miércoles, 13 de agosto de 2014

MIENTRAS TRANSCURRE EL VERANO



FILOSOFÍA COMO NECESIDAD

Es ya muy vieja la expresión, convertida casi en apotegma, “primum vivere deinde philosophari”. A veces, en algún lugar, se encuentra, “philosophare” por “philosophari”, pero no puede ser tal, porque el infintivo latino philosophor es un verbo deponente. Y los verbos deponentes son precisamente aquellos utilizados, o escritos, en forma de voz pasiva, pero que han de traducirse en voz activa.

Efectuada tal aclaración, es también ya vieja la precisión de Ortega, comentando tal aforismo, según la cual no se filosofa, ni es necesario por tanto filosofar “para” vivir, sino “porque” se vive. En realidad, creo yo, a nadie le gusta filosofar, que es cosa bastante dolorosa y a veces insufrible. Sería mucho mejor no tener que hacerlo, dado que existen múltiples actividades mucho más divertidas y gratificantes. Pero, cada cual, no puede eludir preguntarse, desde que se ve instalado en la existencia, “qué hago yo aquí”. Me parece haber oído contar, ya hace años, que un profesor catalán de Filosofía, natural de Gerona, cuando cada año comenzaba su tarea en la Universidad de Barcelona, solía comenzar el curso a los estudiantes de primer año, pronunciando las mismas palabras. “Qué es el hombre; de dónde viene, adonde va…” Y él mismo continuaba respondiéndose a sí mismo: “El hombre soy yo, que viene de Gerona y les va a explicar a ustedes este curso de Filosofía”. Sin duda, aquel profesor era un hombre afable y dotado de un gran sentido del humor, que pretendía liberar a sus alumnos de toda solemnidad a fin de aliviar la pesada carga del estudio de la Filosofía. Algo parecido a lo que se dice o recomienda a los futbolistas, por los periodistas de esta especialidad científica, en vísperas de un gran choque deportivo, a fin de que se relajen para no acumular tensión emocional.

Sin embargo, una cosa es estudiar Filosofía, ya sea como asignatura académica, ya como inquietud de conocimiento y otra bien distinta el filosofar, el ejercicio del raciocinio filosófico. Porque, me parece a mí, que únicamente son filósofos estos últimos. Y sin duda es en este punto crucial en el que cobran toda su honda dimensión las palabras de Ortega. Porque, si no es lo mismo estudiar Filosofía  -su historia, sus escuelas y las tendencias del pensamiento filosófico a través de los siglos- que verdaderamente ser un filósofo, mucho más radicalmente cierto parece que se puede vivir perfectamente sin necesidad de lo primero  -y no sólo en el caso de los futbolistas, sin duda muy poco dados a la Filosofía- mientras puede resultar dramático y ruinoso lo segundo. Por eso, precisamente, tal vez, pueden existir infinidad de profesores y de estudiantes de Filosofía perfectamente tan sabios como estúpidos, mientras que muy difícilmente podrá encontrarse entre estos últimos a ningún filósofo, por ignorante pueda ser.

La Filosofía puede ser innecesaria y hasta resultar un lujo, pero el filosofar es una estricta necesidad. Y ello sin salir de uno mismo. “In te ipsum rede”, decía San Agustín. En tal sentido, para volver sobre uno mismo, generalmente perturba el ruido, casi todo lo que late alrededor de quien debe enfrentarse a su propia vida, para buscar solución posible a la maraña de problemas en que aquélla consiste. En efecto, ya Epicteto descubrió algo esencial: “La filosofía no promete asegurar nada externo al hombre; en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia. Pues del mismo modo en que el material del carpintero es la madera, y el del escultor el bronce, el objeto del arte  -de filosofar-  es la propia vida de cada cual”. Al igual que Sócrates, Epicteto no escribió nada, aunque su pensamiento asimismo, como el de Sócrates a través de Platón, ha podido llegarnos a través de su discípulo Arriano. Se comprende esencialmente que en ambos casos, en el de ambos filósofos, más aún si cabe en el del romano  -que era un estoico- que en el del griego, adoptasen como actitud vital la de despreciar la opinión de todos los demás y la de desdeñar honores y riquezas, descubriendo que la vida es un combate en el que triunfa la razón debidamente empleada por uno mismo, sobre todo si la voluntad, siguiendo esa luz, se impone sobre todas las pasiones.

En consecuencia, no tengo más remedio que filosofar, aunque vivir sea lo primero que tengo ante mis ojos, pero, una vez soy consciente de ello, tengo que darme una explicación y proponer un camino a mi vida. Por eso filosofo. En estos últimos días pasados y si Dios quiere en otros que les sucederán, ya no oigo ni puedo escuchar a nadie. En mi situación, esto es posible sencillamente porque en estos días casi nadie me rodea. Tan sólo escucho en la noche un silencio que grita dentro de mí, al compás de centenares, o tal vez de millares, de élitros empeñados en componer una monótona y monocorde sinfonía, pero llena de inquietantes preguntas, que tan sólo yo puedo y he de responder. Cuento no obstante con una ayuda muy especial, que llega desde lo más alto, pero que, al mismo tiempo que ilumina un camino tachonado de estrellas, me pide subir a ellas.

Luis Madrigal