La copiosa nevada caída recientemente sobre León, a la que me refería en la entrada de ayer, en contraposición al frío de Madrid, sin que por ello hubiese caído aquí un solo copo, y algunas cosas más, conmovieron mis cimientos y raíces más hondas, porque la presencia de la nieve, y mucho más en aquel entrañable lugar, siempre me devuelve a los días de la infancia. Por último, al fin esta última noche ha nevado también sobre Madrid. Sin duda, por ello, cuando me acostaba, no pude resistir la tentación de escribir un Soneto en honor de aquella lejana nieve, y también de esta última tan reciente y próxima en el tiempo y en el espacio, aunque, sobre todo, recordando los tiempos que ya nunca han de volver.
CUANDO ERA UN NIÑO
Caía sin cesar, blanca, la nieve
y, junto al fuego, yo la contemplaba.
Nunca sabré a cuál de ellos miraba,
mas esa imagen es la que me mueve.
Después, ninguna herida fue tan leve
cuando el tiempo corría y no nevaba,
cuando, apagado el fuego, no brillaba
y ya sobre mi alma sólo llueve
el dolor de los años, que volaron...
El fuego se apagó y en mí no nieva,
aquellos tiernos copos ya se helaron;
cesó el arado, se quebró la esteva
y, a su pesar, los ojos que miraron
prefieren ver la nieve y... que no llueva.
Luis Madrigal