jueves, 9 de abril de 2009

ES PRECISO LAVAR LOS PIES... A LOS OTROS


Acabo de regresar de una Iglesia, quiero decir de un templo, en el que he participado en la Eucaristía, en la Cena del Señor, y ello me ha hecho reencontrarme con muchas cosas, ya viejas pero siempre nuevas. Cuando yo era alumno del Instituto de Enseñanza Media "Padre Isla", de León, circundando la cúpula por su parte interior, y visible desde los bancos de la Capilla, leía, una y otra vez, estas palabras, escritas en lengua latina: "Vos vocatis me Magister et Dominus, et bene dicitis sum etenin". Entonces, los planes de estudios, decidieron que, desde los diez años, yo fuese estudiante de Latín, pero, hasta bien trascurrido por lo menos el Cuarto Curso de aquel Bachillerato, no supe traducir por mí mismo aquellas palabras, cuyo significado ni siquiera se me ocurrió preguntar nunca a nadie. Simplemente las leía, una y otra vez, sin que me importaran tanto como jugar un partido de futbol. Al fin, una día, llegue a traducirlas: "Vosotros, me llamais Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy". Pero, tampoco las entendí. Y, hoy, después de tantos años, han vuelto a mí, en la homilía de la Misa de este Jueves Santo, con una fuerza especial. Después de aquella Cena, Jesús se levantó, se quitó el manto, se ciñó una toalla y comenzó a lavar los pies, uno a uno, de sus discípulos. Al llegar a Pedro, éste se negó: "Tú, nunca me lavarás los pies". Pedro, no lo entiende. En aquella época en la Jersusalém de los judíos y en otras muchas partes, la tarea de lavar los pies era exclusivamente propia, no ya de los criados, sino de los esclavos, aquellos seres a quiénes el Derecho de Roma no consideraba personas, sino cosas. Nada más bajo cabía ser. Y, por ello, Jesús dice a Pedro: "Si no te lavo, no podrás tener nada que ver conmigo". Se lo dice, porque Jesús quiere hacer lo que los esclavos hacían, pero para que sus discípulos también lo hagan. Y por ello, pronuncia aquellas palabras. Si Él, siendo el Maestro y el Señor, el hijo de Dios, quería lavar los pies a aquel grupo de rudos pescadores, pobres, ignorantes, incultos, gentes de la más humilde condicion, ¿Cómo no he de hacerlo yo ahora, en el siglo XXI, por mucho Latín que llegase a aprender, hasta traducir a Virgilo, donde hay que medir el verso, y cuatro cosas más, casi todas ellas "prendidas con alfileres", de las que inculso tampoco estoy muy seguro? ¡Claro que he de hacerlo...! Aunque sólo fuera por simple coherencia, conforme a la ley de la proporción... ¡Tengo que hacerlo! Pero "lavar los pies" es un mero símbolo, y no es tampoco una cuestión de "higiene". Ahora mismo, en estos momentos lavar los pies a otro, equivale, no sólo a aceptarle, no ya como los esclavos tomaban entonces a sus señores, sino fundamentalmente a compartir toda su vida, en la que se incluyen sus necesidades, su hambre, su enfermedad, su ignorancia, su dolor, su soledad, su tristeza... A compartirla y a prestar toda la ayuda de la que sea capaz, para que esas personas sientan también el consuelo de que, junto a ellas, pasa Jesús y de que es el propio Jesús quien les "lava los pies". Pero, para ello, tengo que vencer mi egoísmo, mi pereza, mi soberbia, para poder transformar todo ello en altruismo, en diligencia, en humildad... Y sólo entonces, podré decir, aunque no vaya a Misa en Jueves Santo, que de verdad participo de la Cena del Señor y, como Él mandó a todos quiénes quieran seguirle, de la única ley conforme a la cual seré juzgado al caer de la tarde... Cristianos el siglo XXI, por el amor de Dios, si de verdad queremos serlo, no podemos pasar de largo frente a tantos cómo sufren, por tan distintas causas. No nos miremos, ni nos amemos tanto a nosotros mismos. No despreciemos a nadie... Tenemos que amar "al otro", aunque sólo pueda ser un poco, y no tanto como Él nos amó a todos. Y eso, ya, pronto... antes de que el mundo reviente, no por obra de ninguna bomba atómica, sino tan sólo de pobreza, de soledad, de tristeza y... de asco. Luis Madrigal.-


Arriva, relieve del "Lavatorio", La Redonda (Logroño. España)

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