jueves, 29 de diciembre de 2011

REZAN POR ELLA



YO, TAMBIÉN


He leído esta misma mañana, en el diario "El Mundo", de Madrid que, en la República Argentina, las iglesias, los templos, se han llenado de personas para rezar por la salud de la Señora Presidente de la República, Doña Cristina Elisabet Fernández de Kirchner (La Plata, 1953). He podido leer además que incluso han llegado a agotarse las velas y otras ofrendas, intercediendo ante Dios por su vida. Dios me libre a mí, que no soy argentino, de la tentación de inmiscuirme en los asuntos de una Nación, por muy hermana que sea la Argentina, organizada políticamente en un Estado independiente y soberano. Ni eso ni nada remotamente parecido a ello. Sí he de confesar, en ejercicio legítimo de mi libertad de expresión, que esta señora, como su difunto esposo, no fueron nunca personas objeto de mi admiración. También parece, afortunadamente, que la enfermedad que le afecta, aun siendo grave, no lo es tanto como para temer por su vida. Pero sí quisiera, desde este humilde rincón, decir muy brevemente algunas cosas. Concretamente tres: La primera de ellas, es la de ratificar una vez más mi sincera gratitud y profundo cariño hacia la Argentina, pese a algunos de los que, en un pasado no excesivamente lejano fueron sus dirigentes políticos, y tampoco quiero referirme con ello precisamente a los Kirchner. En segundo término, dentro de este sentimiento, en general, de cariño hacia la gran Nación Hermana, debo mostrar rotundamente, ante esta noticia, mi rotunda admiración por el sentido patriótico que une estrechamente a todos los argentinos, cuando se trata de eso, de su Patria. Y, por último, no quiero dejar de decir, simplemente, que yo también me uno a todos los que rezan. ¡Es curioso...! En ocasiones como esta, siento la tentación de no hacerlo, si me paro a pensar en tantas otras personas, algunas tal vez del mismo nombre, de otras muchas "Cristinas" como en este mismo momento pueden padecer, en la Argentina y en el mundo, no la misma enfermedad, sino acaso otras más graves y cruciales. Aun así, la mejor receta no es la de olvidarse de quien sufre, por ser conocido o popular, sino la de acordarse de todos los demás, por absoluta y necesariamente desconocidos sean. Precisamente por eso, y por la misma razón, yo también rezo por ella. Luis Madrigal.-