Una tertulia, es una reunión, más o menos formal y periódica, que se convoca para hablar. No como en el Parlamento español (el Congreso de los Diputados o el Senado), que deberían hacer honor a su nombre y servir para eso, para hablar, y para responder al que habla, con ideas y argumentos, no con pataletas viscerales, ayunas de toda clase de ideas, y gestos de arrabal. Desde luego a la inmensa mayoría de los que allí se sientan, no puede pedírseles otra cosa, y mucho menos que tengan ideas, porque en este caso no estarían allí, sino en sus clínicas, despachos, factorías o lugares de bien y de utilidad general. Allí, de hablar, nada de nada. Es más lo poco que a veces se dice, no se habla, se lee. Por eso siempre me ha parecido, desde que puedo saberlo en vivo y en directo, que en lugar de tal nombre, en el mejor de los casos, debería llamarse "Leemento". En aquellas viejas tertulias, las que tenían lugar en los más románticos Cafés -yo mismo, aún las he conocido hasta mediados del anterior siglo XX- muy al contrario, se iba a hablar, y a hacerlo con extrema cortesía y con verdaderos deseos, en todo caso, de "leer dentro" de quien hablaba y al que se escuchaba con suma atención y respeto, ya fuera para ratificar sus ideas, ya para contradecirlas radicalmente, con rotundidad y vehemencia, si no podía o debía estarse de acuerdo con ellas. Además de esto -y quizá ello fuera lo esencial- aquellas tertulias, o charlas de café, no sólo servían para tomar el pulso a los acontecimientos colectivos, relevantes o no, del pasado y del presente, sino, al propio tiempo, como "junta de dilatación", o como "válvula de escape" a los más hondos y vitales sentimientos del yo individual, en toda época susceptibles de alegría y optimismo, o de depresión y hundimiento moral. Aquellos contertulios, no siempre pero sí frecuentemente, solían ser además verdaderos amigos, porque nadie se reune con sus enemigos si no es para partirse la cara. En suma, era entonces la tertulia un verdadero crisol, en el que si no la piedra filosofal, sí al menos trataban de cultivarse las máximas categorías del intelecto y espíritu humanos. Y por supuesto, la bondad y hasta el recreo, el inmenso gusto de "pasar un buen rato", y por ello quizá la primera acepción con la que el Diccionario ha recibido el término "tertulia", es la de "reunión de personas que se juntan habiltualmente para conversar o recrearse". En efecto, ¡cuántas anécdotas, dichos, episodios...! Y cuantas citas históricas en relación con acontecimientos gloriosos o brillantes del pasado, no se habrán contado en aquellas tertulias, que, en consecuencia, cumplieron también un papel de faro de irradiación cultural, de aprendizaje propiamente peripatético, pese a hallarse sentados sus participantes, docentes y discentes.
Se hablara de lo que se hablara (el hablar es sin duda la actividad más primígenamente humana, y por eso los pobres animalitos no pueden hacerlo), ya fuesen quienes fueran los contertulios, aquel tipo de tertulia contribuyó notablemente a la instrucción general de quienes a ella concurrían. Porque, desde luego, había muchas clases de tertulias, ya se tratase de intelectuales propiamente dichos, o de gentes de toda clase y condición. De técnicos, de juristas, de médicos o de comerciantes de los honrados gremios de ultramarinos o de conservas y aguardientes... En efecto, las había exquistas, con participación en ellas de las mentes más preclaras, como la del "Café Pombo", que inmortalizó el pincel magistral de Gutiérrez Solana, pero sin que por ello dejasen de excluir a nadie, dentro de un cierto régimen híbrido, o de concurrencia variada. Por ejemplo, de esto fue ejemplo vivo la tertulia de Don José Ortega y Gasset, (Don José era un empedernido taurofilo, además de un gran torero de la Filosofía) a la que asistía frecuentemente el torero Domingo Ortega y, hasta alguna vez, otro ejemplar humano digno de toda consideración, el también torero "El Gayo", aquel filósofo de la tauromaquia y de la vida, que, una vez, encontrándose paseando por París, vestido de corto, comentó a su acompañante, al reparar que los parisinos le miraban insistentemente: "Compare, ya me estoy cansando yo de tanto extranjero...". En alguna de aquellas ocasiones, cuando "El Gayo" se enteró de la profesión de Don José, que tan bien, tan rapidamente y con tanta precisión se expresaba en la tertulia (es Profesor de Metafísica, le dijo Domingo Ortega), preguntó de nuevo: ¿Y ezo que é..." Y como alguien tratara de explicárselo, exclamó: "Hay gente pa tó..."
