lunes, 28 de enero de 2008

SOY ESPAÑOL

Yo, soy español. Lo soy, porque soy leonés, y los leoneses, hace ya algunos siglos, lo fuimos entonces para poder ser españoles hoy. No importa que esa calamidad, esa peste de las Comunidades Autónomas, haya extendido hasta lugares insospechados el virus de lo que, ya casi hace un siglo, Ortega y Gasset llamó "particularismos". Hoy, asombrosa y lamentablemente, ha llegado hasta el propio León, padre y madre de Castilla, al que algunos insensatos, sin duda de muy escaso coeficiente mental, últimamente denominan, sin ningún rubor, "País LLionés". ¡Que verguenza y... que asco!. El discurso orteguiano está ahora más vigente que nunca. La desvertebración de España, según aquella inmensa lumbrera, no comenzó con la nefasta UCD, sino con los gritos que se daban al otro lado del Mar, para terminar escuchándose en la Península Ibérica, porque lo primero que se une es lo último que se separa, y viceversa. Pero aquí, en el suelo patrio, sobre la piel de toro, desde aquel fatídico día en el que imprudentemente se anunció la construcción del "Estado de las Autonomías", da la impresión de que ya se ha separado todo, no sólo lo que desde tiempos relativamente modernos siempre se intentó separar. Y se intentó siempre, sin el menor sonrojo de falsificar abierta y vilmente la Historia, cuando no de inventar otra distinta que, esencialmente, sólo existió en la imaginación de algún perturbado mental. Eso ya venía de antes, lo que es nuevo es que ahora también quiere segregarse hasta lo que era antes el núcleo de más coherente y firme vertebración. Según Don José, era el mismo caso de Roma, que aglutinó en torno a sí pueblos y culturas, civilizaciones y estructuras étnicas y demográficas, para dotarlas de un único espíritu, el de la "romanidad", pero que, al fin de casi 23 siglos (desde Rómulo, aproximadamente ocho siglos antes de Cristo, hasta Constantino XI Paléologo, el último Emperador bizantino, que muere en 1453, en el sitio, defensa y toma de Constantinopla por los Turcos) termina declinando, "desvertebrándose", y dividiéndose en un conglomerado de pueblos, de todos los que hablamos latín, en Europa y al otro lado del Mar. Pero la disolución de Roma, su muerte si se quiere, fue, como la del grano de trigo, la más fructífera y fecunda de cuantas hayan podido conocer los siglos. En cambio, esta mala "siembra de sal", operada por los insensatos que convirtieron 2 riesgos en 17 siniestros, y que parece no tener fin, no puede traer otra cosa sino vaciedad, hastío, mediocridad, decadencia y, en definitiva, miseria y regreso hacia las cavernas. Lo siento por todos, españoles y amigos de España, pero este maldito invento parece no tener marcha atrás. Así es a veces, con excesiva frecuencia la Historia -porque el repugnante fenómeno actual tampoco es nuevo- cuando en ella irrumpe, más que por arte de magia por algún caprichoso maleficio, alguno de esos sujetos que no la hacen, la deshacen, y que, generalmente, casi siempre, son los peores, "los últimos de la clase". También era de esos, sin duda alguna, aquel otro personaje, asimismo funesto, no tanto, aunque hoy sea preciso recordarle con la mayor compasión, sin que por ello pueda dejarse de observar retrospectivamente, y con no escaso temor al futuro, la visión de la realidad que sobre todos tormentosamente se cierne. Que Dios nos ampare también a todos. Luis Madrigal.-