lunes, 6 de febrero de 2012

UNA TAREA A VECES DIFÍCIL...



VIVIR


Estoy convencido de que fue con la mejor intención, pero alguien no hace mucho me aconsejó que me dedique “a vivir”. No digo tampoco que sea éste un mal consejo. Pero, ¿qué es vivir? Aparentemente, parece muy sencillo. Vivir consiste tan sólo en respirar, alimentarse, cobijarse, cubrirse… Incluso divertirse o reírse alguna vez, sacándole a la vida esa “calderilla” suelta de los buenos ratos. Pero, no. Ya sobre la marcha, se advierte el error. Todo eso no puede ser vivir, sino en todo caso subsistir vivo al paso del tiempo, como la planta, es decir, vegetar. Fue Ortega, una vez más, entre tantas cosas importantes, quien descubrió, con su luminosa simplicidad, lo que es exactamente vivir. Desde luego, un vivir genuinamente humano, no un vivir elemental y forzosamente animal. Porque, cada tigre, siempre es un primer tigre, tras millones de años de propagación de su especie, y de nada le vale que hayan existido antes miles o millones de tigres. Ha de limitarse a desarrollar sus propios instintos vitales, individual y casi mecánicamente, como si ningún otro tigre hubiese existido antes. Con ello, ya vive. Eso es vivir, para un tigre. Pero, ningún hombre, ningún ser humano, es nunca ni puede ser un “primer hombre”, una “primera mujer”. Cada ser humano, desde que es instalado en la existencia, se encuentra frente a sí una “maraña de problemas”  -igual que un tigre-, aunque junto a ella también un “repertorio de soluciones” a cada uno de esos problemas, que la sociedad le ofrece. En eso ya se diferencia notablemente del tigre. Sin embargo, al margen por completo de tales soluciones colectivas, patrimonio común de la Humanidad, cada ser humano ha de resolver sus propios problemas individuales, totalmente exclusivos. En la solución de esos problemas consiste su vida. Al hombre, como al tigre, le es dada la vida, pero con la esencial particularidad de estar aquella sin hacer. La vida, nos es dada, pero no hecha. Es cada hombre, a diferencia del tigre, quien tiene que hacer su propia vida. Por eso, la vida humana, la de cada cual, consiste esencialmente en un quehacer y, para que lo sea ordenadamente y pueda conducirle al lugar que se propone llegar, ese “quehacer” ha de concretarse previamente en “programa”. Todo hombre, ha de programar su vida y tratar después de cumplir el programa. Cuando programa y quehacer coinciden plenamente, y el primero puede ver como se cumple, como crece y se expande a expensas del segundo, se produce ese extraño fenómeno que llamamos “la felicidad”. Por el contrario, si, en cualquier fase o instancia de la vida, el programa y el quehacer se distancian y separan hasta apartarse y alejarse entre sí cada vez más, el ser humano se dilacera, se escinde en dos, el que programó ser y el que se encuentra o se termina siendo. Y nadie puede hacer la vida por nadie, por ningún otro, sino cada cual por sí mismo. Pero, de una manera plena y armoniosa, tan sólo puede construirla merced al concurso y presencia en ella de los demás, de otros que no son “yo”, pero que yo he programado para que formen parte de mí. La gran tragedia consiste al final en que esos otros también tienen que hacer su vida, también han de programarla, y la han programado ya. De esta manera, cuando los respectivos programas difieren, a veces en el contenido, otras tan sólo en el espacio o en el tiempo, surge la decepción o la amargura. Alguna de esas vidas, ha de quedarse vacía, o a lo sumo a medio hacer, o sin terminar por completo y, con ello, la desdicha asoma su rostro ensombrecido, desde la aurora hasta la puesta del sol, pese a que éste haya estado a mediodía en todo lo alto.

Por eso, cuando alguien termina aconsejando a otro que se dedique a vivir, lo que muy probablemente le está diciendo, ya sin remedio, y puede que con toda compasión, es que le deje en paz para que, quien así se manifiesta, pueda vivir su propia vida. Con ello, lo que, analizando las cosas en profundidad, verdaderamente le quiere decir es que se dedique a vivir… sin él, o sin ella. Y debo insistir: Estoy seguro de que, como a mí mismo  -aunque de la manera más misericordiosa-  acaban de decírmelo, no tendré más remedio que tratar de hacerlo. Veré si puedo.  No sé si podrá ayudarme mucho este Soneto:

VIVIR SIN VIDA

Buscaba sin buscar… Yo no sabía
de la miel pura que en tu pecho anida.
Creí volver de ayer, y sólo de ida
era mi caminar… Pensé veía

estrellas sobre el Mar... Que me envolvía
el sueño más hermoso de mi vida.
Mas sólo hallé dolor, al ver perdida
aquella luz que oculta no creía.

¡Al fin, he de vivir…! Vivir sin vida,
no puede nunca ser más que un remedo
y, al llanto de tan triste despedida,

sólamente por mí responde el miedo,
el rastro de una lágrima caída…
Sí, puedo respirar. Vivir, no puedo.


Luis Madrigal