sábado, 30 de junio de 2012

EL VERSO. ESTROFAS DE RIMA CONSONANTE




EL VERSO. ESTROFAS EN RIMA CONSONANTE


Luis MADRIGAL


Analizaré, no todas, porque esto se haría excesivamente largo, pero sí las estrofas de rima consonante más singulares, con especial atención a tres de ellas: La Lira, la Décima y el Soneto. A estas tres estrofas dedicaré una entrada especial, bien una sóla común a las tres, bien una para cada una de ellas, porque son muchas las cuestiones que me gustaría exponer. Comenzaré no obstante por las estrofas de menor número de versos hasta las de mayor número.

EL PAREADO

Es la estrofa de menor número de versos, que se reducen, como su nombre indica a dos, a un par. Naturalmente ambos han de rimar en consonante, ya sean de la misma medida, o bien ésta sea distinta. Esta estrofa ha sido muy empleada por los poetas franceses, pero no menos por los españoles. He aquí dos sublimes ejemplos. En primer lugar, estos dos seguidos de José Zorrilla, para formar en total cuatro versos:

Son las tres de la tarde, julio, Castilla.
El sol no alumbra, que arde; ciega, no brilla:
La luz es una llama que abrasa el cielo:
ni una brisa una rama mueve en el suelo

O este otro, que constituye más propiamente un pareado, al constar estrictamente de dos versos, de Antonio Machado:

El sol va declinando. De la ciudad lejana
nos llega un armonioso tañido de campana.


Todos los pareados anteriores, son de Arte mayor, al ser todos ellos de más de nueve sílabas. Dodecasílabos, los de Zorrilla, y alejandrinos los de Machado. Sin embargo, también pueden ser de Arte menor, en cuyo caso se llaman aleluyas, siempre que tengan la misma medida, porque también pueden ser de distinta medida:

So el olivar
que las ramas hace temblar.

Este último pareado, de distinta medida en los versos, constituye también, como ya dije, un ejemplo de pie quebrado, aunque a la inversa, al dar continuidad a un verso corto (pentasílabo, con el apócope “so”, por “sobre”, el primer verso), seguido de un decasílabo, en ambos casos por ser palabra tónicamente aguda, las respectivas finales de uno y otro versos).


EL TERCETO

Es una estrofa, no sólo de tres versos, sino de tres versos que han de rimar, el primero con el tercero, quedando el segundo libre. Por ello, no toda composición de tres versos es un terceto. Y esto, en mi humilde opinión, es muy importante, sobre todo en lo que se refiere al Soneto, cuyas dos estrofas finales, de las cuatro que, a su vez, lo integran, han de ser verdaderos tercetos, en lugar, algunas, o ya muchas veces, en que no lo son. Serán estrofas de tres versos, pero no podrán ser tercetos y, si no pueden serlo, tampoco la composición mayor, en la que se integran, podrá ser un verdadero Soneto, toda vez que este ha de constar de dos cuartetos y de dos tercetos. Ya sé, que, con el tiempo, en el Soneto, se acostumbró a que los “tercetos” fuesen rimados según criterio y gusto del poeta. Y que grandes poetas los han compuesto así. Yo, que no soy ni mucho menos ningún gran poeta, ni tal vez tan siquiera pequeño, también he compuesto algunos, muy pocos, de este modo, por la razón ya indicada. No pueden ser verdaderos sonetos. Y ello, aunque se “encadenen” (también  a mi juicio de una manera falsa), porque el terceto encadenado tiene también sus propias normas preceptivas para poder serlo, como seguidamente vamos a comprobar. De esta cuestión, trataré también, más extensamente, cuando analice el Soneto, como tal, a lo que, como acabo de decir, proyecto dedicar una entrada especial, en unión de la Lira y la Décima. En cuanto a la rima del Terceto, esto no lo digo yo, sino que lo hace Fernando de Herrera:

De aquel error en que viví engañado
salgo a la pura luz, y me levanto
tal vez del peso que sufrí cansado.

Y, con Fernando de Herrera, tantos otros grandes poetas. En realidad todos lo que siguen a Garcilaso, y vuelvo a referirme en particular a los tercetos que integran el Soneto.


