavinium. Cronológicamente esto habría sucedido alrededor de mediados del siglo XII a. C., algún tiempo después de la destrucción de Troya, lo que según los historiadores de la Antigüedad  habría ocurrido hacia 1184 a. C. Y la leyenda explica que, de Ascanio, surgió una dinastía de reyes de Alba Longa, entre quienes los mejor conocidos son Procas, y sus hijos Amulio y Numitor. Así se lo había prometido Júpiter a Venus, ante las quejas de ésta por los infortunios a los que Juno somete en el mar a Eneas, intercediendo por su hijo ante el supremo Dios del Olimpo: "Tu Eneas sostendrá en Italia grandes guerras. Ascanio, tu nieto, llenará con su imperio treinta largos años, un mes tras otro, y trasladará la capital de su reino de Lavino a Alba Longa..." Palabra de Júpiter. 

No es nada fácil pasar de la poesía a la prosa, sobre todo cuando aquélla se expresa en hexámetros dactílicos, tan difíciles de medir. Pero así sucedió, más o menos. No fue así exactamente, porque, también según la leyenda de Alba Longa, siendo rey Amulio, fue despojado del trono por su hermano, el traidor Numitor, quien posiblemente engrendró de su hija y respectivamente sobrina, Rea Silvia, dos hijos gemelos, llamados Rómulo y Remo, a los que arrojó al Tiber, pero, salvados de sus aguas, fueron amamantados por una loba en el Monte Palatino. No en el Capitolino, como con frecuente error se induce al llamar -"Capitolina"- a la loba que los amamantó. Entre ellos, surgieron posteriormente las discordias y finalmente Rómulo mata a Remo y funda la Ciudad de Roma. Será más tarde, ya en el reinado del pretendido y legendario tercer rey de Roma, Tulio Hostilio, a mediados del siglo VII a.C., cuando se produce la guerra ente Alba Longa y Roma, el famoso combate entre los Horacios romanos y los Curiacios de Alba Longa, con el triunfo de los romanos, que no obstante de modo generoso concedieron a los vencidos el derecho a ocupar el Monte Celio para que en él pudiesen establecerse.

Augusto, que había nacido en Roma, el 23 de Septiembre de 63 a.C., murió en Nola, aquel 19 de Agosto del 14 d.C., cuando regresaba de Beneventum en compañía del oscuro Tiberio, hijo de su esposa Livia Drusila. Tras su muerte, pudo ser divinizado por el Senado y adorado por el pueblo romano. Todo ello, gracias a Virgilio. Se ha dicho que a los pueblos los mueven los poetas, pero parece evidente que, en demasiadas ocasiones, a los poetas los mueven los políticos. Una verdadera lástima.

Luis Madrigal





En la imagen superior, "La Fundación de Cartago por Dido" (Turner)