BAJÉ UN DÍA A LA PLAYA
Bajé ayer a la playa y, en su arena,
vi unas huellas que no podían ser tuyas…
¡No viniste…! Ni pude tomar tu cintura,
ni tú apoyar la cabeza sobre mi hombro,
juntas nuestras manos,
temblando -como la luna sobre el
mar-
al escuchar el cadencioso sonido de las olas…
¿Para qué quiero otras huellas, en cualquier playa,
si no son las de tus pies,
descalzos y enamorados del alfombrado sábulo?
No volveré otra vez, ni nunca…
Subiré a la Montaña,
por si, desde su soberana altura,
puedo divisar, quizá por un milagro,
tus gigantescas cumbres nevadas
y, a sus pies, entre verdes frondas azuladas,
ese espejo sobre el que la luna,
en las noches de verano,
deja caer soñolienta su rayo de plata,
mientras danzan las Hadas.