Característica singular a destacar es la de que, en este tipo de poemas, la última estrofa suele tener cuatro versos



EL TERCETO ENCADENADO

Es exactamente igual al anterior, con la particularidad de que, lógicamente, se requieren dos tercetos, como mínimo, a fin de que sea posible encadenarlos. Y en este sentido, la diferencia con el Terceto ordinario  -en el que el segundo verso queda suelto- es la de que, en el encadenado, este segundo verso ha de rimar con el cuarto, sexto, y así sucesiva y alternativamente de los tercetos siguientes. Ya sean estos solamente dos, como en el Soneto, o una cadena o serie de ellos, como en La Divina Comedia, íntegramente escrita en tercetos encadenados. Como esta inmortal obra de Dante Alighieri, está escrita en italiano, comprobaremos la teoría en los siguientes de La “Epistola Moral a Fabio”  -que tampoco es cualquier cosa-  del español Andrés Fernández de Andrada, nacido en Sevilla y muerto en Méjico, en la más absoluta miseria, pero tras haber escrito tan inmortal obra:


Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas.

Y el que no las limare o las rompiere
ni el nombre de varón ha merecido
ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido
elija, en sus intentos tenebroso.
Primero estar suspenso que caído.


Pero, volviendo al Terceto encadenado, es este es el tipo de terceto, cuyos dos finales integran el Soneto garcilasiano. Los demás, aunque los hayan firmado grandes poetas, con el mayor respeto debo decir que no son objeto de mi consideración personal. Me refiero a los sonetos que concluyen con tal tipo de tercetos, no a los tercetos, en sí mismos, puesto que aquéllos no lo son en realidad. Es mi opinión, naturalmente, no faltaba más.


         ESTROFAS DE CUATRO VERSOS:

Las que creo fundamentales, se reducen a cinco: El Cuarteto, la Redondilla, el Serventesio, la Cuarteta y el Tetrástofo monorrimo.

EL CUARTETO

Está formado por cuatro versos endecasílabos que riman el primero con el cuarto y el segundo con el tercero. Sirva este de “Al túmulo de Felipe II”, de Fray Luis de León:

Aquí yacen de Carlos los despojos;
la parte principal subióse al cielo.
Con ella fue el valor; quedó en el suelo
miedo en el corazón, llanto en los ojos.

LA REDONDILLA

Es un cuarteto de Arte menor, casi siempre en octosílabos. El ejemplo del también inmortal poeta jocoso Baltasar de Alcázar:

En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa,
y direte, Inés, la cosa
más brava de él que has oído

EL SERVENTESIO

Es una estrofa de cuatro versos que riman alternados: Primero con tercero y segundo con cuarto. Valle Inclán nos ofrece el siguiente:

Yo iba perdido por la selva oscura,
sólo oía el quebrar de mi cadena
y vi encenderse con medrosa albura,
en la selva, una luz de ánima en pena.


LA CUARTETA

Es un serventesio de Arte menor.


EL TETRÁSTOFO MONORRIMO

Es una estrofa arcaica, que ya expuse al tratar de los versos alejandrinos, puesto que tal estrofa consta de cuatro de ellos, de cuatro alejandrinos con una única rima de todos los versos entre sí. Si, en aquella ocasión, propuse como ejemplo el de Gonzalo de Berceo, ahora lo haré con un pasaje del Libro de Alexandre, del que se dice inauguró la cuaderna vía. Uno y otro responden al verso del Mester de Clerecía:

El mes era de mayo un tiempo glorioso
cuando facen las aves un solaz deleitoso
son vestidos los prados de vestido fremoso
suspiros da la dueña, la que non ha esposo.

   

         ESTROFAS DE CINCO VERSOS:

Considero que las típicas son tres: El Quinteto, la Quintilla y la Lira. Dado que a esta última me referiré en otra entrada especial, junto a la Décima y al Soneto, trataré ahora tan sólo de las dos primeras.

EL QUINTETO

Está compuesto por cinco versos de la misma medida y de Arte mayor que, generalmente, riman alternados, como casi sucede en este de Alarcón:

Nobles hermanas, a la par gentiles
discretas a la par y candorosas
que el dulce encanto de los veinte abriles
mostráis en faz y gracia juveniles
como pareja de entreabiertas rosas.


