martes, 11 de octubre de 2016

DOCE DE OCTUBRE



DE 1492


HERMANOS


Hermanos, los que estáis en lejanía
tras las aguas inmensas, los cercanos
de mi España natal, todos hermanos
porque habláis esta lengua que es la mía:

yo digo "amor", yo digo "madre mía",
y atravesando mares, sierras, llanos,
-¡oh gozo!-  con sonidos castellanos,
os llega un dulce efluvio de poesía.

Yo exclamo "amigo", y en el Nuevo Mundo,
"amigo" dice el eco, desde donde
cruza todo el Pacífico, y aún suena.

Yo digo "Dios", y hay un clamor profundo;
y "Dios", en español, todo responde,
y "Dios", sólo "Dios", "Dios", el mundo llena.


Dámaso Alonso

(1898 - 1990)

De la Real Academia Española
Premio Cervantes 1978




HISPANIDAD

La Hispanidad, no sólo es poesía, ni es una anécdota, ni un suceso pasajero, acaecido hace ahora más de quinientos años. Mucho menos es un hecho irrelevante, meramente simbólico. Y radicalmente no es, ni lo fue entonces, una conquista y, a consecuencia de ella, un cruento genocidio. La señora Alcalde de Barcelona, esa mujer tan impresentable, zafia e ignorante, como la inmensa mayoría de los de su especie, tan lanar como llena de odio, ha calificado de esto último aquel sublime Acontecimiento de 1492. Porque el Descubrimiento de América, no fue suceso de menor transcendencia, en su momento, que el de la llegada del ser humano a la Luna, en el año 1969. Acaso fue mucho mayor, no sólo en el afanoso y duro caminar el mar, siguiendo el mismo itinerario del Sol, alrededor del cual, como la misma tierra, aquélla gira. Camino ya en sí mismo incierto y tan arriesgado o más, en aquella época, que el del espacio sideral. Pero, sobre todo fue una rapsodia espiritual, en la medida en que supuso el encuentro de dos etnias, de dos culturas y de dos comunidades humanas, desconocidas hasta entonces entre sí, pero que a partir de aquel momento sellaron con la sangre del amor y de la lealtad, el nacimiento de otra Comunidad mestiza, fruto de ambas, que mantiene íntegros, tras los avatares del tiempo y de la frágil naturaleza de los hombres, los designios divinos y el espíritu de fe y de aventura, frente al torpe materialismo de lo útil.

Eso es la Hispanidad, el “ser hispánico” que, como escribió Julián Marías, se extiende a “una Europa y dos Españas”, cada una de ellas a uno y otro lado del gran Mar de Occidente, y que no es una comunidad de ideas, sino de creencias, a cuyo sistema se debe la vitalidad creadora de la realidad. De la misma que sintieron y escribieron, en la misma lengua, Berceo y Santillana, Cervantes y Lope de Vega, Calderón y Tirso de Molina. Y tras sus huellas,  Rubén Darío, aquel “indio divino, domesticador de palabras, conductor de los corceles rítmicos”, como le llamó Ortega, que siendo nicaragüense, se sentía argentino, mejicano, chileno, español, peruano… Hispánico. Y lo mismo les sucedió a Enrique Larreta, Alfonso Reyes, Francisco A. de Icaza, Borges, Mallea, Victoria Ocampo, Agustín Yáñez, Alfonsina Storni, Ricardo Palma, César Vallejo, Vargas Llosa, Gabriela Mistral, Neruda, García Márquez, Octavio Paz, Juan Gelman... Todos ellos y tantos otros, editados y leídos con avidez en España, como variedades y diversidades sublimes de la gran familia hispánica.

Frente a esta realidad contundente, se habla de la América latina, insultante e injusta locución, inventada por Francia, que tristemente hoy puede escucharse en la propia España a locutores de Radio y presentadores de Televisión.

Sin embargo, afortunadamente con toda justicia, nada de eso, ni las insidias secesionistas de éste y de tantos otros momentos de la historia, puede abatir esa Comunidad de creencias, de esencia de las ideas, creadas y formuladas en español que, como asimismo concluye Julián Marías, “han llegado a su perfección y acabamiento”, sin que nos preocupe “en qué ribera del Atlántico han brotado” .

Larga vida, por ello, a la Hispanidad, con la ayuda de Dios. Feliz Día a todos los hispánicos.


Luis Madrigal












CUANDO LA TIERRA TIEMBLA




ALZO LA VISTA AL MAR


Alzo la vista al horizonte huido
y, sin quererlo ver, despierto y miro.
Dentro de mí, se escapa aquel suspiro
que habitó entre la lumbre en tiempo ido.

No me duele, al mirar, tiempo perdido...
Ni el que ayer tiré y hoy ya no tiro,
ni me ahoga pensar tal vez deliro
entre brumas del tiempo que no ha sido.

Otra vez, sin querer, quiere mi alma
escuchar el sonido de una lira
que vuela sobre el Mar y no se apaga.

Vendaval sin rugir, ciclón en calma
que acaricia el sentir cuando se mira
y hiere el corazón como una daga.

Luis Madrigal