El Cuerpo de Cristo, en la Eucaristía, es el signo contundente, fruto de su libre voluntad, humana y divina, de permanecer junto a los hombres, no sólo hasta el fin de los tiempos sino hasta la consumación de la Historia. Y esto no es ninguna leyenda de las muchas que circulan por ahí. Tampoco es, con serlo, una firme creencia, si no la más estricta veracidad histórica de sus propias palabras, si ha de considerarse la Biblia, la Sagrada Escritura, como un conjunto de testimonios rigurosamente históricos. Y así ha de ser, salvo negación científica con argumentos del mismo carácter. Nunca, en situación o momento algunos, con razonamientos o expresiones tabernarias, o con posiciones deliberada y gratuitamente elaboradas en contra por los enemigos tradicionales de la Fe, universalmente conocidos.
Por contra la historicidad de la Sagrada Escritura, en concreto la de los Evangelios y la de Jesús de Nazaret, se encuentra fuera de toda duda, como la de Gengis Kan o la de Carlos I de España y V de Alemania, der Greif Kaiser. Con las mismas limitaciones y si se quiere desviaciones, interpretaciones o dudas.
Y, en este sentido es preciso recordar que en los tres evangelios llamados sinópticos, los de Mateo, Marcos y Lucas, que, desde el gran biblista alemán Johann Jakob Griesbach, en su libro Synopsis, se presentan en columnas paralelas, para su comparación, y más o menos con las mismas palabras, se narra el episodio de la institución de la Eucaristía.
Desde luego llama poderosamente mi atención el "Tomad y comed, este es mi cuerpo..." (San Mateo, 26: 26 y 27), pero más aún Lucas (22: 19): "Haced esto en recuerdo mío". Porque... "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo, 28: 20)
Luis Madrigal