LA QUINTILLA

Se compone de cinco versos octosílabos rimados al arbitrio del poeta. Por tanto, pueden ofrecerse distintos modelos de rima. En esta de José Zorrilla, riman entre sí los versos primero, tercero y quinto, es decir los impares, mientras los pares, segundo y cuarto componen riman distinta:

En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé, entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
“Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él”.

También esta otra, de diferente rima y de tema ligero y jocoso:

Me levanto de mi silla
porque quiero demostrar
que el hacer una quintilla
es la cosa más sencilla
que se pueda imaginar.


Como puede verse, en ella la rima es diferente entre los versos. Y por último, una tercera más seria o solemne, y de la misma rima anterior, de las célebres de Nicolás Fernández de Moratín:

 Madrid, castillo famoso
que al rey moro alivia el miedo
arde en fiestas en su coso
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.



Estrofas de SEIS VERSOS, o sextinas, puede haber muchas, pero sólo una adquirió con el tiempo fama universal, la ESTROFA MANRIQUEÑA, así llamada por haberla usado Jorge Manrique en su mejor composición: Las “Coplas a la muerte de mi padre”. Su estructura de rima, es compleja, pero no artificiosa, al igual que la medida de sus seis versos. Consta de cuatro versos octosílabos (el primero, segundo, cuarto y quinto) y de dos tetrasílabos (tercero y sexto), rimando el primero con el cuarto; el segundo con el quinto, y el tercero con el sexto. La primera y tan conocida estrofa de las “Coplas”, es esta:

Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
y cómo viene la muerte
tan callando


Estrofas de OCHO VERSOS, u octavas. Entre las cuatro más típicas, debe destacarse la Octava real, la Octava italiana, la Octavilla y la Copla de Arte mayor.


La OCTAVA REAL, u octava española, es una combinación de ocho versos de Arte mayor que riman en consonante, el primero, tercero y quinto; el segundo, cuarto y sexto, y los dos últimos forman un pareado. Es el canto propio de nuestros poemas épicos, entre ellos, al otro lado del Mar, el único cantar de gesta de los pueblos hispánicos en lengua castellana, “La Araucana”, compuesta íntegramente en Octavas reales, por el español Alonso de Ercilla y Zúñiga. Es una forma cuya característica fundamental es la de amplificar y disolver los pensamientos y conceptos, que se van arrastrando por su conformación métrica. Ningún ejemplo mejor que esta Octava real de la propia Araucana:

Eran pasadas ya tres horas, cuando
los dos campeones de valor iguales
en la creciente furia declinando,
dieron muestra y señal de ser mortales:
que las últimas fuerzas apurando
sin poderse vencer quedaron tales
que ya en ninguna parte se movían
y más muertos que vivos parecían.


La OCTAVA ITALIANA

Lógicamente, también consta de ocho versos. Es una estrofa de muy difícil composición, en versos todos ellos de Arte mayor, porque los versos segundo y tercero han de rimar en consonante, del mismo modo también (aunque la consonancia sea de distinta rima) que los versos sexto y séptimo, pero lo fundamental es que los versos cuarto y octavo rimen entre sí en asonante y en agudo. El primero y el quinto suelen quedar libres. Es estrofa que posee un vuelo épico y sus versos, si se observa la cadencia, suenan a redoble de tambor. Puede verse tal efecto en este ejemplo de Espronceda:


Y furioso, veloz remolino,
y en aérea y fantástica danza
que la mente del hombre no alcanza
en su rápido curso a seguir,
los espectros su ronda empezaron
cual en círculos raudos el viento
remolinos de polvo sediento
y hojas secas agita sin fin.


 
La OCTAVILLA

Obedece a la misma combinación de la Octava italiana, con versos de Arte menor. Por ejemplo, éstas dos, más bien desenfadadas y bucólicas o pastoriles, de Nicolás Fernández de Moratín:

I

Hoy mi Dorisa
se va a la aldea
pues se recrea
viendo trillar,
sígola aprisa:
cuangos placeres
Mantua tuvieres
voy a olvidar.

