miércoles, 22 de mayo de 2013

PADRE NUESTRO, ¿POR QUÉ ESTÁS EN EL CIELO? (IX)










IX

LIBRANOS, SEÑOR, DE TODO MAL

¡Cuántos males, Señor...!
¡Cuántos me acechan!... Se ciernen sobre mí,
agitando en la noche mis temores.
¿De todos ellos Tú querrás librarme?
¿De esa horrible jaqueca que yo tengo,
casi siempre, y del dolor de espalda?
¿Hasta de esos, que son males menores
por mucho que molesten y quebranten?...
No te pido, Señor, me libres de esos,
ni aún de otros, que son mucho mayores.
Los sufro, sin dolor, aunque me duelan.
Con alguna aspirina y un ungüento
voy paliando los males de este cuerpo...
Los del alma, Señor, son los que cuentan
y  -en el alma-  también los corporales,
pues alma y cuerpo, que son la misma cosa,
yuxtapuestas no están, que están mezclados.
“¡No tengais miedo!”, decía aquel Vicario,
tu Sumo Sacerdote, aquí en la Tierra...
Pero él era hombre santo y Santo Padre;
tenía tu valor, cada mañana,
y lo entregaba a este mundo por la tarde.
Yo, sólo estoy aquí y él era en Roma;
vestía de blanco puro y yo de estambre.
Él, era fortaleza. Yo... soy miedo
y, a mi miedo, gritan todos los males.
La Caja de Pandora, si se abriera,
no podría albergar tantos contrarios.
Miedo a vivir, miedo a dejar de hacerlo;
miedo al riesgo, a la náusea y a la angustia;
miedo al placer y miedo al sufrimiento,
al dolor, a la dicha y al conflicto;
a estar aquí y allá, sin fundamento.
Miedo a la enfermedad, miedo a la muerte;
al ser, a la existencia y... a la nada.
Ya son tantos mis males, no podría
pedirte, mi Señor, que me libraras
de este o aquel, todos al mismo tiempo...
Y tan solo de un mal quiero me libres:
Pues, sea pronto, sea tarde  -o sea mañana-
de la muerte ni Tú puedes librarme
(porque quisiste ver la misma suerte),
si de muerte en la tierra no me libras...
¡líbrame, Señor,... de eterna muerte!


Luis Madrigal