Hoy en día, no sólamente ha desaparecido por completo aquel tipo de tertulia, salvo rarísimas excepciones, sino que ha sido sustituida por esa peste de la Radio y la TV, (y contra ella no hay vacuna) que han dado en llamar "tertulias" a esos vergonzosos y vergonzantes aquelarres, repletos no sólo de brujas, desmelenadas y gritonas, sino de gente analfabeta, animadas y participadas por las capas más despreciables de la sociedad. Hasta, en lugar de contertulios, a estos infectos personajes se les denomina "tertulianos", con la triste y dramática salvedad de que hasta la Real Academia de la Lengua, ha aceptado en el Diccionario esta repugnante acepción, que tanto podría desprestigiar al ilustre polígrafo latino del mismo nombre, aunque con máyuscula: Quinto Séptimo Florente Tertullianus, aquel cartaginés de la segunda mitad del siglo II, casi colindante con San Agustín, de imborrable huella. Hoy, esta nueva tertulia, sirve a las mil maravillas y contribuye al mayor oprobio social, en esta etapa de bajura intelectual e inmoralidad colectiva; divulga como un "ventilador" gigante una pirámide de excremetos, los más bajos, torpes y a la vez íntimos sentimientos e instintos de auténticas malas bestias puestas en remojo y, animada por esa ínfima categoría intelectual, la de los llamados "periodistas", procedentes de la más baja extracción académica, amenza con arrasarlo todo, como un nuevo Gog, en un nuevo Apocalipsis, en el sentido más impreciso y hasta grotesco de esta aparentemente terrible expresión. Luis Madrigal.-
Arriba, el famosísimo cuadro de José Gutierrez Solana, "La tertulia del Café Pombo", prototipo de tertulias entre los más preclaros intelectuales de la época. Parece ser que, además de Ramón Gómez de la Serna, en pie, que preside la escena, fueron retratados a su alrededor, de izquierda a derecha, Manuel Abril, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Mauricio Bacarisse, Pedro Emilio Coll y Salvador Bartolozzi, en unión, en último término, del propio pintor, en un excelente autorretrato. La sobriedad de los retratados y los colores oscuros, son caraterísticos de Gutierrez Solana.
Se hablara de lo que se hablara (el hablar es sin duda la actividad más primígenamente humana, y por eso los pobres animalitos no pueden hacerlo), ya fuesen quienes fueran los contertulios, aquel tipo de tertulia contribuyó notablemente a la instrucción general de quienes a ella concurrían. Porque, desde luego, había muchas clases de tertulias, ya se tratase de intelectuales propiamente dichos, o de gentes de toda clase y condición. De técnicos, de juristas, de médicos o de comerciantes de los honrados gremios de ultramarinos o de conservas y aguardientes... En efecto, las había exquistas, con participación en ellas de las mentes más preclaras, como la del "Café Pombo", que inmortalizó el pincel magistral de Gutiérrez Solana, pero sin que por ello dejasen de excluir a nadie, dentro de un cierto régimen híbrido, o de concurrencia variada. Por ejemplo, de esto fue ejemplo vivo la tertulia de Don José Ortega y Gasset, (Don José era un empedernido taurofilo, además de un gran torero de la Filosofía) a la que asistía frecuentemente el torero Domingo Ortega y, hasta alguna vez, otro ejemplar humano digno de toda consideración, el también torero "El Gayo", aquel filósofo de la tauromaquia y de la vida, que, una vez, encontrándose paseando por París, vestido de corto, comentó a su acompañante, al reparar que los parisinos le miraban insistentemente: "Compare, ya me estoy cansando yo de tanto extranjero...". En alguna de aquellas ocasiones, cuando "El Gayo" se enteró de la profesión de Don José, que tan bien, tan rapidamente y con tanta precisión se expresaba en la tertulia (es Profesor de Metafísica, le dijo Domingo Ortega), preguntó de nuevo: ¿Y ezo que é..." Y como alguien tratara de explicárselo, exclamó: "Hay gente pa tó..."
Hoy en día, no sólamente ha desaparecido por completo aquel tipo de tertulia, salvo rarísimas excepciones, sino que ha sido sustituida por esa peste de la Radio y la TV, (y contra ella no hay vacuna) que han dado en llamar "tertulias" a esos vergonzosos y vergonzantes aquelarres, repletos no sólo de brujas, desmelenadas y gritonas, sino de gente analfabeta, animadas y participadas por las capas más despreciables de la sociedad. Hasta, en lugar de contertulios, a estos infectos personajes se les denomina "tertulianos", con la triste y dramática salvedad de que hasta la Real Academia de la Lengua, ha aceptado en el Diccionario esta repugnante acepción, que tanto podría desprestigiar al ilustre polígrafo latino del mismo nombre, aunque con máyuscula: Quinto Séptimo Florente Tertullianus, aquel cartaginés de la segunda mitad del siglo II, casi colindante con San Agustín, de imborrable huella. Hoy, esta nueva tertulia, sirve a las mil maravillas y contribuye al mayor oprobio social, en esta etapa de bajura intelectual e inmoralidad colectiva; divulga como un "ventilador" gigante una pirámide de excremetos, los más bajos, torpes y a la vez íntimos sentimientos e instintos de auténticas malas bestias puestas en remojo y, animada por esa ínfima categoría intelectual, la de los llamados "periodistas", procedentes de la más baja extracción académica, amenza con arrasarlo todo, como un nuevo Gog, en un nuevo Apocalipsis, en el sentido más impreciso y hasta grotesco de esta aparentemente terrible expresión. Luis Madrigal.-
Arriba, el famosísimo cuadro de José Gutierrez Solana, "La tertulia del Café Pombo", prototipo de tertulias entre los más preclaros intelectuales de la época. Parece ser que, además de Ramón Gómez de la Serna, en pie, que preside la escena, fueron retratados a su alrededor, de izquierda a derecha, Manuel Abril, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Mauricio Bacarisse, Pedro Emilio Coll y Salvador Bartolozzi, en unión, en último término, del propio pintor, en un excelente autorretrato. La sobriedad de los retratados y los colores oscuros, son caraterísticos de Gutierrez Solana.