sábado, 9 de abril de 2011

¡DIOS, NO EXISTE...!



Lo había dicho mil veces:

         - Dios, no existe…

Lo decía en aquel Café, en el que el humo de los cigarrillos ocultaba a la vista casi todo lo que se hubiese podido ver, de no proliferar aquellas densas volutas, casi similares a las de una locomotora de vapor.

         - ¡Dios, no existe...!

         Lo había dicho más de una vez, golpeando al mismo tiempo violentamente, con el puño cerrado, sobre la vieja mesa de mármol, en la que tantas partidas de dominó se habían jugado. Dios, no existe  -repetía más calmadamente y con una sonrisa en los labios-  cuando, alguna vez, había ido a esperar a su ya anciana madre, a la misma puerta del templo en el que ella solía ir a Misa:

         - Pero, madre, ¿no te has fijado en que la más joven de todos esos carcamales que acaban de salir, eras tú…? ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que Dios, no existe…? Y con los avances y conquistas de la Ciencia, a los que decís que sí, os quedan a lo sumo cincuenta años para poder seguir diciéndolo.

         Un cierto día, al subir en unas escaleras mecánicas de una Estación del Metro, descomunalmente empinadas y de muy largo trecho de recorrido, uno de los tramos, de los escalones articulados que se embuten en el anterior, y éste en el siguiente, se encasquilló, produciendo un estruendoso y al mismo tiempo agudo chirrido. El movimiento de aquel artefacto electromecánico, se detuvo bruscamente, haciéndole volar, de espaldas, en dirección contraria a la marcha de la escalera, para estrellarse después con violencia, unos metros más atrás, e irse golpeando sucesivamente con todas las partes de su cuerpo contra aquellas duras y punzantes aristas metálicas. Cuando lo recogieron al pie de la escalera, telefonearon inmediatamente a una ambulancia de urgencia, que a golpe de sirena lo condujo a un hospital.

         Y pasaron días, con sus noches. Cuando despertó, vio frente a sí a un nutrido grupo de personas, mujeres y hombres, todos ellos vestidos rigurosamente de blanco, y todos también con una expresión de perplejidad y expectación marcada en sus rostros:

         - ¿Dónde estoy…?, balbuceó haciendo un esfuerzo y con gran dificultad, porque apenas podía mover los labios.

         El que le pareció llevaba la voz cantante, de entre aquel numeroso grupo  que le observaba, se adelantó a los demás, aproximándose a la cama articulada en la que él se encontraba rodeado de tubos, vías y sondas e, inclinándose sobre la cabecera, le dijo con la mayor suavidad y dulzura:

         - Estás en un Hospital, Alberto… Te caíste por unas escaleras del Metro, hace ya más de dos meses… Has permanecido en estado de coma casi todo ese tiempo… Ni siquiera  -añadió volviéndose hacia el resto del grupo-  aún podemos saber cómo has podido sobrevivir… Pero, no te preocupes lo más mínimo, porque lo que sí sabemos es que, gracias a Dios, ya te encuentras fuera de todo peligro…

         ¡Gracias… a Dios! Alberto, recordó entonces aquellas diabólicas escaleras y también que llevaba un paquete voluminoso en una mano, mientras el paraguas, porque era un día de lluvia, colgaba del brazo del lado opuesto. Volvió a vivir por un instante los terribles momentos en los que caía por las escaleras, chocando y rebotando contra ellas como si fuese una pelota… Se acordó también de su buena madre, que soportaba con resignación, y con el cariño propio de una madre, sus conclusiones acerca de la existencia de Dios, y que, cuando niño, le había enseñado el “Ave María”. Además, ella siempre le había insistido en que debía tener mucho cuidado con las escaleras, porque éstas eran muy peligrosas…

         Una lágrima, se le escapó de los ojos a Alberto… Se sumió después dentro de sí mismo en una honda reflexión, y, sin apenas advertirlo, comenzaron a moverse con soltura sus labios… Estaba rezando.


Luis Madrigal



A mi buena amiga, Isabel Martínez Barquero,
al celebrar con alegría  -no todo van a ser tristezas-  la concesión del
premio literario otorgado recientemente a uno de sus relatos cortos, y a quién me he esforzado en imitar, sin conseguirlo, desde luego, por lo que no aspiro a ningún premio. Me basta con su amistad.


La misma mención honorífica quiero dedicar por mi parte, a mis también buenas amigas Ángeles Hernández Encinas, y a su “Jefa”, como ella misma dice, la novelista Mercedes Pinto, de quiénes también recibo notable influencia. Con el ruego, a todas ellas, de que sepan disculparme.



5 comentarios:

Pluma Roja dijo...

Finalmente creyó en Dios. Me gustó mucho tu relato mi estimado Luis. Si sigues así ganarás algún concurso próximamente.

¡Felicitaciones!

Aída.

Luis Madrigal Tascón dijo...

Muchas gracias, querida Aída. Jamás me presentaré a ningún concurso. Lo aprendí de la Casa Pedro Domecq. Tengo que aceptar que la vida sea lucha. Tú lo sabes bien, porque, en tus estudios bíblicos, habrás leido el Libro de Job: “Militia est vita hominis super terram, et sicut dies mercenarii dies ejus.” (Job 7,1)Y no hay modo, además de evitar que sea eso, lucha. Pero lo que yo no soporto es que, además de lucha,tenga que ser "competición". Asi es que, si alguien quiere, tendrá que venir a mi casa a darme ese premio. Me parece imposible, de todas formas, entre otras cosas por no me muevo ni salgo de ella.Un beso, Aída. Seguiré haciendo "experimentos". Me divierto mucho. Luis.-

LA CAJA DE ANBAIRO dijo...

Amigo Luis:
Cuando se escribe lo que sale del corazón, no admite disculpas y eso es lo que has tratado de hacer al regalarnos este pequeño relato y por supuesto, mi enhorabuena a tu amiga Isabel por la concesión de ese seguro merecido premio y mis saludos cordiales también para Ángeles Hernández y Mercedes Pinto a la que añoro.

¿Dios, existe...?
¿Dios, no existe...?
Lo verdaderamente importante es que Dios lo sentimos cercano cuando más lo necesitamos. Ahora... que cada uno saque la conclusión que le parezca.
Yo, creo que Dios, existe.

Amigo, sigue con tus "experimentos"
que son verdaderamente gratificantes. Un abrazo:
Antonio

Luis Madrigal Tascón dijo...

Muchas gracias, Antonio. Seguiré. A mí, me divierten mucho.Transmitiré a Isabel tu felicitación, pero si lo deseas puedes hacersela llegar tu mismo a su Blog: http://elcobijodeunadesalmada.blogspot.com/. Un abrazo, Antonio. Luis.-

Isabel Martínez Barquero dijo...

Ay, Luis, qué tarde llego hoy, aunque a tiempo para emocionarme con este relato tuyo. Está muy bien tejido y tiene su miga y mensaje. Una conversión hermosa. Además, algo es cierto: en momentos de gran tribulación, rezamos, porque es donde se encuentra consuelo.
Amigo, muchísimas gracias por la dedicatoria. De veras que no merezco tanto.
Y, por supuesto, espero que no sea tu única incursión en la narrativa.
Un beso agradecido.