viernes, 22 de junio de 2012

INTRODUCCIÓN AL VERSO



EL VERSO. LA PRECEPTIVA, COMO ELEMENTO DE LA ESTÉTICA LITERARIA

Luis MADRIGAL


Estoy concluyendo una serie de entradas sobre el Verso, de un modo similar a lo que ya hice anteriormente acerca de la Prosa. Y quisiera ir también publicándolas en este humilde Blog. Pero, antes incluso de referirme al verso como estructura lingúística, me parece oportuno, a modo de Introducción, formular unas tímidas reflexiones acerca de la belleza, de la estética, en general. Como cualquier otro concepto, la belleza, su obtención y contemplación, ha de regirse o acomodarse a ciertos criterios, a determinados módulos  -estándares, se diría en la industria- o más bien cánones, en el ámbito del Arte y las Humanidades. Esto es  -aunque suene a falta de libertad-  a ciertas reglas o normas. A determinados preceptos. De ahí el nombre de Preceptiva atribuido tradicionalmente a ese conjunto o sistema de normas cuya finalidad es la sujeción a las mismas de cualquier actividad artística creadora, con el fin de procurar la obtención de la belleza. Esta última, todo lo que se puede decir es bello, tanto en la Naturaleza como en el Arte, necesita una explicación, pese a que el filósofo italiano Benedetto Croce, afirme que el arte es pura intuición. Pero, aunque así fuese, aunque el arte sea siempre intuición, no toda la intuición es siempre arte. En consecuencia, se necesitan unos parámetros, unos criterios objetivos, reglados, unas referencias formales, para que la belleza surja y sea reconocida como tal, para que todo el mundo pueda decir, esto es bello y esto no lo es. En el caso de la palabra, y de la palabra escrita, el instrumento, podríamos decir, que se ocupa del estudio de esas formas de lenguaje, a través de las cuales puede obtenerse la belleza, se denomina Preceptiva literaria, y su finalidad es la de ser un elemento auxiliar de la Estética, que, a su vez, es la ciencia que, en general, estudia la belleza. Esto es, una Preceptiva para una Estética. Literarias ambas, como la Música, la Pintura, o cualesquiera otra de las Artes, disponen también de sus correspondientes Preceptivas.

En lo que concierne a la palabra escrita, hay algunas personas, no sé si muchas o pocas, ni si las más o las menos, a quienes en todo caso gusta escribir, ya sea en Prosa o en Verso, sobre todo en esta última estructura lingüística, y que pretenden hacerlo tan sólo por eso, porque les gusta. Y, ciertamente, eso es ya importante. Sin gusto, sin afición, no se puede hacer ni ser nada, porque el espíritu es siempre el que prevalece sobre la letra. Sin embargo, para alcanzar lo que, en los términos más objetivos posibles, suele llamarse el arte, la belleza, no basta con la afición; en este caso con la afición a la palabra, con el gusto de escribir. Sobre todo, si se trata de escribir versos, o en verso. Hay que contar con otros ingredientes, si se quiere auxiliares, o instrumentales como ya he dicho, pero, según a mi me parece, en todo caso indispensables, imprescindibles. Tratar de escribir Poesía en verso, por ejemplo, aunque esencialmente ésta sea la expresión del sentimiento, tan sólo con éste, con el sentimiento, es como tratar de componer y escribir una Sinfonía, sin conocer, no diré ya la Armonía, el Contrapunto, La Fuga, la Orquestación y la Dirección de Orquesta, sino tan siquiera el Solfeo. En el ámbito del Arte, ya Leonardo ideó lo que se conoce como el “canon de la belleza”, o bien el “canon de Da Vinci”. Es el hombre de Vitruvio, que trata de concretar y definir las proporciones perfectas del cuerpo humano. Marco Vitruvio Polión, fue un arquitecto, ingeniero, escritor y tratadista romano del siglo I, a.J. e, inspirándose en él, Da Vinci elaboró el famoso dibujo, juntamente con unas notas anatómicas, sobre la figura humana masculina, en abstracto.

 
 También en lo que se refiere a la figura humana en concreto, han existido los consiguientes paradigmas. Antínoo y Cléo de Mérode, fueron tenidos durante largo tiempo como los cánones de la belleza masculina y femenina, respectivamente.

En todos los órdenes, existen preceptos o cánones. Incluso en el seno de la sociedad civil, lo que se tiene o estima por atractivo, lindo, bonito o armonioso, es lo que esa misma sociedad así lo considera convencionalmente. Pero, en materia de belleza literaria, tampoco esto puede ser exactamente así, salvo que hubiésemos de admitir la similitud con lo que, en el orden más pragmáticamente tosco, se tiene de la virtud de la Justicia para muchos: “Justo es lo que me satisface o beneficia, e injusto lo que me incomoda o perjudica”. Pero no es eso lo justo. De la misma manera, cada cual podría pensar, “esto es bello porque me gusta a mí, y esto otro no lo es porque a mí no me gusta”. Y eso, tampoco puede ser. Mucho menos aún puede ser en lo que atañe a la Poesía, ni tampoco a la estructura lingüística más propia de ella, el Verso.

