viernes, 17 de junio de 2016

UN RECORDADO OLVIDO





DON FELIPE

Me escribe, en relación con este humilde Blog que casi nadie lee, como es lógico, un viejo amigo. La expresión "viejo amigo", no guarda la menor relación, en este caso, con la mojama u otros productos arrugados o mohosos, sino más bien con los buenos vinos jóvenes que, tras el transcurrir del tiempo, se cargan de fortaleza y vigor, además del sabor y del olor. En este caso, del "buen olor de Cristo", el propio y exclusivo de Jesús de Nazaret, el Redentor del hombre. Lo que mi "joven viejo amigo" me reprocha, sintiéndose decepcionado al mismo tiempo, y con toda razón, es el no haber podido encontrar nada de nada, escrito por mí mismo, en este Blog, a raíz del reciente fallecimiento del M.I.Sr. Don Felipe Fernández Ramos, Canónigo Lectoral de la Catedral de León, Catedrático de Sagrada Escritura en la Pontificia Universidad de Salamanca, hasta su jubilación. Pero la decepción y justo reproche no traen causa de tal momento, ni de la inmensa sabiduría de Don Felipe en materia bíblica, sino de cuando no era tan "sabio", sino simplemente nuestro Consiliario Diocesano en la  -vaya por las paradojas-  vieja Juventud de la Acción Católica Española. La JACE, para los amigos y "conocidos". La entidad inventora (en la isla de Mallorca) de los "Cursillos de Cristiandad". Aquel Don Felipe joven, de tan solo 33 años, casi recién llegado de Jerusalén, donde había culminado, por el momento, sus estudios bíblicos, en la Escuela de Teología de la Ciudad Santa, tras haberlo hecho inicialmente en Salamanca y en Roma. 

Suena ya  -y lo es-  a tópico, pero ¿que podría yo decir de Don Felipe, además de dolerme muy en lo hondo por su muerte? En mi insignificante opinión, Don Felipe, en los últimos años, y sin duda desde hacía ya bastantes otros, había llegado a ser un verdadero sabio en Teología Bíblica. Sus tesis en la materia, sobre aspectos capitales, para mí, no sólo eran  -además de fronterizamente "heréticas"- aguda y brillantemente innovadoras. La Teología, si es que es una ciencia, no puede permanecer al margen de la evolución epistemológica, como todas las demás ciencias, ya lo sean de la materia o del logos, inluso del Logos joánico que, con poca fortuna, San Jerónimo tradujo por Verbo. Esto último, descaradamente, lo digo yo, aunque nunca se lo oí, ni he podido leerlo en cuanto él escribió. Pero, alguna de estas teorías de Don Felipe, personalmente me produjo, no sólo sorpresa y admiración, sino, debo decir que una inmensa paz y alegría. Tengo que remitirme, al respecto, a uno de sus últimos libros, "De la muerte a la Vida", y si cabe más aún que al propio libro- por su brevedad y síntesis nuclear- a la recesión u opúsculo, "Revisión Bíblico-Teológica de los Novísimos", editada como separata de la revista "Naturaleza y Gracia", en Mayo de 2004, bajo Abstract final. Sin duda es una alegría descubrir que la pretendida "división" entre alma y cuerpo no es más que una deformación, debida a la antropología dualista platónica. Jesús, jamás habló del alma (nephes), sino siempre de la vida del ser del hombre, contemplado como una unidad integradora e integral. Y por ello, en la concepción de la existencia más allá del tiempo media una rigurosa incompatibilidad entre "inmortalidad" (del alma) y "resurrección". Lo inmortal, no puede resucitar, y por ello lo esencial del cristianismo no es la inmortalidad del alma, sino la Resurrección de Cristo. De ella participaremos, "el último día", pero ese día no será otro sino el de nuestro último contacto personal con el Señor durante nuestra existencia terrena. Y por ello, la muerte, no es más que una mera "sustitución", o si se quiere separación, pero que no separa el alma del cuerpo, sino que tan sólo "sustituye la forma peculiar de ser de la persona humana por una nueva forma de vida". Esto es lo que nos otorga la resurrección. Esa nueva forma es concebida por Dios como una transformación, en la que cada ser humano conservará su "yo" histórico, sin que podamos saber "cómo" será nuestra "corporeidad", o bien nuestra entidad espiritual, porque eso tan sólo Dios puede saberlo.

Por todo ello, la escatología intermedia, o la teoría del tiempo, espacio o estado que ha de mediar entre la muerte y esa nueva forma de vida, debe ser suprimida, por razones puramente físicas. Si, según Stephen Hawking, los fenómenos del Universo son impensables sin las nociones de espacio y tiempo, en términos de relatividad general, no tiene sentido hablar del espacio y del tiempo fuera de los límites del Universo. También por razones teológicas. Se dice que las constituciones dogmáticas contienen definiciones "ex cathedra", y en este sentido se puede constatar el "atrincheramiento" de la Iglesia tras la constitución Benedictus Deus, de Benedicto XII, en el año 1336, sobre las realidades últimas, conocidas como novísimos, (muerte, juicio, infierno o gloria) -las ésjata- que, por tanto, quedaron definitivamente zanjadas. Pero ni la definición ex catedra de las ésjata puede eludir la última intervención de Dios  -el Ésjaton-  en la dimensión salvífica de la historia. En síntesis, la concepción tradicional no es más que una escenificación creada por la imaginación del hombre.

No obstante, sin duda, para alcanzar "el descanso merecido" que anuncia San Pablo, el hombre deberá afrontar ese "exámen final", en una evaluación continua y progresiva de toda su vida. Jesús no precisó las modalidades de ese juicio, pero si cabe afirmar que ocupa un lugar céntrico en su predicación, que no puede ser desplazado a la periferia, porque es la consecuencia lógica del amor de Dios, que ha sido manifestado en la gracia del perdón, aunque toda concepción humana que elimine o mitigue el pensamiento del juicio y la seriedad del mismo es directamente opuesta al Evangelio. Directamente contraria a la predicación de Jesús.

De estas ideas de Don Felipe, vengo yo alimentándome últimamente. Dicen que la hora de su muerte, para todo hombre es "la hora de las alabanzas". Don Felipe, ciertamente, a mi sincero modo de ver, dentro del cariño que siempre sentí por él, y desde luego de la admiración que le profesaba, no era una persona precisamente humilde, o tal vez era, por el contrario, mucho más humilde de lo que algunos pensábamos. Por lo que me cuentan sus últimos días, prácticamente "atado" en el sillón en que permanecía, a fin de poder sostenerse, fueron los de una plácida sonrisa y un gesto de paz en el rostro. No sé porque tengo la convicción de que ese juicio tan serio que él afirmaba, le habrá declarado inocente de toda culpa, por caber perfectamente en la infinita misericordia de Dios. Desde este mundo, cada vez más infame, le envío las sublimes notas de los dos himnos entre los cuales se movió su vida.



Luis Madrigal








1 comentario:

Alicia Abatilli dijo...

Dentro del "casi", estoy yo. Sigo leyéndote, Luis.
Un abrazo.