DE 1492
HERMANOS
Hermanos, los que estáis en lejanía
tras las aguas inmensas, los cercanos
de mi España natal, todos hermanos
porque habláis esta lengua que es la mía:
yo digo "amor", yo digo "madre mía",
y atravesando mares, sierras, llanos,
-¡oh gozo!- con sonidos castellanos,
os llega un dulce efluvio de poesía.
Yo exclamo "amigo", y en el Nuevo Mundo,
"amigo" dice el eco, desde donde
cruza todo el Pacífico, y aún suena.
Yo digo "Dios", y hay un clamor profundo;
y "Dios", en español, todo responde,
y "Dios", sólo "Dios", "Dios", el mundo llena.
Dámaso Alonso
(1898 - 1990)
De la Real Academia Española
Premio Cervantes 1978
HISPANIDAD
La Hispanidad, no sólo es
poesía, ni es una anécdota, ni un suceso pasajero, acaecido hace ahora más de
quinientos años. Mucho menos es un hecho irrelevante, meramente simbólico. Y
radicalmente no es, ni lo fue entonces, una conquista y, a consecuencia de
ella, un cruento genocidio. La señora Alcalde de Barcelona, esa mujer tan
impresentable, zafia e ignorante, como la inmensa mayoría de los de su especie,
tan lanar como llena de odio, ha calificado de esto último aquel sublime
Acontecimiento de 1492. Porque el Descubrimiento de América, no fue suceso de
menor transcendencia, en su momento, que el de la llegada del ser humano a la
Luna, en el año 1969. Acaso fue mucho mayor, no sólo en el afanoso y duro
caminar el mar, siguiendo el mismo itinerario del Sol, alrededor del cual, como
la misma tierra, aquélla gira. Camino ya en sí mismo incierto y tan arriesgado
o más, en aquella época, que el del espacio sideral. Pero, sobre todo fue una
rapsodia espiritual, en la medida en que supuso el encuentro de dos etnias, de
dos culturas y de dos comunidades humanas, desconocidas hasta entonces entre
sí, pero que a partir de aquel momento sellaron con la sangre del amor y de la
lealtad, el nacimiento de otra Comunidad mestiza, fruto de ambas, que mantiene
íntegros, tras los avatares del tiempo y de la frágil naturaleza de los
hombres, los designios divinos y el espíritu de fe y de aventura, frente al
torpe materialismo de lo útil.
Eso es la Hispanidad, el “ser hispánico” que, como escribió Julián
Marías, se extiende a “una Europa y dos
Españas”, cada una de ellas a uno y otro lado del gran Mar de Occidente, y
que no es una comunidad de ideas, sino de creencias, a cuyo sistema se debe la
vitalidad creadora de la realidad. De la misma que sintieron y escribieron, en
la misma lengua, Berceo y Santillana, Cervantes y Lope de Vega, Calderón y
Tirso de Molina. Y tras sus huellas,
Rubén Darío, aquel “indio divino, domesticador
de palabras, conductor de los corceles rítmicos”, como le llamó Ortega, que
siendo nicaragüense, se sentía argentino, mejicano, chileno, español, peruano… Hispánico. Y lo mismo les sucedió a
Enrique Larreta, Alfonso Reyes, Francisco A. de Icaza, Borges, Mallea, Victoria
Ocampo, Agustín Yáñez, Alfonsina Storni, Ricardo Palma, César Vallejo, Vargas
Llosa, Gabriela Mistral, Neruda, García Márquez, Octavio Paz, Juan Gelman... Todos ellos y
tantos otros, editados y leídos con avidez en España, como variedades y
diversidades sublimes de la gran familia hispánica.
Frente a esta realidad
contundente, se habla de la América latina,
insultante e injusta locución, inventada por Francia, que tristemente hoy puede
escucharse en la propia España a locutores de Radio y presentadores de
Televisión.
Sin embargo,
afortunadamente con toda justicia, nada de eso, ni las insidias secesionistas
de éste y de tantos otros momentos de la historia, puede abatir esa Comunidad de creencias, de esencia de las ideas, creadas y formuladas en español que, como
asimismo concluye Julián Marías, “han
llegado a su perfección y acabamiento”, sin que nos preocupe “en qué ribera del Atlántico han brotado”
.
Larga vida, por ello, a la
Hispanidad, con la ayuda de Dios. Feliz Día a todos los hispánicos.
Luis Madrigal