II  

Que ya no quiero
más dignidades
las vanidades
me quitó Amor,
ni fama espero
ni espero gloria
sólo me agrada
ser labrador.


La COPLA DE ARTE MAYOR

Como es lógico, puesto que estoy tratando de la rima en consonante, se trata de una estrofa también de ocho versos que cultivaron los poetas cultos con anterioridad al Renacimiento. Sus versos riman, primero, cuarto, quinto y octavo. El segundo y el tercero, forman un pareado, al igual que el sexto y el séptimo. Los versos suelen ser dodecasílabos, la mayoría de las veces. El ejemplo, de este tipo de estrofa, es del poeta castellano medieval Alfonso Álvarez de Villasandino (1340-50 a 1424), recogido en el Cancionero de Baena:

Que ya non alcanzo  e solo e día evito
doled vos de mí señor Condestable
doled vos de mí que non se que fable
atanto me siento de todo bien quito;
Doled vos de mí que vivo maldito
en tribulación, pobre, sin dinero;
doled vos de mí que ya desespero
teniendo que ando aquí por precito.

 
Facsimil del Cancionero de Baena

martes, 26 de junio de 2012

LA MEDIDA DEL VERSO




EL VERSO. SU MEDIDA. CLASES DE VERSOS
POR RAZÓN DEL NÚMERO DE SÍLABAS.
MÍNIMO Y MÁXIMO NÚMERO DE SÍLABAS
EN UN MISMO O ÚNICO VERSO


Luis MADRIGAL


Recuerdo muy bien que tengo pendiente algunas cuestiones. Para ser concreto, tres. Una, es la relativa a la medida del verso, o más bien a la clase de verso por razón del número de sílabas de cada verso. La segunda cuestión, íntimamente relacionada con la anterior, es la de determinar tanto el  mínimo como el máximo, de sílabas de las que un mismo verso puede constar. Por último, la tercera,  es exponer el concepto de estrofa. Todo ello en la versificación castellana, naturalmente.

En ninguno de tales casos, y en modo alguno, me referiré a esa composición últimamente tan puesta de moda tanto en América como en España, que llaman el haiku. No lo haré, por que este tipo de poema no es poesía castellana, sino japonesa. Según tengo entendido, el “haiku”, es un poema muy breve, de tres versos, respectivamente de cinco, siete y cinco sílabas. Pero, esto es en lo que se ha convertido, al occidentalizarse, para que los poetas occidentales puedan ser capaces de cultivarlo, como algo exótico, ajeno por completo a la estructura silábica de las lenguas indoeuropeas. Ni el japonés ni el chino son lenguas monosílabicas, sino aglutinantes. Tan sólo lo son el tibetano y el birmano. Por ello, en realidad, el haiku  -llamado más bien “haikai”- en la poesía tradicional japonesa, influenciada por la filosofía y estética del zen, tampoco consta de sílabas sino de moras, siendo la mora una unidad lingüística inferior a la sílaba, con lo cual difícilmente podría elaborarse un verso de tales características sin un verdadero dominio fonético y fonológico del japonés. Y, por otro lado, parece ser que en tal tipo de composición es frecuente la presencia de una palabra clave, denominada kigo que indica nada menos que la estación del año. Algo singularmente oriental, sin duda. Pero lo complicado no es eso únicamente, sino que, además, tal elemento, el “kigo”, opera como una especie de pausa verbal, similar a nuestra cesura, pero que tampoco divide al verso en hemistiquios, propiamente dichos, sino en dos imágenes contrastantes. Y esto, a mí personalmente, me parece sumamente complicado, además de “postizo” y ajeno a mi educación lingüística y a mi mentalidad. Por eso, habiendo cultivado por mi parte casi todos los tipos de composición, nunca se me ha ocurrido efectuar la menor prueba con el “haiku”, sin tener la más remota idea de la lengua japonesa. He visto, o leído, algunos, publicados por personas de nuestra propia lengua, pero sinceramente no podría opinar tampoco acerca de su valor. Personalmente, no me dicen ni gustan nada, aunque eso sea simplemente una opinión.

