La palabra adviento procede del infinitivo latino ad-venio, llegar. El Adviento es un tiempo litúrgico que comienza en el Domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de Noviembre) y se extiende a cuatro Domingos. El primero puede adelantarse hasta el 27 de Noviembre, y entonces el Adviento tiene veintiocho días, o retrasarse hasta el 3 de Diciembre, teniendo solamente veintiún días.
Con el Adviento comienza el año litúrgico en las Iglesias occidentales. Durante este tiempo se exhorta a los creyentes a prepararse interiormente para celebrar el aniversario de la venida del Señor al mundo. A este fin se orienta la Liturgia en este tiempo. Invita a sus ministros y, todos los somos, a recibir "al Rey que viene, al Señor que se acerca", "al Señor que está cerca", “al que mañana contemplaréis su gloria". En los himnos del tiempo, encontramos alabanzas a la venida de Cristo como Redentor, y Creador del universo, combinados con súplicas al Juez del mundo que viene para protegernos del enemigo. Similares ideas son expresadas los últimos siete días anteriores a la Vigilia de Navidad en las antífonas del Magnificat. En ellas, la Iglesia pide a la Sabiduría Divina que nos muestre el camino de la salvación. A la Llave de David que nos libre de la cautividad. Al Sol que nace de lo alto, que venga a iluminar nuestras tinieblas y sombras de muerte. En las Misas, se muestra la intención de la Iglesia en la elección de las Epístolas y Evangelios. Se exhorta a los creyentes para que, dada la cercanía del Redentor, dejen la actividad de las tinieblas y se pertrechen con las armas de la luz; que se conduzcan, en todo momento, como en pleno día, con dignidad, y vestidos de Cristo. Las naciones son llamadas a alabar el nombre del Señor, y a estar alegres en su cercanía, de manera que la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio -también los mundanos más bajos, acerca de los más más bajos e insignificantes personajes- custodie los corazones y pensamientos en Cristo Jesús. Sobre todo, para no juzgar a nadie y dejar que venga el Señor, que ha de juzgarnos a todos, y que manifestará los secretos escondidos en los corazones. La Iglesia habla del Señor que viene en su gloria, de Aquel en el que, y a través del que, las profecías son cumplidas; del Guía Eterno en medio de los Judíos... De la voz que clama en el desierto: "Preparad el camino del Señor".
Por eso, los cristianos de hoy, en medio de este mundo, que a veces nos parece insufrible, hemos de suspirar diariamente como lo hacían nuestros antiguos Padres: "Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo: ábrase la tierra y brote la salvación”. Durante estos cuatro Domingos la oración de la Eucaristía, llamada “Colecta”, comienza con estas palabras: "Señor, muestra tu poder y ven". Yo me permito añadir, por mi exclusiva cuenta: Pero, ven pronto, Señor, no tardes, que este mundo amenaza con enviarnos al más profundo de los vacíos, si es que antes no reventamos, al menos en esta España nuestra, de repugnante mal gusto, de hastío, de aburrimiento y de asco. Luis Madrigal.-