La palabra poesía proviene del término latino poēsis”, que a su vez deriva de un concepto griego. Se trata de la manifestación de la belleza o del sentimiento estético a través de la palabra, ciertamente  -como se ha dicho-  ya sea en verso o en prosa. De todas formas, su uso más habitual o extendido se refiere a los poemas y composiciones en verso, que es la estructura lingüística más adecuada a la expresión de ese sentimiento, lo que tampoco quiere decir  -como ya he manifestado-  que el mismo no pueda ser expresado a través o por medio de la prosa. Se conseguirá o no esto, ese embeleso, o esa embriagadora sensación que produce en el alma todo lo bello, en la misma proporción en que se tengan en cuenta y apliquen las correspondientes normas de Preceptiva que disciplinan el verso. Aún así, no todo aquel que hace versos, es un poeta, aunque los versos, en cuanto tales, sean perfectos. Será entonces un “perfecto versificador”, pero no, sin más, un poeta. Y se puede ser mejor o peor “versificador”, pero no es posible ser mejor o peor poeta, casi de un modo análogo a ser imposible estar “algo” o “un poco o un mucho” muerto. Se está muerto, o no. De modo similar, se es o no poeta.

Una vez dicho lo que antecede, ciertamente, en realidad, resulta sumamente difícil definir el concepto esencial de Poesía. Los análisis críticos, o teoréticos, las posibles definiciones, se han sucedido a lo largo del tiempo, y todo el mundo recuerda el verso de Gustavo Adolfo Bécquer, “Poesía, eres tú.” Eso es muy poético, ciertamente, pero no puede ser aceptable como auténtica definición de lo que es la Poesía. Hablo de un género, no de ninguna especie, porque Poesía no son “las poesías”, así llamadas también en el sentido más vulgar, cuando siempre debería decirse “los poemas”. ¿Qué es, pues, la Poesía, ese arte del sentimiento a través de la palabra? ¿Cuándo algo puede ser propiamente poético y cuándo no? ¿Cómo se sabe? ¿cómo se mide, analiza o determina? ¿Es posible la determinación objetiva de lo que es Poesía? Me parece inútil zambullirse en esos ríos de tinta que, a través de las distintas épocas, han corrido por el mundo, tratando de aislar y “aprehender” tal concepto, a veces casi como inseminándolo “in vitro”, o tras practicar una especie de “operación cesárea”, para sacar a la luz su esencia. Me parece sin embargo, por otro lado, que ello no es tan importante, no es transcendental, ni mucho menos, porque, de alguna manera aproximada, aunque quepan matizaciones, todos estamos de acuerdo en lo que eso es. No voy yo a inventar ahora, por tanto, ninguna posible especie de definición, pero, para mis adentros, siempre he creído, y he entendido por tal, por Poesía, el arte de expresar el sentimiento, mediante la palabra escrita, con el deliberado propósito de crear belleza. Y ya sabemos que esto puede hacerse, o tratarse de hacer, tanto a través del Verso como de la Prosa. Sin embargo, en cuanto a esta última, creo yo, o a mí me parece, las reglas, los preceptos, ni pueden ser ni son tantos. Ni por otro lado (aparte de las normas estrictamente sintáctico-gramaticales, que también es preciso observar en el verso) revisten la entidad, o si se quiere la complejidad y premeditada finalidad, que preside a las normas que rigen o disciplinan la elaboración del verso. Desde el propio concepto, a su vez, de tal  -esto es, el modo de responder a la pregunta qué puede ser “verso” y qué no- que, aunque aparentemente parezca muy sencillo, perceptible e identificable, responde a la concurrencia de determinadas notas o características componentes, hasta la consideración de su estructura interna, sus elementos, sus clases y, muy en general, cuantas otras cosas cabe decir del verso y de la técnica para elaborarlo, la versificación. 

Común, en cambio, a ambas estructuras poéticas  -el Verso y la Prosa-  son otros conceptos asimismo de fácil explicación: el lenguaje poético y el lenguaje figurado, en la expresión literaria; los conceptos de imagen y de metáfora, muy ligados entre sí, pero a su vez distintos, y también el concepto de estilo y de las clases de estilo, cuestión esta última de menor relevancia, pero también significativa, desde la misma Retórica de Cicerón  -el stylus seus genus dicendi-  que llega a alcanzar con Buffon, ya durante el siglo XVIII, un sentido verdaderamente propio, tras su famosa y lacónica frase:El estilo es el hombre”. De todos estos conceptos y figuras quisiera ocuparme en una próxima o próximas entradas. Sin duda, necesitaré hacerlo en más de una. Mi más cordial saludo, amigos. Espero no molestar tampoco a nadie.