En consecuencia, dentro de la poética castellana, hemos de clasificar a los versos por razón de su número de sílabas y, ciertamente, que aunque el castellano tampoco sea lengua monosilábica, no quiere decir que no existan palabras de tal carácter, esto es, de una sola sílaba. Palabras, si que existen, y no pocas, pero lo que no pueden existir son versos monosilábicos. Digo ahora esto, tras haber dicho  -en la entrada anterior-  que por verso hay que entender un conjunto de palabras, como primera nota esencial. La razón de ello es la de que toda final aguda equivale a dos sílabas. Y por tal motivo, podemos ya afirmar que, el número mínimo de sílabas de las que puede constar un verso, es el de dos. Esto es, en lengua castellana, el primer tipo o clase de versos, en cuanto al número de sílabas, es el de los versos bisílabos. Lo que también sucede es que no cabe componer un poema a base exclusivamente de bisílabos, sino a lo sumo, en estrofas polimétricas, combinando los bisílabos con los trisílabos. Incluso, puede caber también algún monosílabo. Personalmente, yo no he podido encontrar ningún otro ejemplo que este de Espronceda:

Tan dulce
suspira
la lira,
que hirió,
en blando
concento
del viento
la voz,
leve,
breve,
son.

En realidad, a mí me parece que esto, mucho más que poesía, es mera versificación, aunque pueda alcanzar el preciosismo del lenguaje, y si bien tal ejercicio está reservado a muy hábiles versificadores, de un modo similar al que supone la capacidad de escribir el Padrenuestro en la cabeza de un fósforo o, como decimos en España, de una cerilla, o en la cabeza de un alfiler. Por no decir, El Quijote en una cuartilla.

A partir de los tribisílabos, los versos tetrasílabos son los de cuatro sílabas y entre ellos ya hay muchos más posibles ejemplos. Suele utilizarlos Iriarte en sus fábulas, con alguna frecuencia. Los pentasílabos, naturalmente, son los de cinco sílabas, de muy escaso uso, pese a que en nuestros Cancioneros fueron maravillosamente utilizados, con sensibilidad y galanura, del mismo modo que también pueden encontrarse en los poetas del XVIII. Los versos hexasílabos o de seis sílabas, tampoco se han utilizado demasiado, si bien se emplean en letrillas y endechas, fundamentalmente, y también en poemas de intención jocosa.

Con ello, llegamos a un tipo de verso que considero de marcada importancia. Son los versos de siete sílabas, o heptasílabos. Lo son por ser indispensables en la Lira, en combinación con los endecasílabos. Se denominan también estos versos de siete sílabas anacreónticos, debido a la cadencia del metro griego utilizado por Anacreonte, el poeta jónico de Teos, coetáneo de la poetisa Safo de Lesbos. No hay más remedio, al tratar de este metro, que señalar el verso inmortal de Fray Luis de León:

                   Tengo plantado un huerto
                   de bella flor cubierto.

Pero, además, los heptasílabos se han utilizado también en el romance, bien en solitario, bien combinados con octosílabos.

Los versos octosílabos, o de ocho sílabas, son quizá los más propios de nuestra poesía castellana. Este es nuestro metro natural, y el más abundante. En especial de la poesía popular, en el que están escritas muchas canciones y muchos refranes, y este tipo de verso puede marcar también el ritmo de la prosa. En octosílabos, está escrito nuestro Romancero, que es la columna vertebral de la poesía lírica española, y no sólamente de la poética, sino de la propiamente teatral. Los ejemplos, podrían llover por millares.

Y llegamos a lo que podríamos llamar “la frontera” que divide a los versos entre los llamados de Arte mayor y los de Arte menor. Esta frontera reside en los versos de nueve sílabas o eneasílabos, porque son versos de la primera categoría los que cuentan más de nueve sílabas, y de la segunda los de menos. La diferencia entre una y otra categorías se manifiesta fundamentalmente en la mayor o menor sensibilidad a la acentuación y a las pausas. Los versos de Arte mayor son más sensibles a estos dos factores, lo que supone la mayor armonía y cadencia del verso.

Un tipo de verso también importante, ya dentro del Arte Mayor, es el de diez sílabas, o decasílabo, por ser el propio de los himnos y composiciones musicales, que a veces puede lograrse mediante el empleo de dos pentasílabos  marcadamente separados, con establecimiento de una pausa más prolongada.

