SOM
UN SENTIMENT
Pude
observar anteayer en las gradas del Nou Camp, el grandioso estadio del Club de
Fútbol Barcelona, una pancarta que inmediatamente llamó mi atención. Lo de
menos, para mí, en esta ocasión, era el fútbol y el partido que se disputaba
entre el club catalán -que, según su
propia tarjeta de presentación es mucho más que un club- y el León F.C., de Méjico, último campeón de
la Liga azteca y, según pude oír, de muy brillante participación en la
Libertadores, que congrega a la flor y nata futbolística de lo que Francia
tanto pugnó, hasta conseguirlo, que se llamase “América Latina”. Insisto: Lo menos relevante era el fútbol y el partido. Lo
que me hizo meditar fue la pancarta. “Som
un sentiment”, decía la misma. Esta afirmación, ni era agresiva ni a nadie
podía herir, ni mucho menos era tan ridícula como, en otra ocasión, en el mismo
escenario deportivo, aquella de contenido como mínimo irreverente, si no
sacrílego, “Dios existe y es brasileño”,
alusiva a aquel futbolista tan feo pero de excelentes aptitudes futbolísticas,
que se llamó y creo aún se llama o llaman “Ronaldinho”.
En esta ocasión, no. El contenido de la pancarta proclamaba algo de suma
nobleza, porque el sentimiento, por amor a algo, o de algo de lo que está
repleto el corazón, en uno de los más nobles impulsos. El amor, a diferencia
del odio, que siempre es perverso, es también siempre la más alta cota del espíritu que podemos albergar los humanos, porque eso ya es huir de la materia, objeto
substantivo y formal -como ciencia- de la Física, y al mismo tiempo, sin
ninguna contradicción, substancia torpe y muy alejada de la verdad más radical
de todas las verdades, por mucho presuman de ello los que no aceptan -porque no quieren- otras realidades radicales, muy superiores a
la materia. Por eso llamó mi atención aquella pancarta y desde luego, también
mi adhesión. El sentimiento -mucho más que el estilo, como pretendía Buffon- “es el hombre”. Yo, también soy un
sentimiento, pensé. O no seré nada, pienso ahora.
Es
muy posible, por no decir seguro, que lo que proclamaba la referida pancarta
del Camp Nou fuese algo extra-deportivo, y no tanto porque el F.C. Barcelona,
como asegura asimismo el rótulo que muestran sus graderíos cuando se encuentran
desnudos de espectadores, sea “mes que un
Club”, sino porque tanto la pancarta como el rótulo de las gradas no son la
causa sino el efecto de lo que proclaman. Aún así, personalmente yo me adhiero
con respeto y hasta con cariño al sentimiento proclamado, sin perjuicio de
cuantas puntualizaciones, también a mi juicio, resultan objetivamente
pertinentes. No digo esto ahora, más que mediado el mes de Agosto, como
pretexto -nunca mejor dicho- de lo que intuyo voy a decir, si Dios quiere,
en este mismo humilde Blog, el próximo 11 de Septiembre, “Día de Cataluña”. Creo
que en absoluto resultan incompatibles y menos todavía contradictorios, el
“pre-texto” -este mismo que ahora escribo- y el texto que haya de surgir de mi
más honesto parecer subjetivo el referido y ya casi inmediato “Día”. También esta confusa jornada es puro sentimiento para los catalanes y para algunas
otras personas, entre las que me incluyo, de sentires y sobre todo de criterios
objetivamente austracistas, aunque ya estén muy pasados de época, tras el
transcurso de más de tres siglos. Prefiero también decir esto, en sentido
positivo, más que en el negativo y visceralmente antiborbónico que me cubre de
pies a cabeza. Y dentro de lo que ampliamente, según creo, me permite la
libertad de expresión, no me refiero en particular a nadie, es decir a ninguno,
sino a todo y a todos los que hemos padecido los españoles, sin excepción
alguna y, por lo que parece, tenemos la desventura de seguir sufriendo. Máxime
considerando los extravagantes matices concurrentes en esta hora, tanto de esencial
inconsecuencia institucional como de pésimo mal gusto socio-cultural y hasta
moral.
Pero
lo más importante, en lo que atañe al sentimiento que ayer flotaba en el Nou
Camp, ondeando al aire, debo confesar sinceramente, no sólo mi adhesión a la
pancarta de referencia, sino también mi comprensión y, si no ofendo a nadie,
hasta mi compasión, en el sentido también más noble de este último término.
Creo entender ese sentimiento como particularmente yo también entiendo las
situaciones lacerantes, frente a las cuales resulta imposible hacer nada, pero
de cuya impotencia surge también el espíritu más recio de rebeldía, de las
personas y de los pueblos.
Luis
Madrigal