lunes, 5 de abril de 2010

REFLEXIÓN TRAS LA PASCUA: LA CALLE NOS ESPERA



Acabamos de celebrar los más grandes Misterios de cuantos nuestra Fe encierra. Han sido tan intensas estas jornadas de Semana Santa, ha habido tanta aglomeración interior en nuestro espíritu, que no hay inconveniente en admitir y en confesar que nos encontramos espiritualmente "empachados", después de tan larga serie de acontecimientos. En realidad, cuanto hemos recordado tan sólo sucedió una vez en la Historia, para nunca más volver a pasar. Sin embargo, cada año, vuelve a recordarse, como si sucediera siempre, todos los años. Esto es bueno, puesto que así cobramos nuevamente fuerzas para vivir lo que en tales fechas nos proponemos, hasta el año siguiente. Pero, también por ello, como siempre que es preciso "hacer la digestión" tras una abundante comida, se impone una reflexión pausada y serena acerca de cuanto hemos vivido y prometido hacer en la vida. Porque, sin esto, sin vida por nuestra parte, todo habría sido inútil. Y, sobre todo, porque, como es frecuente oír y hasta decir, "la vida sigue". Nos está esperando ahí fuera, en las calles, en la plazas. A mí, en estas calles abarrotadas de Madrid, que reflejan las imágenes precedentes, y en las que todas las noches, en muy diferentes puntos, se acumulan y concentran los "sin techo", que dormirán entre cartones envueltos en una manta. Tampoco es preciso ir muy lejos.  Tal vez, en nuestra misma casa en la que vivimos, hay alguien que gime por muy diversos motivos, sin habernos parado  a pensar nunca que tan  cerca de nosotros puede habitar el dolor, la soledad o la tristeza. Por eso hay que mirar hacia dentro, pero también hacia afuera. Lo primero, para ratificarnos en nuestro propósito más firme de caminar hacia la Cruz que se abate sobre tantos seres humanos, en cada rincón por el que podamos discurrir. Lo segundo, para salir desde dentro de nosotros en busca de los que sufren y tratar de llevarlos un poco de compañía, o de ayuda y, sobre todo, de ternura y de amor. Porque, para eso hemos recordado aquellos grandes Misterios, los únicos que pueden dar sentido a nuestra vida, durante la Semana que acaba de concluir. Y sin esa atención permanente a quienes no son "yo", pero caminan a mi lado, de nada me puede haber servido tanto sagrado recuerdo ni tanta contemplación. Terminó la hora de predicar, es la hora de "dar trigo". Cada uno el que deba y el que pueda. No hace falta más. Luis Madrigal.-