Y llegamos a un tipo de verso, de origen no español sino italiano y renacentista, que es el peculiar de nuestra poesía culta: El verso de once sílabas, o endecasílabo. Pese a su origen es también, junto al octosílabo, el más propio de nuestra lengua. Este verso, tan valioso, admite y puede revestir, a su vez, dos sub-variantes, a cual más valiosa, por su sonoridad y elegancia. La variante del endecasílabo acentuado en la sexta sílaba, y la del endecasílabo acentuado en la cuarta y octava sílabas. De ambas especies es maestro singular el propio importador desde Italia, el inmortal Garcilaso de la Vega:

Y así, paradigma de endecasílabos acentuados en la sexta sílaba, pueden ser estos:

En tanto que de rósa y azucena
Se muestra la colór en vuestro rostro

Por su parte, endecasílabos acentuados en la cuarta y octava sílabas, estos otros también de Garcilaso:

¡Oh dulces préndas, por mi mál halladas,
dulces y alégre, cuando Diós quería!

La sonoridad y cadenciosa armonía alcanza el sumo cuando el propio Garcilaso mezcla ambas variantes de acentuación. Tal portentoso fenómeno sucede en la siguiente octava real garcilasiana:

Movióla el sitio umbróso, el manso viento,
el suave olór de aquel florído suelo.
Las aves en el frésco apartamiento
vio descansár del trabajóso vuelo.
Secaba entónces el terréno aliento
el sol subído en la mitád del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abéjas que sonaba.


Los versos de doce sílabas, o dodecasílabos, se usaron con frecuencia por los poetas cultos anteriores al Renacimiento. De esa época, el ejemplo más representativo pudiera ser el español Juan de Mena, que vivió entre 1411 y 1456, y es el autor del famoso “Laberinto de la Fortuna”, conocido también por “Las Trescientas”, su obra maestra, dedicada al Rey Juan II de Castilla, el padre de Isabel la Católica. Mena, escribió 297 estrofas, todas ellas en versos dodecasílabos escindidos en hemistiquios isométricos de seis sílabas. Se cuenta que el Rey pidió al poeta que las estrofas llegasen al mismo número del de los días del año, y Mena se propuso escribir 24 más, sin haber podido llegar a complacer al monarca puesto que falleció antes. Algunos hispanistas, han negado la realidad de esta leyenda. En cualquier caso, puede observarse la belleza del verso dodecasílabo, en este fragmento:

Al muy prepotente don Juan el segundo,
aquél con quien Júpiter tuvo tal celo,
que tanta de parte le fizo del mundo
cuanto a sí mesmo se fizo en el cielo.

En los tiempos modernos, en que también se han usado los dodecasílabos, el nicaragüense Rubén Darío ha sido quizá quien los ha empleado mejor. No obstante, aunque pueda ser una verdadera profanación, y aún anticipando mi propósito de ofrecer más adelante poemas de mi propia elaboración, me permito ofrecer esta Décima, recientemente elaborada, también en el mismo metro de doce sílabas:


UNA DÉCIMA DE AMOR, DODECASÍLABA,
EN HOMENJE A JUAN DE MENA Y RUBÉN DARÍO

¡Ay, paloma sin nido, rosa de Enero,
fuego que arde en la nieve, y hasta en el hielo…!
Luz azul entre sombras, verdad sin velo,
no temas ni suspires, que no me muero,
ni tampoco te asustes… ¡Sólo te quiero!
Sólo si tú te fueras, me moriría
entre niebla y tristeza, sin la alegría
de mirarte a los ojos, ni que los tuyos
vean rojas las rosas y sus capullos,
cuando el sol brilla en alto… A pleno día.


Luis Madrigal


Al final yo solito he caído en la trampa de mostrar impúdicamente aquí, en este lugar, mi propio verso, haciéndolo además con profanación de los viejos templos de la Poesía, aunque ya sea conocido antes, durante algunos años. Pido disculpas por mi atrevimiento y por haberlo hecho además mucho antes de lo que me proponía hacerlo. Sirva tan sólo de mera muestra indicativa del verso dodecasílabo.

Lamento que esta entrada se alargue algo más pero, por razones sistemáticas, creo antes de finalizarla, debo concluir la cuestión del tipo o clase posible de versos por razón del número de sílabas y, en consecuencia, con la segunda de las cuestiones pendientes, la relativa a lo que por mi parte considero cuál puede ser el número máximo de sílabas de las que puede constar un solo y único verso. Eso sí, dejaré la tercera, relativa al concepto de estrofa, para el momento en que exponga los tipos de estrofas posibles en Métrica castellana.

En tal sentido, considero que, en función de la premisa ya indicada, tan sólo caben en castellano dos únicos tipos de verso más: Los de trece sílabas, o tridecasílabos y, por último los de catorce sílabas, llamados también alejandrinos. Ya de los primeros, de los de trece sílabas, cabe decir que muy pocos pueden existir que no sean una deformación de los de catorce, de los alejandrinos. Pero dentro de estos pocos, pueden señalarse los de la gran poetisa hispano-cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, que son perfectos en cuanto a su métrica de trece sílabas:

Yo palpito, tu gloria mirando sublime.
¡Noble autor de los vivos y varios colores!
¡Te saludo si puro matizas las flores!
¡Te saludo si esmaltas fulgente la mar!

Y, por último, tan sólo restan los versos de catorce sílabas, los alejandrinos. Contra lo que suele decirse, este verso, pese a su denominación, nada tiene que ver con la influencia helenística, ni su aparición data del periodo del Romanticismo. Ciertamente, tras caer en desuso, fue rescatado por los poetas románticos, pero también fue ya muy utilizado en la Edad Media, y nada menos que en el Mester de Clerecía, dentro de la cuaderna vía, o tetrástrofo monorrimo. Por ejemplo, en este tetrástofo correspondiente a los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo:

Daban olor soveio las flores bien olientes,
Refrescaban en homne las caras e las mientes,
Manaban cada canto fuentes claras corrientes,
En verano bien frías, en invierno calientes.

La rima podrá resultar monótona. Personalmente, la que acabo de exponer, me encanta. Pero nadie puede dudar de que, por la medida de los versos, los cuatro son puramente alejandrinos. Y cierto también que, aún en la época moderna, en este mismo momento en el que nos encontramos se cultivan los versos alejandrinos. No voy a insistir con otros míos, porque eso sería ya, más que un descaro, un imperdonable abuso. Pero sí invocaré, como ejemplo moderno, estos otros, también puramente de catorce sílabas, nada menos que de Juan Ramón Jiménez:

Las antiguas arañas de todos los salones
Se han encendido frente al crepúsculo amatista.
Entre la lluvia y la arboleda los balcones
amarillos evocan no sé qué historia triste…

De más sílabas, de quince o de dieciséis, pueden existir también algunos versos en castellano, pero apenas se encuentran. Tan sólo algunos de dieciséis, que se desglosan generalmente en el romance octosílabo. ¿Y por qué no pueden existir versos de más de ese número de sílabas? ¿Por qué, en realidad, los alejandrinos constituyen el límite máximo? Creo que la razón, ya ha sido expuesta: Aparte de resultar fonéticamente impronunciables, por falta de oxígeno, con imposibilidad absoluta de acento rítmico y de cadencia, ¿cuál sería entonces tal límite, aunque tan sólo fuese por razón del soporte material para poder escribirlos y leerlos? En este caso, en vez de tener que escribir en versos bisílabos y trisílabos alternantes, el Padrenuestro, o El Quijote, y tener que hacerlo además en la cabeza de un alfiler, resultaría lo radicalmente contrario. Sería preciso disponer de la Autovía de Madrid a Barcelona, o de la de Córdoba a Buenos Aires, para poder escribir un verso “sin límite” de sílabas, y aún así no resultaría bastante. Nos encontraríamos ya frente al concepto matemático de infinito. Pero la Literatura, que nada sabe de ecuaciones, ha resuelto ya hace tiempo el problema. La extensión sin límite del verso, en cuanto a su número de sílabas, no es el llamado verso blanco, o suelto, o libre tradicional  -como ya expondré-  sino la prosa poética, o al  menos su colindancia tangencial. Un cordial saludo, amigos.